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SEGUNDA CORRIDA - 1808 - DÍA 26 SEPTIEMBRE

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PLAZA DE TOROS DE MADRID

SEGUNDA CORRIDA

Año 1808 - Día 26 septiembre 

 

¡Como hay Dios en los cielos que se nos ensancha el corazón y nos llenamos de orgullo y de alegría cuando recordamos que somos nietos de nuestros abuelos!... ¡Como hay viñas, que dice la gente de nuestra tierra, que nos ponemos más huecos que una sopaipa cuando pensamos que corre por nuestras venas su propia sangre y que abrigan nuestros corazones sus mismísimos sentimientos! ……. ¡A fe de Pero-Grullo y Fierabrás que quisiéramos habernos encontrado con ellos, cuando al grito santo de independencia y libertad, abandonando sus hogares y lanzándose animosos al combate para salvar a su país del extranjero yugo, hicieron ver al mundo su constancia y su valor! …… ¡Gloria eterna a los que lograron vencer al conquistador europeo!... ¡Gloria eterna a los que supieron desbaratar sus aguerridas huestes y librar a España de su aborrecible dominación!....... 

Llegó el lunes 26 de setiembre de 1808, y nuestros abuelos y nuestros padres, que así se holgaban de ver toros como de matar gabachos, y en ambas cosas les alabamos el gusto, olvidando por algunas horas sus aprestos militares se dispusieron para tomar el camino de la plaza, donde iba a verificarse aquel día la corrida segunda de aquel año, puesto que, hasta entonces, como ya se ha dicho, las había estorbado la invasión francesa. 

Catorce toros debían salir a la arena, según anunciaban los carteles, de las ganaderías y con las divisas siguientes:

Toros            Ganaderías                    Procedencia/Divisas 

Cuatro   D.Álvaro Muñoz y Teruel  Ciudad Real    Encarnada

Seis       D.Juan Díaz Hidalgo          Villarrubia      Azul 

Cuatro   Conde de Valparaíso           Mancha          Verde  

Habían de lidiarse seis de ellos por la mañana que serían picados por Francisco Ortíz y Juan Ga, a quienes reemplazarían por la tarde Luís Corchado, Miguel Velázquez Molina y Juan Luís de Amisas, siendo los matadores por la mañana y tarde Agustín Aroca y Juan Núñez (a) Sentimientos. 

Amaneció, pues, el día señalado y el cielo no se mostraba a la verdad del todo propicio a los aficionados madrileños, que abandonando las sábanas más temprano que de costumbre, no cesaban de mirar las cenicientas nubes que cruzaban por los aires, renegando de la copiosa lluvia de la noche anterior y de la qué, todavía amenazaba. Poco a poco, sin embargo, fueron desapareciendo los nublados y a las nueve la atmósfera casi despejada, dejó aparecer una mañana de otoño fresca y deliciosa. 

Desde entonces todo fue movimiento y algazara: los desanimados corazones recobraron sus abatidas esperanzas; el sexo femenino arreglaba a toda prisa su tocado y ajustaba a su cintura el corto guardapie, mientras impaciente el masculino, terciada al brazo la capa y echado hacia las cejas el sombrero, solo pensaba en llegar al circo cuanto antes y en ver aparecer el primer toro. 

Cruzábanse por todos lados los calesines, las tartanas, los caballos y los coches. Mezclábanse en todas direcciones los aristócratas pisaverdes y las damas de alto rango con las vistosas manolas y los demócratas artesanos. Todas las clases de la sociedad, todas las edades, desde la más tierna infancia hasta la más arrugada senectud, todo Madrid, en fin, puede decirse que se encaminaba hacia la puerta de Alcalá, desde donde la calle de este mismo nombre presentaba un cuadro verdaderamente pintoresco y encantador. 

Aquí a un potro de Jeréz

Un majito sevillano

Las piernas le corre ufano,

Y le refrena a la vez.

 

Y relincha el animal,

Y más el majo le aprieta,

Y firme en cada corbeta

Luce su garbo y su sal.

 

En un alto calesín,

Su gracia ostentando sola,

Se divisa una manola

Mas bella que un serafín. 

