D. TANCREDO - Crónica Taurina - Enero 1901 -
-- CRÓNICA TAURINA --
Hablemos de D. Tancredo, que, aunque actor en novilladas, llena el circo con el público de las corridas de toros, y unos por curiosidad, otros en busca de emociones y muchos ante la expectativa del hule, todos asisten a la fiesta, no es cosa de olvidar a D. Tancredo en estas crónicas.
Desde tiempo inmemorial se han presentado en las plazas de toros hombres de excepcional valor que con «invenciones propias» causaban la admiración del público.
En 1616 el enano Cazalla se ponía de pie, junto a la puerta de los toriles, provisto de una lanza corta, y frente a frente mataba al toro de una sola lanzada, porque el tal enano debía tener músculos de gigante a juzgar por un escrito de la época, en el que, refiriéndose al jorobadillo, dice: «Y mató un toro de una lanzada, metiéndola un palmo además del hierro».
Un quiebro del célebre Martín Barcáiztegui "Martincho"
A principios del siglo XVIII, cuando aquellos sirvientes auxiliares de los nobles comenzaron a hacer pinitos en la arena, se «echaron» a la plaza «dos hombres bastante decentes, se pusieron debajo del balcón del Rey, haciendo como que hablaban, y cuando venía el toro a meterles la cabeza, lo evitaban con un solo quiebro de cuerpo; lo que fue muy aplaudido de los espectadores. »
Así lo cuenta el gran Paquiro (o por mejor decir Abenamar), y no hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para formarse idea del temple de aquellos mozos.
El salto del célebre "Martincho". Por don Francisco de Goya
Todos sabemos que Martincho, con fuertes grillos en los pies, esperaba sobre una mesa al toro, y cuando éste tiraba el hachazo saltaba por cima del bicho, y luego, armado de capote, lo rendía a fuerza de lancearlo.
Y como si esto no fuera bastante, sentábase en una silla, llevando siempre en los pies los consabidos grillos, y citando al toro con el ancho castoreño, echábalo a rodar de una estocada.
José Cándido, matando un toro con puñal
Vino después José Cándido, quien —como dice Sánchez Neira— «con solo su ancho sombrero en una mano y un afilado puñal en la otra mataba a los toros, esperándolos a pie firme, dándoles salida con la izquierda, como ahora se hace con la muleta, y descargando el golpe con la derecha en el sitio del descabello.»
Y no quiero decir nada del efecto que al público causaría el salto del testúz cuando el diestro aludido lo ejecutó por vez primera y del arrojo que la suerte requería.
En una corrida a beneficio de la Archicofradía de San Pedro, verificada en Madrid, «Joaquín Lozano, al quinto toro de la tarde, que salió enmaromado, lo ató con la misma maroma a un poste de la plaza, allí lo ensilló, montó sobre él, y después de cortar la cuerda que lo sujetaba (ya en libertad el bruto) cogió la vara de detener y picó, siempre a caballo en el toro, al sexto de la corrida.»
Sería el cuento de nunca acabar decir todo lo que en punto a coraje se ha realizado en el ruedo y llegó hasta nosotros.
Para muestra bastan los botones expuestos, que son de la misma «gruesa» que el sugestionador de toros hoy en boga.
El célebre Tancredo López Martín - "D. Tancredo"
D. Tancredo, si no me han informado mal, nació en Valencia el 29 de junio de 1862, y es hijo de Severo López y Vicenta Martín. Desde 1880 venía figurando como banderillero y ha trabajado con el mulato Mery, el Manchao, el Mestizo, Punteret, Villarillo, Pollo de Valencia y otros.
Aprendió esa suerte, que tanta curiosidad produce, en América, donde se la vio ejecutar al Orizabeño, y la hizo por primera vez en Valencia el 19 de noviembre de 1899, con un toro de la ganadería de Flores.
Guerrita apostó 1.000 pesetas a que D. Tancredo no se arriesgaba a ejecutarla con un bicho de Miura, y el sugestionador aceptó la apuesta si el famoso espada prescindía de una condición impuesta por él y que el valenciano no podía aceptar.
No se llevó adelante lo de la apuesta; pero, nuestro hombre aguantó impasible la acometida del Miura, y Guerra al verlo declaró no haber visto nunca perendengues semejantes, y que por nada en el mundo se pondría él encima del cajón pa jasé de estauta.
Dijo muy bien el Guerra: lo que es perendengues le sobran a D. Tancredo.
Y ese es todo el mérito de la «suerte», que no es poco.
Ya se figurarán ustedes que no hay tal sugestión ni tales carneros, ni que tampoco lleva el hombre ningún unte en la ropa, a fin de ahuyentar al bicho, ni que, menos todavía, se sujeta al cornúpeto a ciertos ensayos la víspera de la fiesta.
Nada de eso; allí no hay más que un hombre de mucha fibra, quien no satisfecho con lo poco que pudiera ganar como banderillero del género chico o como zapatero, si dejaba los palitroques, se viste imitando la estatua de Pepe-Illo, se sube, a un pedestal de madera pintado de blanco, se cruza de brazos, manda abrir el chiquero, y aguarda a que el toro haga con él lo que sea de su agrado.
¡Pero eso es un suicida!, pensarán ustedes. No en absoluto; pero le falta poco.
Su defensa (que alguna ha de tener) consiste en que el bicho toma aquella estatua fingida por auténtica y el instinto le hace no embestir, como no embestiría a los postes, ni a las fuentes de piedra que hay en algunas plazas de villorrio donde se celebran capeas.
Muchas veces el toro, al cual, dicho sea, entre paréntesis, no se le pone hierro alguno ni se le hostiliza a la salida, llega paso a paso hasta D. Tancredo, huele aquella figura blanca, y escamado como cualquier bípedo, mete la cabeza, mientras el lllo, en estatua, sale por pies y el toro se entretiene con el cajón.
Así y todo, el morlaco derrota suavemente y con cierto temor, más bien para enterarse que atacando de verdad.
El pedestal no queda empotrado en el suelo y su tabla de encima está sobrepuesta; así es que al salir danzando todo aquello, el bicho encuentra algo que le provoca, y allí acude sin fijarse en D. Tancredo.
Pero como el hombre no anda muy lejos; como algunas veces es derribado y al levantarse llama la atención del toro; como aunque salga por pies el bicho puede alcanzarle en el viaje, sin hacer caso de nada, lo cual estuvo a un dedito de suceder en la tercera representación y en la última, es más que probable que D. Tancredo sufra el día menos pensado una avería seria que le imposibilite para la sugestión.
Pero hasta entonces, él va cobrando largamente por un minuto de «trabajo», le buscan todas las empresas, le solicitan en el extranjero, adquiere nombre y popularidad, y le llaman el rey del valor.
BDCYL - Publicado en el Semanario Taurino Ilustrado Sol y Sombra - Madrid, 31 de enero de 1901.