×

Mensaje

Este sitio web utiliza 'cookies' para ofrecerle una mejor experiencia de navegación.

Ver documentos de la Directiva e-Privacy

Ha rechazado el uso de cookies. ¿Desea reconsiderar su decisión?

Los Toros desde el siglo XVIII

Atrás

 

PROEMIO 

En tanto que las lidias de toros no pasaron de diversiones a beneficio de Cofradías y Hermandades piadosas, o en provecho de instituciones públicas o en socorro de ciertas calamidades, pero sin el concierto, las formas y el orden regular, con que se establecieran a principios del siglo XVII, los ganaderos

no pudieron vincular fundada esperanza de lucro con relación a la lidia de su ganado, y más bien regalaban sus mejores toros para contribuir a los fines religiosos o caritativos de las lidias de entonces, que por crear una reputación de buena casta, que les produjera resultados materiales. 

Así pues, las ganaderías de toros bravos no tuvieron particulares divisas hasta que se hizo fiesta nacional la que antes era predilecta diversión de españoles y portugueses; y por más que sobraran en nuestro país las razas bravías, no hubo interés especial en distinguirlas hasta que las empresas organizaron las contrataciones, constituyendo un nuevo tráfico, que tenía por base la calidad y el número de las reses de lidia; por donde vino a ser espectáculo nacional la fiesta lucida y vistosa, propia de las brillantes Cortes, y peculiares a las Villas en sus funciones religiosas y cívicas; pero completando sus noticias en este particular, diremos aquí que entre los dueños de ganado de lidia sobresalían a raíz de organizarse el espectáculo las casas andaluzas de Vista-Hermosa, Cabrera, Rodríguez y Giráldez: cuatro criadores, que por tener más de cien vacas de vientre, tenían el derecho de señalar sus toros con el papillo; signo que consistía en recortar la papada del animal, dejándole en medio una excrecencia a manera de escobilla. 

Como eran cuatro ganaderías, que gozaban de la propia distinción, idearon una diferencia bien visible, que marcara la procedencia de los bichos; escogiendo moñas de determinados colores (rojo, azul, blanco y oro) que pusieran a la vista del público el particular dominio de los animales; tomando tipo de las diferencias de colores, tan usuales en justas y torneos, cuadrillas de jugadores de cañas y cabezas, danzas y comparsas en saraos y festividades, y bandos de moros y cristianos en algaradas y correrías. A imitación de estos cuatro ganaderos fijaron sus matices en moñas y divisas los demás de provincias diferentes y en 1794 se publicó en Madrid un plano iluminado de divisas, grabado por Juan Gutiérrez de Somala. 

Consistiendo en vinculaciones la mayor parte de la riqueza en España, y siendo la ganadería el complemento de la riqueza en cuanto frisa en la opulencia agrícola, las ganaderías pasaban de padres a hijos, sin dividirse las greyes y llevando el mismo nombre, y usando la propia divisa. 

Era costumbre además no poner divisas a los toros cuando los seis u ocho de una propia corrida pertenecen a la misma casta; reservándose las moñas para las lidias en competencia de ganaderías, que si bien las más incitantes eran las menos frecuentes. Añádase a esto que en las lides en provecho de las asociaciones benéficas solían intervenir damas, encargadas en el lujo y airosa confección de las moñas; y abandonado completamente este particular a su elección y buen gusto, las trazas, colores y exornos quedan al absoluto arbitrio de las amables directoras de estas divisas; relajándose así una regularidad, que hoy carece de razón de ser y por los motivos expuestos. 

Los hierros de marca del ganado son hoy su verdadera razón de origen, porque lejos de ser convencionales como las divisas, hay particular y marcado interés en conservarlos; siendo común que se trasmitan con el dominio, particularmente en las castas que disfrutan de grande y merecida celebridad.

  

En recuerdo, admiración y respeto a Don José Velázquez y Sánchez - Anales del Toreo - 1868