 

Y otro allí a todo correr,

Que atrás al primero deja,

Lleva dentro una pareja

Que es todo lo que hay que ver.

 

Mas allá en un mal simón

De gusto rancio y añejo,

Van una vieja y un viejo

Que nunca pierden función.

 

Tres ninfas del Avapies

Acá del brazo agarradas,

Llegan con mil carcajadas

Burlándose de un francés.

 

Todo es correr y saltar,

Todo es broma y zipizape,

Todos en fin van a escape

 Porque las diez van a dar. 

Lleno muy en breve de gente el circo todo, palcos, gradas y tendidos, solo se aguardaba ver ondear por los aires el blanco pañuelo del presidente, que lo fue por más señas aquel día el corregidor de Madrid D. Pedro de Mora y Loma, quien no se hizo a la verdad esperar mucho tiempo, puesto que a las diez y dos minutos resonaban ya en la plaza los timbales y el clarín. 

Una de las situaciones que ciertamente sorprenden y admiran más en los toros a los que presencian por primera vez esta función, y alegran siempre y encantan a los que la han visto muchas veces, es aquel momento en que después de hecho el despejo se ven salir a los airosos y bien vestidos lidiadores, formados en cuadrilla con los capotes terciados, precedidos de los alguaciles y escoltados por los apuestos jinetes, marchando tranquilos y serenos hasta debajo del balcón de la presidencia, para hacer el graciosísimo saludo de costumbre; y cuando ya dispersos, los picadores con su vara, preparados a la izquierda del chiquero, y los arrogantes diestros cada uno por su lado, con la capa sobre el brazo, vuelve a parecer el pañuelo blanco y suenan de nuevo los timbales y se abre de repente la puerta del toril. ¡Qué animación en todos los semblantes! ¡Qué impaciencia en todas las miradas!... Cuánta inquietud por do quier! ¡Cuánta alegría! 

En semejante, estado encontrábanse ya los espectadores la mañana de que vamos haciendo mención, cuando salió a la arena el primer toro, con divisa encarnada y propio por consiguiente de la ganadería de D. Alvaro Muñoz y Teruel, vecino de Ciudad-Real. 

Era el animalito de buen trapío, por cierto, retinto, bien encornado y remataba en las tablas que daba gozo. El primer caballo que se le puso por delante fue el de Francisco Ortiz, que cayó en; tierra herido en el corazón del primer hachazo, no obstante dé que el jinete le plantó una vara en buena ley que hizo resonar por todas partes innumerables aplausos. Recibió en seguida otro puyazo de Juan Gallego y cinco luego del primero, y cuatro del segundo, alternados por supuesto, pero sin más de notable en ellos que dos fuertes batacazos que sufrió Gallego en la tercera y cuarta vara. 

Pusiéronle después cinco pares de banderillas, tres de frente y dos al cuarteo, y hecha la señal de muerte se presentó el espada Agustín Aroca, que vestía de azul turquí con bordados y alamares de plata y faja color de rosa. 

Zeño Corregior, dijo quitándose el sombrero de tres picos: brindo pó Uzia, por toa la gente é Madri y porque no quee vivo ni un francés.” Y dando media vuelta y tirando al suelo su sombrero, se dirigió con paso firme hacia la fiera; y habiéndola citado con maestría, después de dos pases al natural y uno de pecho la despachó de una corta y un volapié por todo lo alto.

Y arrastrado el animal

Al compás de aplausos mil,

Se dio otra vez la señal

Y otra vez sonó el timbal 

Y otra vez se abrió el toril. 

Y cuentan los que lo vieron, que salió el segundo toro, que fue hermano del primero en cuanto a pertenencia y ganadería. Retinto como el anterior, aunque no de tan buen trapío, ni tan bien encornado, se presentó en la plaza más ligero que una exhalación, corriendo a diestro y a siniestro detrás de la gente de a pie, por quien desde el principio mostró una muy singular y decidida predilección. Tomó cuatro varas de Gallego y tres de Francisco Ortíz, habiendo ambos medido el suelo con los huesos, aquel en la segunda y éste en la tercera, de la que pudo haber salido muy mal parado, sino hubiese estado tan pronta la capa de Sentimientos. Salieron en seguida los muchachos y lo cargaron de leña, habiéndole puesto cuatro pares de palos el primero y cinco el segundo, a media vuelta, de frente y al cuarteo, o lo que es lo mismo, de cualquier manera y como mejor les cuadraba, porque el bicho era franco y voluntario y a todo se prestaba sin malicia. 

