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Un día de toros - Corrida -

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Por su gran interés didáctico e informativo, y con el fin de facilitar y potenciar el conocimiento de la fiesta de los toros, reproducimos con admiración y respeto parte de la obra de la Diputación Provincial de Valencia, publicada en Cuadernos Taurinos 1: Aquí se habla de lo mucho que no se ve, pero que sucede, en un día de toros antes de las 5 de la tarde. Textos de don José Luís Benlloch Rausell. Valencia 1988.

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UN DIA DE TOROS - CORRIDA -

Alguien dijo que un día de toros no es un día cualquiera. No pregunte por qué, vívalo. Verá como el más mínimo detalle adquiere importancia. Huele a fiesta, a incienso y camisa limpia, tiene el misterio de lo desconocido, la incertidumbre del riesgo, alguien jugará su penúltima baza a vida o muerte: miedo, ilusión, futuro, injusticias y gloria. Podría ser un absurdo pero le escolta la magia, le avala la historia, la tradición de un pueblo; mil culturas lo forjaron y el siglo XXI, la era de la cibernética, está a punto de abrirle las puertas. Un día de toros no es un día cualquiera. 

Con las primeras luces del día, suelen llegar los matadores que torearon en otras plazas. El equipaje los identifica a distancia.

La plaza suele amanecer limpia, una estructura completa de gentes distintas se afana en ponerla a punto. La mayoría de ellos trabajan atraídos por la magia del toro. Apenas hay sueldos, reciben generalmente aportaciones simbólicas o se conforman con el privilegio de contemplar la corrida desde cerca. No falta detalle: los cerrojos de portones y chiqueros están perfectamente engrasados; las banderas ya ondean al viento. En Valencia, ya saben, si todos los pilares de la balaustrada superior tienen bandera, es señal de corrida de toros; si las banderas son alternas, se trata de una novillada con picadores. 

Algunos aficionados hacen guardia en el hotel donde se hospedará "su" torero. Son, habitualmente, familiares que lo ven una vez al año, viejos amigos de las correrías iniciales, compañeros en trabajos anteriores y más humildes que quieren saludar antes que nadie a la figura. Luego se contentarán con un boleto para la corrida de la tarde, unas frases cariñosas e incluso podrán presumir de su amistad.

Los veterinarios de la Plaza 

Veinticuatro horas antes de la corrida, el equipo veterinario de la plaza reconocerá los toros para ver si reúnen los requisitos reglamentarios. Cada toro tiene una carta de naturaleza que asegura su procedencia y la edad. En las novilladas con picadores tienen que tener 3 años y no haber cumplido los 4; en las corridas de toros tienen que haber cumplido 4 años. El peso es otro factor determinante; en las plazas de primera, como es el caso de Valencia, los toros tienen que tener un peso mínimo de 460 Kilos en vivo. Los facultativos comprobarán que las reses no tengan ningún defecto que dificulte su lidia: fortaleza de remos, visión correcta, limpieza de pitones. 

Otro punto fundamental y difícil de homologar es el concepto trapío, que se puede definir como la estampa de agresividad y pujanza necesaria para darle sensación de peligro al toro. Las exigencias de trapío, concepto subjetivo, están en función de la categoría de la plaza y no necesariamente va unido ni a los muchos kilos, ni a los pitones excesivamente desarrollados. El día de la corrida por la mañana, antes del sorteo, los veterinarios volverán a revisar los toros.

El sorteo de los toros 

El sorteo es el primer acto público de la corrida. Es una tradición relativamente reciente. En principio eran los propios ganaderos quienes determinaban el orden de salida al ruedo de los toros y, consiguientemente, qué toros estoquearía cada matador. Con esta costumbre se justifica el refrán "No hay quinto malo", ya que los ganaderos elegían habitualmente el toro de mejor nota para este lugar, pensando en dejar buen recuerdo a los aficionados. 

