LAS CORRIDAS DE TOROS EN EL PERÚ - I
Plazuela de San Francisco - Lima - Perú
LAS CORRIDAS DE TOROS EN EL PERÚ – I –
Los conquistadores españoles pusieron la planta por primera vez en el vastísimo Imperio de los Incas con el desembarco efectuado en Tumbes, al mando de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, a principios de 1532. Aprovechó Pizarro para sus fines de conquista la lucha que sostenían los dos soberanos indios, Huáscar y Atahualpa, hijos y herederos ambos del fallecido Huayna Cápac. Muertos los dos reyes indios, avanzó Pizarro hacia el Cuzco, consolidando poco después la conquista.
Desde el primer momento surgieron desavenencias entre los capitanes españoles Pizarro, Almagro, Juan y Gonzalo Pizarro y Francisco de Carbajal. Duró este sombrío período hasta que poco a poco, y por unas causas u otras, fueron muriendo los protagonistas del drama. En circunstancias tan adversas, era natural que la Fiesta española no enraizara. Si hubo corridas, debieron de ser muy pocas en los primeros años de la conquista.
Aunque no se ha llegado a saber con certeza cuál fue la primera fiesta de toros celebrada en Lima —ciudad fundada por Francisco Pizarro el 18 de enero de 1535 en un amenísimo valle—, don Ricardo Palma asegura que «la primera corrida de toros que presenciaron los limeños fue el año 1538, en celebridad de la derrota de los almagristas en la batalla de Salinas» (Tradiciones peruanas, 1877). Sin embargo, el mismo don Ricardo afirmaba en 1899: «La primera corrida que se verificó en Lima fue el lunes 29 de marzo de 1540. segundo día de Pascua de Resurrección, para celebrar la consagración de óleos hechos por el obispo fray Vicente Valverde, fiesta en la que se lidiaron tres toretes de Maranga, matando el segundo a rejonazos el marqués don Francisco Pizarro.»
Hasta el año 1548 estuvo en Lima muy escasa la carne, expendiéndose principalmente de cerdo y de llama. Algunos vecinos solicitaron en 1539 al Cabildo la concesión de asientos para tener ganado vacuno. En 1548 comenzaron «a matar los ganados de Castilla, por ser ya grande su multiplico», según expresa el padre Bernabé Lobo en su Historia de la fundación de Lima.
De España fueron llevadas a Nueva Castilla reses vacunas, y en tanto no se multiplicaron suficientemente no se sacrificaron para el abastecimiento público. En 1568 comenzaron los padres jesuitas a importar gran cantidad de reses de procedencia navarra, con las que se formaron las ganaderías. Y a medida que los toros se multiplicaban, la cantidad de corridas celebradas iba en aumento.
Las luchas que los conquistadores sostenían entre sí concluyeron en 1556 con la llegada del tercer virrey, don Andrés Hurtado de Mendoza, hombre prudente y enérgico, que pronto consigue pacificar el virreinato, condenando a unos, enviando a España a otros o embarcando en la dudosa aventura de El Dorado, región del Amazonas, a los revoltosos e Inquietos españoles que restaban.
Consignamos estos hechos y esta fecha por ser fundamentales para el establecimiento definitivo de las fiestas de toros en Nueva Castilla, y por haber reconocido el citado virrey «los derechos que el alguacil mayor de esta ciudad había de llevar por la ocupación y trabajo que tenia cuando se corran toros..., y suplicamos ahora a S. E. que de los toros que esta ciudad corriere en las fiestas..., que el primer toro que se corriere de cada una de las dichas fiestas sea y se dé al alguacil mayor de esta ciudad, atento a que él y sus alguaciles se ocupan mucho en el hacer y deshacer y guardar las talanqueras…» (Historia taurina del Perú, José Emilio A. Calmell. Lima, 1936).