Tocaba a Juan Núñez (a) Sentimientos la espada y la muleta, y con ella preparado, previo el competente brindis al estilo de la época, y poco más o menos como el que; citamos antes, recibió al toro en toda regla, dándole dos pases primero y enviándole después a descansar de un mete y saca aunque algo bajo. 

De D. Juan Díaz Hidalgo, vecino de Villarrubia de los ojos del Guadiana, y con divisa azul fue el tercero que se presentó a la lid, negro ensabanado, corni-alto y bravucón. Tomó cuatro varas de Ortiz, a quien mató el jamelgo en la tercera y otras tantas de Gallego, habiendo sufrido cada uno dos sendos porrazos; porque a las últimas, y viendo el toro que las bromas iban pesadas, se creció al yerro y les hizo conocer que donde las dan las toman. 

Hecha la señal de banderillas, y después de haberle puesto tres pares, dos al cuarteó y uno de frente, en cuya suerte estuvo muy en peligro el diestro porque el bicho le partió cortándole el terreno; volvió a coger la espada Agustín Aroca, que no estuvo en esta ocasión tan feliz como en la primera, no obstante de que trasteó y trabajó el toro con bastante serenidad e inteligencia. Tomó este querencia al caballo muerto, y parapetado entre el difunto y las tablas conoció su posición, y no había fuerzas humanas que de aquel paraje pudieran arrancarle. 

Al cabo de muchos pases inútiles y de mil vueltas y revueltas , el capote de Sentimientos logró ponerlo más en suerte, y queriendo aprovechar la ocasión le dio pasaporte de un golletazo no muy limpio. - «Zeñó Agustín, gritó desde el tendido un andaluz, bien podia zu mercé haber guardao esa metía pá argun francés.»

Y un francés que estaba allí

Y que atento lo escuchaba,

Con entusiasmo exclamaba: 

Oúi , oui , Monsieur..... oh! ouí , oui!

Retinto el cuarto, hermano del primero y del segundo, feo, gacho y hormigón del cuerno izquierdo, parado y muy marrajo por más señas, salió del toril con paso mesurado y grave, como reconociendo el terreno y la gente con quien se las iba a haber. Formado, al parecer, su plan de ataque, se dirigió a Juan Gallego, que le puso una muy buena vara en toda regla, la cual no debió haber hecho mucha gracia al bicho, porque al sentirla, cargó segunda vez contra el enemigo, y derribándole en tierra hizo tal zafarrancho con el jaco, que no volvió a levantarse más, habiendo estado también en un tris el pobre picador. No quiso el bueno del toro dejar disgustado a Ortiz, y al primer empuje de sus astas, a pesar del buen puyazo que llevó, jinete y caballo sufrieron la misma suerte; y el público que vio la plaza sin caballos ni jinetes, principió a gritar desaforadamente, sacando al mismo tiempo los pañuelos y pidiendo picadores; pero cuando estos llegaron a salir ya el bicho se había enfriado un poco, y así que solo tomó dos varas mas de Ortiz y tres de Gallego, sin otro resultado que un nuevo porrazo que aquel sufrió en la tercera. 

Con no pocas dificultades, porque el toro se puso de mucho cudiao, le plantaron los chulos dos pares y medio de rehiletes a media vuelta, y Sentimientos, que conoció lo que el animalito era, y el sentío con que estaba, y que no era conveniente andarse con preámbulos ni circunloquios, le remató de una baja a pasatoro, que no fue por cierto muy del agrado de los circunstantes. 

