LA FIESTA DE TOROS EN COLOMBIA - I -
Catedral Basílica Metropolitana y Primada de la Inmaculada Concepción y San Pedro de Bogotá (Colombia)
LA FIESTA DE TOROS EN COLOMBIA - I -
La historia del toreo colombiano arranca desde el momento que el primer ganado vacuno español llegó a Nueva Granada, llevado allá en el mes de julio de 1543 por el conquistador Luis Alonso de Lugo, a los cinco años de fundada Santa Fe de Bogotá. Componíase la expedición de treinta y cinco vacas y otros tantos toros, que no eran bravos, sino bovinos mansos.
A partir de entonces comenzaron a celebrarse en la plaza Mayor de Santa Fe las fiestas de toros importantes, que, como en otros lugares de soberanía española, solían efectuarse con ocasión de la llegada de un nuevo virrey o presidente de la Real Audiencia; por exaltación al trono de monarca español, etc., componiéndose la plaza para varias corridas, que se verificaban en días sucesivos.
En aquellos tiempos el toreo usado en el reino de Nueva Granada, especialmente en las fiestas celebradas en Santa Fe por los motivos enumerados, era caballeresco. Esta modalidad, la más ejecutada por los españoles en las fiestas reales, poseía en Colombia ciertas particularidades, emanadas principalmente de la falta de casta de los toros. Pero en la mayor parte de los casos se corrían enmaromados por las calles y plazuelas de les barrios, costumbre que aún se conserva en algunos pueblos españoles de la provincia de Navarra. De ese modo, en el año 1590 los mismos espectadores corrieron los toros en Santa Fe.
Siempre fueron muy apasionados en Nueva Granada por las corridas, sobre todo, los españoles o aquellos por cuyas venas corría sangre española. Sin embargo, no parece que gustaran demasiado estas fiestas a los indígenas.
El preceptista Bernardo de Vargas Machuca relata un caso sucedido en Santa Fe durante un juego de cañas, justificativo de ser las corridas plato fuerte por aquellas tierras y de efectuarse a caballo, aunque sólo fuera en casos excepcionales:
«Cuando el caballero anduviere en la plaza echando lances después de los toros, advierta que si hubiere quedado alguno rendido en ella, andar con cuidado de que hay toro en la plaza, que de no hacer caso dello han sucedido, desgracias; y por ejemplar traeré a propósito una que sucedió en Santa Fe de las Indias, día de toros, que habiéndose quedado uno debajo de unos portales rendido y en el suelo, donde se estuvo toda la tarde, en cuanto se jugaron las cañas; y andando los caballeros corriendo por diferentes partes, un caballero llamado Juan de Olmos, corriendo por delante del toro, se levantó y acometió tan a tiempo, que metió los cuernos al caballo hasta los pelos; y con la fuerza que el toro puso y pujanza del caballo..., el toro cayó muerto de repente, desnucada la cabeza, y dando el caballo un gran salto y relinchó, también cayó y murió; y el caballero, a quien arrojó de si como si fuera una pelota, lo llevaron sin habla por muerto a su casa, y aunque al cabo de muchos días se levantó de la cama, fue quedando en adelante malsano...»
Cuando el presidente don Diego Córdoba Lasso de la Vega llegó a Nueva Granada en 1708, las fiestas de toros estaban prohibidas por la Iglesia, mas interpuso toda su influencia para qué fuera levantada la prohibición.
Hasta mediados del siglo XVIII no se generalizó correr los toros sueltos, pues hasta ese tiempo ya hemos dicho que, aparte las pocas fiestas de toros celebradas con algún motivo especial, era el pueblo el encargado de correrlos enmaromados por las calles, en ocasiones por la noche. Según algunos historiadores, se corrieron sueltos por primera vez en las fiestas de 1747 verificadas para solemnizar la coronación de Fernando VI.
En 1753 fueron prohibidas en Santa Fe las tradicionales corridas que por la festividad de San Juan y San Eloy se venían efectuando los días 22, 23 y 25 de junio de cada año. En diciembre de este mismo año, y por la llegada de un nuevo virrey, don José Solís Folch de Cardona, hubo cinco corridas. Y cuando un hermano de este virrey alcanzó el capelo cardenalicio se efectuaron varias.
Durante el reinado de Carlos III, rey no aficionado a estos lances del toreo, se verificaron algunas corridas en Santa Fe para recibir al Virrey don Pedro Mexia de la Cerda y para festejar el onomástico del taurófobo monarca. Mexia de la Cerda acató los deseos de su rey, no permitiendo que se corrieran toros públicamente, aunque sí en privado y precisamente en su casa de campo, donde acudió la sociedad más selecta de la Santa Fe de aquellos años.
Al advenir al trono Carlos IV desaparece en el reino de Nueva Granada la prohibición de correr toros y vuelven a efectuarse las corridas en la plaza Mayor de Santa Fe.
La última corrida celebrada en la citada ciudad antes del grito de independencia (20 de Julio de 1810) se verificó el 22 de febrero de 1808. En el tiempo que medió entre ese primer grito y la independencia absoluta (1816) hubo algunas corridas para festejar ciertos acontecimientos patrióticos, siendo una de las primeras con este carácter la de finales de julio de 1810, y la última, el 30 de mayo de 1816.
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A pesar de haberse hecho Colombia independiente de España, las corridas de toros estaban tan enraizadas en el pueblo, que se siguieron celebrando, aunque los Gobiernos, como reacción política contra España, trataban de impedir su celebración con prohibiciones más o menos rigurosas, ora oponiéndose a que fueran matados los toros, ora impidiendo la utilización de caballos.
A partir de 1846, una orden gubernamental estableció festejos para conmemorar cada 20 de julio el aniversario de la proclamación de la independencia, en los que figuraron corridas, habilitándose para tal fin en la capital la plaza de San Victorino, donde se celebraron varias en días sucesivos.
Las corridas durante el siglo XIX, aunque arrebataban al pueblo, no tuvieron más que el nombre pues ni los toros eran bravos ni los toreros profesionales, resultando una curiosa mezcolanza de toreo cómico y capea pueblerina. Del ambiente que presidia aquellas mojigangas dará idea un párrafo de un escrito que don José María Cordóvez Moure publicó en 1910 en la revista «Santa Fe y Bogotá»:
«Llegaba el momento de soltar el toro. Todos los concurrentes guardaban silencio y quedaban en ansiosa expectativa; los toreadores, que eran apenas diestros ganaderos, vestidos con frac y calzón corto de percal, medias blancas y alpargatas, cubiertos con gorro frigio y de manera que cada pieza de tan atroz traje fuera de color distinto, se colocaban uno detrás de otro, al frente del toril, con su respectivo trapo para torear.»
No cabe duda, pues, de que en Colombia las corridas de toros eran por aquellos días unas regocijadas pantomimas sin orden ni concierto, que no variarían de aspecto hasta finales de siglo XIX.
Por: Don Francisco López Izquierdo, que dedicó a don Hernán Restrepo y a don Manuel Piquero, de quienes obtuvo muy apreciables datos sobre el toreo en Colombia.
BDCYL - Semanario Gráfico de los Toros – El Ruedo – Madrid, 14 de mayo de 1959.