El sorteo se hace en presencia de las autoridades gubernativas, que dan fe de la limpieza del mismo. Los representantes de los matadores, habitualmente sus peones de confianza, enlotan de dos en dos las reses que se han de lidiar, y anotan los números en unos papelitos de fumar que debidamente doblados se introducen en el sombrero del mayoral. En Valencia, para asegurar la limpieza total, los papelitos se introducen dentro de unas bolas de acero, exactamente iguales entre sí, que son depositadas posteriormente en el sombrero. La tradición indica que es el representante del espada más antiguo quien tiene el privilegio de sacar la primera bolita, luego el segundo espada del cartel y así sucesivamente. 

Los matadores no suelen ir al sorteo salvo contadas excepciones. En ello pesa la tradición, el no querer ser molestado por los admiradores en unos momentos en que se impone la tranquilidad o el no sugestionarse por la pujanza o la buena o mala estampa de los enemigos. En la mayoría de los casos prefieren que terminado el sorteo, sean sus peones de confianza quienes les expliquen las características que tienen los toros que les cupieron en buena o mala suerte. La tradición y la prudencia obligan a que el mensaje de la cuadrilla, en el peor de los casos, se suavice al máximo. 

Al sorteo sí asiste, en cambio, numeroso público, que hace cábalas y pronósticos sobre el juego que darán los toros por la tarde. 

Los peones de confianza son quienes deciden la formación de los lotes, que tienen que quedar lo más equilibrados posible. Se fijan primero en los ojos de los toros - un animal tuerto puede ser peligrosísimo -, luego suelen tener en cuenta el peso, el desarrollo de las defensas, la fuerza - normalmente el toro que tenga los riñones más fuertes, será el más duro-, la alzada - cuanto más alto, más incómodo -, la edad, que en el caso de los toros puede variar y le da más sentido. Luego se le preguntará al mayoral, si son del mismo semental y en caso de que procedan de dos distintos, se abrirán en lotes diferentes. No siempre se ponen de acuerdo con facilidad y si existiese duda, suele imponerse el criterio del banderillero de más antigüedad o prestigio. 

Cada toro lleva marcado en los cuartos traseros el hierro propio de su ganadería; en los lomos se le marca, también a fuego, el número que le corresponde en su camada; y arriba del brazuelo del mismo lado, se le pone la última cifra del año en que nació, para garantizar su edad. Además, en las orejas llevan unos cortes en formas diferentes, que también son distintivos de cada ganadería. Finalmente, al saltar al ruedo se les prenderá en el morrillo una divisa que además de distinguir a cada ganadería, sirve para avivar al toro que lleva en esos momentos varias horas cerrado en un toril oscuro.

El apartado y enchiqueramiento

Realizado el sorteo, se procede al apartado y enchiqueramiento. Por medio de un juego de puertas y con la ayuda de los cabestros - bueyes amaestrados - se les va separando y encerrando en los toriles donde permanecerán a oscuras hasta el momento de saltar al ruedo. En el espacio de tiempo que va del sorteo a la salida al ruedo, dos agentes de la autoridad vigilan para que no se les moleste en ningún sentido. 

El orden de salida de los toros de cada lote, lo deciden los representantes de cada matador y está en función de sus costumbres personales, pero si no hay otro factor que influya, lo habitual es que salga en primer lugar el toro más "bonito", el que tiene mejor pronóstico, que suele ser, además, el más chico.

Los matadores de toros

Mientras, el matador suele estar recluido en el Hotel.

En el imagen, el diestro Miguel Báez y Espuny "Litri"

Son horas de tensión y espera. Cada cual espanta sus miedos de la manera que le resulta más efectiva. Los hay, que con el hábito han logrado un dominio total y duermen con facilidad. Otros prefieren la compañía de los íntimos o se refugian en los mecanismos de defensa psicológicos más insospechados. En general intentan escapar del agobio de los admiradores. 