El quinto no matar. Salió en seguida el quinto, que si no hubiera sido por lo que fue todos hubieran creído que era un buey; pero era un toro de mala estampa, negro bragado, receloso y frío con divisa azul y propio por lo tanto de D. Juan Diaz Hidalgo, vecino de Villarrubia. Ortíz le puso una vara de refilón y otra Gallego un poco más en suerte, y aun cuando el público pidió perros con instancia, el señor corregidor sacó un pañuelo encarnado, y el pobre animal fue quemado vivo con cinco pares de banderillas de fuego que le espetaron sobre los morros, todos cinco a media vuelta, que ni siquiera sirvieron para avivarle, porque el maldito, como ministro de estos tiempos , se propuso desde el principio desentenderse de interpelaciones y seguir impávido su marcha. Esto no le sirvió sin embargo, porque tal fue la interpelación de Agustín Aroca, que lo envió a la otra banda de una corta recibiendo y un volapié regular. 

Salió en seguida el sexto que pertenecía a la ganadería de D. Álvaro Muñoz, según lo indicaba la divisa encarnada. Aunque pequeño era bien hecho, no muy mal encornado, retinto también como sus hermanos y bastante vivaracho. Salió de estampía y tomó dos varas de refilón de Ortiz y de Gallego, y luego cuatro más de cada uno, sin más contratiempo qué un buen batacazo que le hizo dar a Ortíz en la tercera. 

Con dos pares de rehiletes puestos al cuarteo, y cuatro a media vuelta, tomó la muleta Sentimientos, y sin embargo de que el toro se había emplazado, se fue derecho hacia él; y en medio del circo, habiéndolo trasteado primero grandemente le dio una buena, y otra luego regular con la qué acabó la función de la mañana.

Apenas la una seria,

Y todo el público en coro

Al presidente otro toro 

Con fuertes voces pedía. 

Pero el señor corregidor no tuvo por conveniente acceder a la demanda, y unos se marcharon y otros se quedaron, y a las tres y media, previas las formalidades, ceremonias y prácticas de estilo, volvió a principiar la función, saliendo a la palestra el primer loro de la tarde, con divisa verde, de la ganadería del conde de Valparaíso , berrendo en colorado, corni-veleto y boyante: tomó cuatro puyazos de Corchado; matándole el jamelgo, tres de Miguel Velázquez que cayó a tierra en la segunda, y otras tres de Amisas que también besó el suelo en la segunda y la tercera. Pusiéronle cuatro pares, dos de frente y dos a media vuelta, y murió a manos de Aroca que le atizó dos estocadas, una en hueso y otra regular aunque un poco atravesadas. 

El segundo, de la ganadería de D. Juan Diaz Hidalgo, corni-vuelto y feo en toda la ostensión de la palabra, recibió a duras penas dos varas de Luis Corchado, una de Velázquez y otra de Amisas, sin que en las cuatro y en todo lo demás de la corrida hiciese otra cosa que buscar la huida y querer saltar la barrera, aunque siempre en vano. Después de haberle clavado cuatro pares, le dio muerte el intrépido Sentimientos de dos en hueso y un volapié en toda ley. 

Pertenecía el tercero a la ganadería del conde de Valparaíso, negro bragado, gacho y bien puesto: salió a la plaza pidiendo guerra, y dando a entender lo bien que el nombre le cuadraba. Juan Luis de Amisas fue el primer picador que se le colocó delante, y el primero que cayó al suelo de cabeza con todo el peso del caballo encima, habiéndose levantado el jinete y el jamelgo con no poco trabajo, este todo ensangrentado y aquel todo magullado. En la vara y en venir a tierra le tocó el turno a Corchado, a quien le mató el caballo, habiendo cabido igual suerte a Velázquez Molina y a su jaco. La gente estaba contenta y gritaba y aplaudía, y como si el toro hubiera conocido los buenos deseos de los espectadores, apenas volvió a ver delante de sí al bueno de Amisas, le arremetió con nuevo brío, le echó a rodar y le mató el caballo, en lo cual hizo perfectamente, porque el animal apenas podía tenerse de pie. Recibió después tres varas más de Corchado que llevó otro porrazo, tres de Velázquez que volvió a caer nuevamente y dos de Amisas, que no quiso ser menos que sus compañeros. Puede decirse que este fue el toro de la tarde. 

Hecha la señal, claváronle cinco pares de banderillas, tres al cuarteo y dos de frente, y el intrépido Agustín cumplió en aquella ocasión como el caso lo exigía; pues habiendo sido tan buen bicho, justo era que hubiese tenido buena muerte, y lo despachó de una buena recibiendo. 

