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ARTE AFORTUNADO DE CABALLERIA ESPAÑOLA,

O ADVERTENCIAS DE TOREAR, PARA LOS CABALLEROS EN PLAZA

 Escritas por Don Pedro Jacinto de Cárdenas y Angulo 

Caballero del Orden de Alcántara, y Caballero en Plaza en las fiestas Reales del tiempo del Sr. Rey Don Felipe IV, en la Plaza de Madrid.

Madrid – junio 1833

  Disposiciones precisas

El Caballero que quiere torear se ha de hacer capaz de lo que va a obrar, para proporcionar al fin los medios inmediatos que lo consigan con lucimiento.

Ha de considerar, pues lo primero, que el acto es un desafío campal con un bruto de ventajosas fuerzas y precipitado ímpetu, y que para igualarlas las ha de medir con la maña y conocimiento: el fin tiene de vanidad y merito lo que el acto tiene de riesgo y contingencia; así los medios de que se debe valer son estos.  

El primero, ser hombre de a caballo, y ejercitando en él, de manera, que obre firme en la silla, y derecho en ella sin alargarse con el Rejón, Lanza o Espada el cuerpo; porque desabrigándose en ella, es imposible quedar firme; de que se seguirá el huir el cuerpo él caballo y dejarle en vago, expuesto a caer en los cuernos del toro; y aun cuando el caballo sea noble y de buena intención y que no haga vicio, es muy posible le suceda con un choque del toro; y demás de estar expuesto a otros riesgos no obra airoso.

  Conocimiento del Caballo 

En el conocimiento del caballo se ha de ver si obra bien, manejando ambas manos con obediencia sujeción y sufrimiento, aguardando a que le manden para obedecer; y para asegurarse el Caballero del caballo o caballos, que; tengan estas partes, ha de experimentarlo donde haya un novillo, al cual hará atar, y pondrá su caballo a cuerda medida y a rostro firme, procurando que alguna gente venga de tropel con las capas arrastrando por delante del caballo; y sí llegando el novillo estuviere sosegado, no extrañando el tropel de la gente y acometimiento de la res, le podrá llegar por desengañarle, para que reconozca que no le hacen mal. 

 Inconvenientes

 No es inconveniente de reparo que el caballo sea mediano o grande, porque de ordinario el defecto de los pequeños, suple lo mañoso y presto del obrar, lo que por la, mayor, parte falta a los grandes, que son tardos y sujetos a los choques de los toros; pero sí se diese caballo grande, que obrase con igualdad, será mejor, para mejor y más seguridad del, que torea.  

 

Y para, que los caballos en el día de la ocasión estén para resistir el trabajo, se han de ejercitar algunos días antes, saliendo en ellos a segundo día, sin hacerles mal; y para no fatigarlos en la misma ocasión, sino que obren y duren con aliento, en haciendo la suerte se les ha de fiar la rienda, desviándoles los talones, porque desahogados se hallen después con fuerza reservada; para cuando los hubieren menester, sirviendo sin opresión más tiempo del que sirvieran no observando esta regla. La silla no ha de estar recién enchida, porque es cierto asentándole la lana aflojarse la cincha. La cincha ha de ser de dos telas y un angeo en medio, de dos látigos y cuatro hierros: el un látigo más apretado que el otro, no muy engarrotado,  porque de fatigarse el caballo resulta inconveniente; y es ordinario cuando corcobea hincharse, y romper la cincha, y si sucede, romperá el látigo que va apretado, y el que está menos apretado quedará en el estado que el que se quebró y sin riesgo de romperle. Algunos usan de dos cinchas, y no es, bueno, porque no se ajustan tan iguales que no haya fealdad, y un látigo sobre, otro, y los hierros no dejan; de desabrigar al Caballero para abrigarse en la silla. 

No ignoro que el caballo fuera mejor, y más desahogado con caparazón y cuerda (como se practicaba antiguamente, y hoy se observa en muchas partes donde se profesa esta Caballería), por ser constante que el Caballero llevará más firmeza en la silla; pero esta puesto en uso entrar con jaez y bozales. No es mi intento controvertirle con nueva opinión, solo advierto, que aunque parece bien el que vaya más adornado, no se me negará que él caballo obra más embarazado, y que el Caballero no lleva tanta firmeza en la silla, y que va expuesto a evidente riesgo de descomponerse con cualquiera vellaquería del caballo. Ello está introducido, no hay sino hacer lo que todos; que todos a mi ver lo imitaran si tuvieran ejemplar de mayor erección. 

El entrar el Caballero en la plaza en buenos caballos con ricos jaezes, y vestidos los lacayos dé vistosa librea, lucimiento es preciso; pero en acción que es más voluntaria que obligatoria ha introducido el tiempo que el mayor lucimiento sea antes la mayor comodidad que el mayor gasto, hallando la comodidad en el antiguo lucimiento moderno embarazo, pues al empeño de una sola obligación, se le cargan muchos riesgos de tantos socorros, cuanto es el número de ellos: y así dejando libre la voluntad del Caballero, se le advierte, que si sacare muchos lacayos haga la entrada con ellos, quedándose con dos para el pronto servicio, y para que si el toro le recazare uno, halle otro. Presupuestas, pues estas introducciones, introduzcámonos en las advertencias o preceptos de este Arte afortunado de Caballería Española, y sea lo primero.

