D. TANCREDO - Madrid, 27 de enero de 1901 - Despedida -
D. TANCREDO - Madrid, 27 de enero de 1901 - Despedida -
De «magnífica, espléndida y sensacional» debe calificarse la despedida de D. Tancredo; y aún de «suntuosa», sin que resulte exagerado el adjetivo, pues acudió tan «inmenso gentío» a dar el «¡adiós!» al incomparable «rey del valor», que no quedó en la plaza localidad vacía y quizás hubo más individuos que asientos disponibles.
Aquélla parecía corrida «solemne» de gran gala, como si se tratase de la inauguración del abono, o de la de beneficencia, en la que tomaran parte los más afamados maestros de la moderna tauromaquia. Únase a eso la tarde primaveral, verdaderamente «de toros» que disfrutamos, y pueden mis lectores formar idea de la animación, la luz y «el color» que se derrocharía en la plaza de Madrid durante la tarde del 27 del actual. Solo las brillantes descripciones de un Reina, un Reyes, un Rueda, un Dicenta o un Guillén Sotelo, pudieran «impresionar» en sus «placas» maravillosas el conjunto pintoresco de aquella multitud apiñada en las amplias graderías, con ansia de admirar y aplaudir al hombre de serenidad y valor excepcionales, cuya fama se ha extendido rápidamente desde la tarde en que por primera vez realizó «su experimento» en la plaza de Madrid. Y como mi «paleta» es pobre de colores, no quiero «meterme en libros de caballería» y allá va, «según mi leal saber y entender», una descripción, sobria pero exacta, de lo ocurrido en aquella corrida.
Arrastrado el tercer toro, presentóse, como de costumbre, D. Tancredo, subió al «pedestal», hizo la correspondiente indicación y el veterano Albarrán dio «suelta» al que debía ser lidiado en cuarto lugar, un toro jabonero oscuro, bien puesto de armaduras y no escaso de libras y edad. Salió el cornúpeto del chiquero, con paso tranquilo, y, sin fijarse en la «escultura», se dirigió a los tercios del 7; una vez allí, comenzó a examinar el terreno, y su mirada «tropezó» con don Tancredo; verlo y acometerle, fue cosa de un instante. Llegó la fiera a pocos pasos de la «estatua», se detuvo y, sin intentar embestir, pasó por el lado derecho; casi rozando con los pitones las piernas de D. Tancredo, que permanecía perfectamente «marmolizado». Antes de abandonar «aquello», el toro quiso cerciorarse de lo que era y volvió a examinarlo por la espalda; hubo un instante de indescriptible ansiedad en el público, cuando el cornúpeta detúvose a oler la espalda a la «efigie»; se dispuso a embestir y.. . como despedido por superior impulso, detuvo el derrote y emprendió la carrera hacia la puerta de Madrid. La ovación comenzó, espontánea, unánime, entusiástica, y D. Tancredo, creyendo que el toro se hallaba más distanciado, descendió del «pedestal»; vio el bicho que «aquello» se movía y echó tras él, por lo que «el rey del valor», con gran apuro, hubo de ganar el callejón, defendido por los capotes del peonaje, que, con mucha oportunidad, saltó al ruedo.
Los aplausos y aclamaciones de la multitud emocionada saludaron a D. Tancredo, quien seguramente no olvidará nunca las pruebas de admiración y simpatía que su valor y serenidad le han granjeado entre el público madrileño. Vaya con Dios el corajudo comendador y que la suerte le acompañe en su arriesgadísimo trabajo.
Por: Don Hermógenes
BDCYL - Publicado en el Semanario Taurino Ilustrado Sol y Sombra - Madrid, 31 de enero de 1901.