Comen con la antelación suficiente para que la digestión no les impida desenvolverse en la plaza con soltura y por el mismo motivo suele ser un menú frugal y escaso: una tortilla, un zumo, un pescado, fruta... En caso de un posible accidente y una posterior intervención quirúrgica, no sería conveniente que el torero estuviese en plena digestión. Pero eso es un motivo que no quieren pensar y menos en esos momentos. 

En el imagen, el diestro Juan García Jiménez "Mondeño"

Ha llegado el momento de vestirse. El mozo de espadas, que durante toda la jornada se preocupó de tenerlo todo apunto, suele avisar que ha llegado la hora. El matador, casi como un reflejo, se asomará a la ventana. Es importante saber si ha variado el tiempo. Si el viento está calmado, respirará más tranquilo, de lo contrario añadirá una preocupación más a todas las que se le amontonan en la cabeza. Frente al toro, el aire es el enemigo más temible.

El traje de luces

1)                        2)                            3)

1)Años 1800-1820 2)Años 1830-1850 3)Años 1980-2020

Llamado así por los efectos ópticos que producen las lentejuelas que le adornan. Se sabe que los primitivos toreros, hasta entrado el siglo XVIII utilizaban indumentarias en las que prevalecía el ante. A mediados de ese siglo, fue la Maestranza de Sevilla quien impuso la seda. Habría que decir que en esa época eran las empresas quienes facilitaban la ropa a los toreros, y a partir de ese momento, Sevilla y Madrid comienzan a marcar la evolución del traje de torear. Nunca hubo nada legislado sobre la indumentaria de los toreros y los estudiosos convienen en que los lidiadores van escogiendo espontáneamente las prendas más adecuadas de la época. Las modas extranjeras hacen su aparición en España en el siglo XIX y los toreros se refugian en los elementos más tradicionales del vestir, lo cual motiva un distanciamiento definitivo con las modas de la calle. Francisco Montes Reina "Paquiro", en esa época, se impone en los ruedos y a su vez marca la moda en el vestir, tanto es así que sus trajes son el antecedente más inmediato de los actuales.

La chaquetilla

La chaquetilla es la prenda más lujosa. Sus espaldas son auténticas obras de arte. Sus delanteros están adornados habitualmente con alamares, y de las hombreras, tanto en la parte delantera como en la posterior, cuelgan unas borlas conocidas por los machos. Están montadas sobre un armazón que le da una rigidez muy estética, pero incómoda, hasta el punto que, las mangas están abiertas por las axilas, para permitir un buen juego de brazos. 

Los delanteros de las chaquetillas están más o menos cerrados según la época, últimamente se llevan abiertas y dejan al descubierto el chaleco, confeccionado con seda del mismo color y enriquecido con varios "golpes" de alamares. 

Otro complemento del traje de luces es un pañuelo blanco o dos, que se colocan en los bolsillos de la chaquetilla.

La taleguilla 

 

La taleguilla, antiguamente denominada calzona, cubre de la cintura a la rodilla. Muy ceñida, permite agilidad de movimientos en las piernas. Se sujeta con tirantes, quedando el uso de la faja como simple elemento decorativo. En su parte inferior, se ajusta con unas cintas rematadas con dos borlas, llamadas machos. De ajustar correctamente esta parte del traje de luces, viene la frase de "atarse bien los machos", quizás porque con la presión de éstos sienta el lidiador su potencia en las piernas, aunque algunos toreros, siguiendo esta teoría, han llegado a tener problemas por una excesiva presión que entorpecía la circulación de la sangre.

Las medias 

Unas medias de color rosa cubren la parte inferior de las piernas. Son fundamentalmente decorativas y bajo de ellas se suele utilizar otras de color blanco. Están adornadas con una espiga de tono más claro, que en algunas ocasiones es negra para combinar con algún detalle del traje.