   El conocimiento del Toro

Siendo el fundamento principal el conocimiento del Toro, pues depende de él el obrar del Caballero, no he visto hasta ahora autor que trate del Arte de torear, ni me he hallado en conferencia, (siendo muchas) en que se haya discurrido en esta materia, siendo la más necesaria; pues faltándole este conocimiento, es preciso que se ejecute sin fundamento, estando expuesto al riesgo de muchos desaires, que no puede sortear la dicha, y previenen estas experiencias. 

Conocida es la ejecución diferente que tiene el Toro de siete años arriba, al de cuatro hasta seis, si bien no siempre es uniforme esta generalidad; porque hay algunos de siete años remisos, porque la fortaleza destos animales consta de más que la edad, como es del temple de la tierra, de los pastos y aguas, y del tiempo; y aun en concurrencias destas calidades hay diferencia, que no trato, por no ser del intento; paso en él con inteligencia, y vamos al otro nuevo. Este llega de choque sin jugar las puntas si aquél entra al parecer con determinación de llegar a ejecutar el golpe, y acercándose al caballo se; queda. Pero generalmente los Toros nuevos es muy ordinario embarazarse con cualquiera cosa que les tope, y no ejecutar la resolución. Y así los Toros de edad como los que no la tienen, se reconoce la intención al salir del toril con el primer peón que encuentran, o algún dominguillo que se les suele poner, porque con la menos o más pujanza qué acometiere, y comenzare a obrar, así proseguirá; si bien hay toros remisos en la ejecución, y precipitados en el acometer: otros, que dejándoles la capa la salvan de un salto, o apartándose dellas; otros, que saliendo sin tiento y culebreando, quieren ser irritados para ofender: y así conforme reconociere el caballero la intención deducida destos y otros movimientos, ha de entrar a hacer la suerte. Regla tan importante, que el que no la supiere con conocimiento, va expuesto a muchos desaciertos.

 No todos los Toros son buenos para la espada, como ni todos los caballos, porque así como él caballo ha de resuelto sin temor del choqué, el toro ha de ser ejecutivo: de manera que faltando en el uno, o en el otro estas partes, la suerte más airosa y arriesgada de la espada, viene a ser deslucida; pues tan defectuoso es huir el toro, como no llegarse el caballo; y así escusa el desaire él conocimiento del toro y caballo; y es bien que sepa el Caballero, que el toro que no es bueno para rejón, no lo es para la espada.   

No a todos los toros se ha de entrar de una manera, porque el movimiento y ejecución del toro ejecutivo, es diferente que del toro remiso; y así en este templará el caballo, sí en aquel le apresurará; porque si el toro es remiso y entra el caballo apresurado, saldrá sin hacer suerte; y si el caballo entra templado al toro ejecutivo, va expuesto a un choque; con que obrando con este conocimiento, será muy accidental el desacierto.  

  Que el torear es Arte de Caballería

Casi todos los que han escrito del torear se reducen a que es más suerte, que Arte o Ciencia, yo digo que es Arte, o ciencia de fortuna; pero no tan infalible, que necesariamente no esté sujeta a accidentes; pues aún en las que están recibidas por tales , ya que no en ellas sean falibles sus demostraciones en los que las profesan, y días; en unos estarán para explicarse con inteligencia, lo que en otros se implicarán con torpeza; y no es defecto de la Ciencia, sino de la disposición del sujeto en quien está. 

¿Quién puede dudar que si uno tiene conocimiento natural o experimental del acometimiento del toro, y sabe cómo ha de entrarle, y ponerle el rejón para salir bien de él, es infalible? ¿Pues quién le hace falible y que sea suerte? ¿El conocimiento? No. ¿Pues quién? Los accidentes en el sujeto; porque el conocimiento le muestra que ha de ponerle el rejón en tal parte, en tal tiempo, y a tanta distancia. ¿No es accidental no ejecutarlo así? Claro está; si sale mal no es culpa del conocimiento, si sale bien rectum est ab errare, mucho tiene de dicha.  

Presupuesto que es ciencia (según mi sentir) no en todos igual, porque es Arte que se adquiere con experiencia, aquel tendrá menos conocimiento de él, que lo hubiere ejercitado menos; y el principiante no se igualará con el más ejercitado, y no es lo mismo torear con suerte que torear con conocimiento; porque si este se debe al precepto, aquel se vale de la dicha; y así el acierto al del precepto es accidenta, como al dichoso todo a la suerte. Y es prueba desde verdad, que el que ha ejercitado el torear muchas veces, que tendrá ciencia de lo que ha de hacer. Si alguna lesucede mal ¿no decimos fulano bien sabe lo que se hace, pero no fue su día; anduvo desgraciado? y al contrario, al principiante solo se atribuye a ventura. Demas, si sólo es suerte, sin tener preceptos, ¿cómo escriben tantos sobre la materia? Responderánme que lo hacen para disponer el modo cómo se han de haber con la fortuna. Pues eso es conocimiento y ciencia, pero no tan dificultosa que no se reduzca a pocos preceptos, y estos no metafísicos, sino que solo tengan de teórico lo que basta para la inteligencia de la práctica política que nace con la obligación de los qué la ejercitan: y así resuelvo, que el que tuviere conocimiento del toro y del caballo, y obrare conforme a este Arte, qué entrará y saldrá de la suerte con ciencia, y menos aventurado que el que no la supiere.

 

Autor: Don Pedro Jacinto de Cárdenas y Angulo 

Caballero del Orden de Alcántara, y Caballero en Plaza en las fiestas Reales del tiempo del Sr. Rey Don Felipe IV, en la Plaza de Madrid.

Madrid – junio 1833