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SALTO DE MARTINCHO

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SALTO DE MARTINCHO

El salto de Martincho es la perfección de uno arriesgadísimo que daba Manuel Bellón (el Africano), desde una silla. Para ello se coloca cerca de la puerta del toril y frente a la misma una mesa, de la que pende, por el lado que da frente a los toriles, un capote; sobre la mesa se sitúa el tro, que al acometer y Humillar el toro da el salto, que consiste en salvar el cuerpo de la fiera, para caer por detrás de los cuartos traseros. Requiere mucha precisión y golpe de vista.

Este salto se ha llegado a practicar por algunos teniendo sujetos los pies con grillos y cuerdas.

A propósito de este salto recordamos la siguiente anécdota, atribuida por unos al torero de principios de siglo Alfonso Alarcón (Pocho), y por otros a Lorenzo Badén, contemporáneo del anterior.

Sea quien fuere el personaje, el caso es que estaba considerado por la policía del célebre Chamorro como un liberal empedernido, y como a tal se le perseguía sin descanso, buscando un motivo futil para quitarle de en medio.

Cansado de tal persecución, y un día que se hallaba en cierta taberna del Rastro, donde acostumbraba a reunirse con los picadores Rueda, Juan Monje y otros compañeros, unos cuantos secuaces del absolutismo trataron de promover una algarada, haciendo intervenir en ella directamente al Pocho o a Badén.

Este tuvo la fortuna de magullarlos de lo lindo y escapar después.

Había transcurrido algún tiempo cuando en una corrida de beneficencia se anunció que uno de los lidiadores ejecutaría el salto de Martincho.

Aquel lidiador era Badén.

No bien se había colocado la mesa frente a la puerta del chiquero y ya el saltador se dirigía a ocupar su puesto, cuando un policiaco conocido en todo Madrid por sus malas entrañas y más aún por los favores que prodigaba su mujer a propios y extraños, le puso la mano en el hombro.

El torero se volvió rápidamente.

—Haga usted el favor de venir conmigo—exclamó el agente.

—¿Dónde?

—Adonde yo le lleve.

—¿Pero no ve usted lo que voy a hacer?

¿Qué?

—Voy a dar el salto de cabeza a rabo.

—Tiene usted que dar otro salto mejor. 

—¿Cuál? 

—De cabeza a la cárcel.

—Ya voy—respondió Badén; y se plantó encima de la mesa; pero como el obstinado agente se empeñara en hacerle bajar sin tener en cuenta la rechifla e indignación del público, el torero gritole furioso:

—Mire usted: yo tengo que saltar aunque usted se empeñe en impedirlo, y o doy el salto de cabeza a rabo, o .....

—¿O qué?

—O el del trascuerno— y diciendo y haciendo saltó por encima del sicario de Chamorro, dándole un espolique terrible en la cabeza y excitando las carcajadas del público.

 

 

En recuerdo, admiración y respeto a D. Leopoldo Vázquez y Rodríguez, Luís Gandullo y D. Leopoldo López de Saá - La Tauromaquia - 1895