Las zapatillas 

Las zapatillas, negras, con un lazo en la parte superior, tienen que ser fundamentalmente cómodas. La suela no tiene tacón y últimamente comienzan a utilizarse tacos, como los corredores de fondo. Antiguamente los toreros se vendaban cuidadosamente los pies, para protegerlos lo mejor posible de cualquier lesión. Hoy utilizan elementos elásticos para ese fin.

La camisa 

La camisa es invariable de color blanco. Sus delanteros están adornados con encajes y chorreras, y el cuello solía ser de cuatro botones, aunque en la actualidad se utiliza el cuello convencional. En la parte inferior lleva unas cintas, que permiten recoger la parte que queda dentro de la taleguilla sin arrugas.

La pañoleta o corbatín 

La pañoleta o corbatín, es una evolución de los antiguos pañuelones. Actualmente ha quedado reducida a una cinta muy fina que se anuda como si fuese una corbata. Debe tener el mismo color que la faja, que también ha visto reducida considerablemente sus dimensiones. Los mozos de espada fijaban la pañoleta con un pespunte en forma de cruz, pero últimamente se utiliza una cruz de oro a modo de fijador.

La montera 

La montera, con la que los lidiadores cubren su cabeza, es uno de los elementos del vestuario taurino que más ha variado. En principio se utilizó el chambergo, el sombrero de tres picos, o el medio queso, pero a principios del siglo XIX se ideó un nuevo tocado, que se puede considerar el fundamento de la montera, confeccionado de un tejido rizoso semejante al cabello de los diestros. Inicialmente era muy puntiaguda en sus formas y posteriormente se fue redondeando. Se utilizaba con el complemento de una moña, antecedente de la castañeta actual.

La coleta 

La coleta de los diestros tiene su fundamento en las modas del siglo XVII. Los varones de la época llevaban el pelo largo y recogido en una redecilla, lo cual se consideraba útil para amortiguar el posible golpe en una caída. Por ello, cuando se impuso la moda del cabello corto, los toreros conservaron la "coleta". El primer torero que se cortó la coleta natural, sin que ello fuese signo de retirada, fue Juan Belmonte, que la sustituyó con un postizo las tardes de corrida. Esta costumbre se extendió y en la actualidad todos los toreros utilizan coleta postiza, que junto con la castañeta, se fija por medio de un tornillo.

El capote de paseo 

El capote de paseo es, sin duda, una de las piezas más lujosas del traje. Con la forma del capote de brega y dimensiones más reducidas, se utiliza simplemente para hacer el paseíllo. Al terminar éste, se manda a los aficionados más prestigiosos o amigos, para que lo luzcan extendido sobre la barrera. La forma de embozárselo es un auténtico "arte", que no todos los lidiadores dominan. Bordados en oro, suelen estar ilustrados con imágenes de la devoción del propietario.

El picador de toros

 

El picador ha pasado de ser una figura fundamental de la corrida - en un principio se anunciaban con caracteres mayores que los propios matadores - a una figura denostada y para algunos innecesaria y origen de los males de la fiesta. Ni es, ni debe ser así. La suerte de varas realizada con pureza y corrección sigue siendo necesaria y puede llegar a ser altamente espectacular y emotiva. 

Ellos andan un poco aparte del resto de la cuadrilla. Por la mañana acuden a la plaza a revisar los caballos, operación que antiguamente tenía gran importancia porque de las fuerzas de éstos dependía su integridad y la posibilidad de poder picar bien. 

Su traje tiene ciertas particularidades respecto al de los toreros de a pie. Utilizan su sombrero llamado castoreño, de color miel, realizado con pelo de castor y con la suficiente rigidez como para ayudar a suavizar los posibles golpes. Por encima del ala y pegado a la copa, llevan un adorno negro en forma de piña que se llama cucarda o moña.

La chaquetilla, generalmente bordada en oro, no tiene "golpes" de alamares como ocurre en los toreros de a pie. Su calzona, corta, está fabricada de gamuza y tiene un color hueso. 