Palacio arzobispal - Lima - Perú
Durante muchos años las fiestas de toros se verificaron en la plaza mayor de Lima, cerrándose con talanqueras, tablados y barreras todo el contorno interior, con lo que quedaban tapadas las ocho calles que de ella partían. Durante el gobierno del cuarto virrey (1561-1564), don Diego López de Zúñíga, conde de Nieva, se construyeron los arcos de esta plaza y se determinó que fueran anualmente cuatro las principales fiestas de toros, autorizando un gasto en colación de 150 pesos para cada una de ellas. Habían de darse las corridas en Reyes, San Juan, Santiago y Nuestra Señora de Agosto. Además, solían celebrarse corridas a la llegada de nuevo virrey, jura o cumpleaños de monarcas, canonizaciones y con otros pretextos. Para las corridas de menor importancia, menos suntuosas, se habilitaban plazas o plazuelas que no eran la de Armas, como las del Cercado, Cocharcas, etc.
Las fiestas de toros no entusiasmaban solamente a los españoles, sino que, al parecer, negros e indios gustaban de ellas como pasivos espectadores y también como activos toreadores. En un concilio provincial, los prelados pidieron «que no se corran toros entre indios, ni por semejante ocasión les hagan poner las talanqueras sin pagarles y haciéndoles perder la misa en días de fiesta...».
En todo el siglo XVII son numerosísimas las fiestas de toros, abundando mucho más los datos históricos. En 1602 los dominicos organizan en la plazuela de Santo Domingo una suntuosa corrida como remate a los festejos para la canonización de San Raimundo de Fitero, fundador de la Orden de Calatrava. En ella tomaron parte muchos caballeros de la aristocracia limeña.
La Universidad de Lima obligaba por aquellos días a cuantos se doctoraban a costear una corrida de toros. Asi se expresa en su constitución: «Y más ha de ser obligado el que se doctorare a dar toros que se corran aquel día del grado, en la plaza pública de esta ciudad...»
El 27 de julio de 1622 se dio una corrida en la plaza mayor limeña para agasajar a un nuevo virrey, don Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar. Y en septiembre del mencionado año volvieron a correrse toros: «Se hicieron fiestas reales, de toros y cañas, y se convidó al virrey. Audiencia y Universidad para que las viesen en las casas de Cabildo, cuyas galerías estuvieron ricamente colgadas y se dio colación a todos sus concurrentes y sus mujeres. Salieron a caballo muchos caballeros ricamente vestidos a lo cortesano, con rejones en mano y llevando pajes de librea... En las ventanas, balcones, terrados y tablados de la plaza había gran concurso de gente y se jugaron veinte toros; los caballeros hicieron algunos lances y mostraron su bizarría.»
No todos los virreyes fueron amantes de las corridas. Tal fue el caso del conde de Chinchón, que en determinado momento trató de impedir su celebración, lo que dio lugar a una real cédula de Felipe IV, que dice así: «El rey. Marqués de Mancera; pariente, gentilhombre de mi cámara, mi virrey gobernador y capitán general de las provincias del Perú; por parte de esa ciudad de los reyes se me ha hecho relación que las fiestas votivas que hay en ella las regocijan con toros, y particularmente las de patronos, la Limpia Concepción, la de Santa Isabel y otras por voto particular, y que habiéndose observado esto, el virrey vuestro antecesor (Conde de Chinchón) se lo ha impedido, suplicándome que teniendo atención al desaliento que causa a los habitantes en la dicha ciudad y a lo que conviene tenerlos con gusto para que acudan con él a mi servicio, como siempre lo han hecho, le hiciese merced de mandar no se le impida el celebrar las dichas festividades con los regocijos y fiestas de toros, y los demás que se han acostumbrado. Y visto en mi Consejo de las Indias, lo he tenido por bien, y así os mando dejéis celebrar a la dicha ciudad las fiestas votivas en la forma referida, sin ponerle impedimento, y si tuviere algunos inconvenientes, me avisaréis los que son y en qué consisten con toda distinción y claridad, para que yo disponga lo que más convenga. Fecho en Madrid a 10 de mayo de 1640 años. Yo EL REY. Por mandato del rey nuestro señor. Don Femando Ruiz de Contreras.
Por: Don Francisco López Izquierdo - Dedicado a don Horacio Parodi.
En recuerdo, admiración y respeto a Don Francisco López Izquierdo -ver -
BDCYL - Semanario Gráfico de los Toros – El Ruedo – Madrid, 24 de septiembre de 1959