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El Festejo

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PROEMIO

La costumbre de correr y matar toros ha tenido siempre entre nosotros carácter de fiesta. Cuando aún no estaba considerada como espectáculo, solía acompañar los sucesos faustos tanto familiares (boda, bautizos, o satisfacciones de fortuna) como públicos (festividades religiosas, juras de reyes, naci­miento de príncipes, etc.). 

Pero, además; debe advertirse, y ello como primera consideración de la razón de su existencia, que no solo sirve de regocijo a los espectadores, sino de desahogo de un como celo o urgencia de medirse con el toro que acomete a los que le lidian, y que unido a otros estímulos lanza a la profesión taurina a la mayor parte de sus practicantes. Ese afán con que se destinan tantos jóvenes españoles a los riesgos de la aventura taurina no obedece solo al deseo de lucro que tan rápido se ofrece en ella, sino en tanta parte a un incontenible deseo de desfogar una afición vehemente a sortear y burlar la peligrosa ferocidad de las reses bravas.

Para el esclarecimiento, desde el punto de vista hist6rico, de los orígenes de la costumbre de lidiar toros, habría que fijar las relaciones del español con el toro de que hay testimonio más viejo. Aparte las que impusiera la necesidad para aprovechar sus carnes, aparecen en costumbres religiosas en que el toro se ofrece como símbolo, como instrumento del rito o como víctima del sacrificio.  Lo mismo en el culto ibérico del toro, del que parece vestigio  la  costumbre  del toro de fuego que en varias ciudades, como Medinaceli, se corre a la entrada del invierno, que en las taurobolias, o purificación por la sangre del toro, de que han quedado monumentos conmemorativos, o del origen­ tal culto de Mitra traído por las legiones romanas, habérselas con el toro, y su caza y conducci6n a lugares adecuados, hubo de ser, sin duda, técnica cinegética peligrosa y cada vez más perfeccionada y sin duda practicada por especialistas hábiles. 

Cuando el contenido religioso de estas costumbres se evapora, debió quedar sugestivo y atrayente lo que en ellas había de deportivo, y la práctica de habérselas con el toro bravo, de cazarlo y reducirlo a obediencia permanece y se gusta por hombres arrojados y diestros.

 

En recuerdo, admiración y respeto a Don José María de Cossío – La Fiesta de Toros -