Las piernas las llevan protegidas por unas armaduras, que se conocen por "los hierros".

La izquierda está defendida desde medio pie hasta bajo de la rodilla, para evitar que por el empuje del toro pueda quedar aplastada contra las tablas. En ese mismo lado del picador calzará una bota que permita montar bien y una espuela que ayude a dirigir la cabalgadura.

En la derecha, que queda frente al toro al realizar la suerte, se protegen desde el pie hasta arriba de la rodilla, con una defensa también metálica, conocida por "La pierna". De la fortaleza y buena maña de la pierna izquierda, dependerá en mucho, el poder consumar la suerte con efectividad. 

La entrada a la plaza de los matadores, acompañados de su cuadrilla y mozo de espadas, está rodeada habitualmente de gran expectación. Los aficionados y admiradores se agolpan en torno a ellos, quieren tocarles, saludarles, pedirles autógrafos e incluso recordarles viejas amistades.

Es un momento en que el contacto con el público, les hace olvidar ligeramente el compromiso que les espera. 

Muchos de ellos, visitan la capilla, la mayoría, rezan; unos por convencimiento, otros por simple costumbre; luego, si la tarde es de mucha expectación, esperan para librarse de los admiradores. Se acercan los momentos más difíciles.

 

En el patio de cuadrillas, mientras esperan que se consuman los últimos minutos, es casi obligado sonreír a los admiradores y curiosos. Hay que dar sensación de seguridad, pero... se nota cómo la garganta se va secando hasta convertirse en un estropajo, el corazón adquiere un ritmo más vivo, la sangre de las piernas parece ascender como una procesión de penitentes, se nota la presión del ambiente, el temor a lo desconocido. La incertidumbre del qué pasará? empieza a influir en todos.

Los primeros en aparecer en el ruedo serán los alguacilillos. Jinetes vestidos a la usanza de Felipe IV, con trajes de color negro, golilla en cuello, capa corta, cinturón ancho y calzón corto con medias blancas, que en ocasiones se disimulan con las polainas. Van tocados con un chambergo de alas dobladas y culminado con un plumero de colores. 

Antes de hacer el paseíllo, cabalgan juntos hasta el palco presidencial donde reciben la orden simbólica de que comience el espectáculo, y deben volver, por separado, a la puerta de cuadrillas simulando que han hecho el despeje de la gente, que en otros tiempos paseaba por la plaza en espera del comienzo.

Una vez frente a las cuadrillas, que aguardan formadas en el portón, preceden, el paseíllo.

Luego recogerán la llave de los toriles, que bien les arrojará el Presidente desde el Palco, o bien, por razones de seguridad, les entregará un delegado de la autoridad desde el callejón.

 

Durante la corrida tienen la misión de transmitir a los toreros las órdenes presidenciales y entregarles los trofeos. 

La formación de las cuadrillas en el paseíllo está debidamente establecida.

Según el sentido de la comitiva, el matador más antiguo de alternativa se situará a la izquierda, el segundo a la derecha y el más joven en el centro. La primera fila horizontal - no columna - tras los matadores, la ocupará la cuadrilla del primer espada; la segunda corresponde al matador que actúa en segundo lugar y así sucesivamente. Tras ellos desfilan los picadores de las cuadrillas y los dos reservas, las mulillas, los monosabios y el personal de la plaza.

 

El matador que debute en esa plaza, hará el paseíllo descubierto en señal de respeto. En cada plaza el desfile está acompañado de las notas de un pasodoble tradicional, en Valencia concretamente, suena el "Pan y Toros". Todos los componentes de tan singular comitiva, saludarán respetuosamente, con un gesto, al Presidente que permanecerá de pie en el palco.

A partir de ese momento ha llegado la hora de la verdad.

Se cambiará la seda por el percal, es decir, los capotes de lujo del paseíllo por los capotes de brega con los que se enfrentarán al toro.

Suena el clarín y... i¡¡que Dios reparta suerte!!!.