Quisiéramos pasar por alto el cuarto; pero todo es necesario referirlo a fuer de imparciales historiadores. Salió este con divisa azul como de Villarrubia de los ojos del Guadiana. Negro, hocí-blanco, corni-veleto y flojo, nada hizo de provecho. Tomó dos varas de cada uno de los tres picadores, todas seis; de paso; le pusieron luego cuatro pares de banderillas, dos al cuarteo y dos a media vuelta, y acabó con él el compadre Sentimientos de un pinchazo, una en hueso y otra regular. 

Presentóse el quinto en la arena bastante blando y del mismo modo permaneció mientras estuvo en ella. Era hermano del anterior, retinto claro, bragado y algo corni-delantero. Tomó tres varas de Corchado, dos de Velázquez, a quien por una chiripa le hizo dar un revolcón en la segunda y dos de Amisas. Pusiéronle cuatro pares de rehiletes, que debieron de hacerle bastante impresión, porque para evitar otros nuevos, salto la barrera dos veces, habiendo estado muy en peligro en la primera uno de los alguaciles, que estuvo algo torpe para tirarse a la plaza. Agustín Aroca le dio el competente pasaporte de una corla por todo lo alto, otra en hueso y un golletazo. 

Asomó entonces a la puerta del chiquero el sexto toro con divisa verde, pelo retinto claro y las astas demasiado abiertas. Al principio se presentó en el circo muy boyante, poco después le cogió miedo al yerro, se hizo receloso y se contentó con haber tomado tres puyazos del compadre Corchado, que llevó una buena caída en el segundo, tres de Velázquez y dos de Amisas que también rodó en el primero. Pusiéronle seis pares de banderillas, tres de frente, dos a media vuelta y uno al cuarteo; y el hermano Sentimientos apenas sonó la señal de muerte se dirigió hacia él tranquilo y decidido; pero el animalito debió de conocerle la intención, porque le partió antes de tiempo, lo que dio lugar a un pase de pecho de mucho mérito. Dióle en seguida dos al natural y luego acabó con él de una en los mismos rubios, que le valió muchísimos aplausos. 

De D. Juan Diaz Hidalgo era el séptimo, de no muy mal trapío, berrendo en colorado, bien encornado y bravucón. Al pronto se mostraba algo receloso, pero después se creció y no fue el que menos divirtió a los espectadores. Tomó seis varas de Velázquez, a quien mató el caballo en la tercera, habiendo además rodado el jinete en la segunda y cuarta. Amisas le puso cinco puyazos, en los cuales vino al suelo dos veces, perdiendo el jamelgo en la primera; y el ciudadano Corchado le arrimó otros tantos, en los que solo una vez fue derribado en tierra. 

Claváronle los diestros siete pares de rehiletes, tres al cuarteo y cuatro a media vuelta, y el bravo animal sucumbió después a la espada de Agustín Aroca, que sin consideración lo envió a lejanas tierras de una en hueso, otra corta y otra buena. 

Habíase ya puesto el sol cuando salió el octavo, con divisa verde, negro, corni-veleto y blando. Tomó dos varas de Amisas, dos de Corchado y una de Velázquez, todas cinco de mala gana y a remolque, y en castigo de su flojonería mandóle el presidente poner banderillas de fuego, y pusiéronle en efecto cinco pares que le avivaron un poco; y habiendo sonado el clarín cogió Sentimientos la muleta y lo despachó, no se sabe cómo a punto fijo, porque las tinieblas se iban apoderando ya de la tierra y apenas se distinguían los objetos.

Mas las mulillas salieron

De los timbales al son,

Y todos de allí se fueron, 

Y se acabó la función.

PRODUCTOS DE ESTA CORRIDA

Por la mañana                     36,962 rs.           16 mrs.

Por la larde                         43,025

Total                                  79,987                 16

APROVECHAMIENTOS

Catorce toros muertos          7,111                   4

Diez caballos id.                     120

Aguadores                             140

 

Total                                 87,358                20

 

 

Fuente: Junta de Castilla y León - Biblioteca Digital Castilla y León - FASTOS TAUROMÁQUICOS - HISTORIA- Madrid - 1845 - Por: Un aficionado