PLAZA DE TOROS DE MADRID
PRIMERA CORRIDA
Año 1808 - Día 19 septiembre
Las águilas francesas habían extendido sus alas por todos los ángulos de la Península en 1808, y el estruendo de sus armas difundieron el terror por las provincias, cebándose en derramar la sangre de españoles valientes que luchaban por su libertad e independencia. La época a que nos referimos es por el 19 de septiembre de dicho año. Si fuera posible dar rienda suelta a los sentimientos del corazón, preciso seria escribir con caracteres de sangre la traición y apostasía que despedía el palacio de Carlos IV, y por lo cual era víctima España, teniendo que sujetarse al dominio de enemigos extraños.
Cuatro meses atrás las calles de Madrid presentaban un aspecto guerrero. Sus valientes hijos, sin armas, sin jefes, sin recursos, sin plan ni otra cosa más que sus corazones de bronce; animados del grito de patria, y unidos todos como por encanto, trabaron cruel batalla contra las multiplicadas , veteranas y disciplinadas tropas francesas que al mando del general Mural estaban en la capital, y dejaron tendidos inmenso número de muertos por las calles, haciendo encerrar a los regimientos en los cuarteles , soldados todos que jamás habían retrocedido en la campaña, que comían entre el estrago de la metralla y dormían entre la pólvora.
Este día célebre era el 2 de mayo, y cuyo heroísmo merece el respeto de todos los valientes. ¡Si, hijos queridos de Madrid, vosotros admirasteis al mundo! ¡Vuestro grito despertó al león de Numancia! ¡Gloria y prez a los que vencieron al capitán del siglo! ¿Pero habéis acabado vuestra jornada? No: que en ese día memorable en que el denuedo y bizarría de los íberos aparecía por todas partes, tuvo también su quebranto. Pasados los primeros momentos, las autoridades pudieron calmar los ánimos del pueblo con sus promesas y palabras, y dejando su actitud guerrera e imponente, se aprovechó el enemigo de esta inacción; y el plomo francés, y el acero de sus afiladas bayonetas derramaron a torrentes la sangre por las calles de Madrid, y ¡oh fatalidad! No quedó a salvo la joven virgen, ni el lloroso padre, ni el niño inocente; todos sufrieron la ira de sus desnaturalizados enemigos.
Calcule el lector como estaría el pueblo sujeto al hierro de sus déspotas, y teniendo que pisar tan a menudo la sangre derramada de sus hijos. Y por ventura, ¿era esto bastante para arredrarlo? ¿Servían para los españoles los efectos del mortífero plomo, las terribles cargas de caballería ni otras inauditas crueldades? No: mientras más oprimido y más vejado, más valiente y más sereno se mostraba: he aquí, la causa de que aquellos generales y soldados, cuya fama corría de uno a otro polo, tuvieran que ceder a la indómita fiereza de los españoles: pues bien, cuando la nación se hallaba rodeada de millones de bayonetas enemigas, cuando tantas lágrimas no recompensaban la sangre derramada, preciso era también que los hijos de Madrid, en medio de tanta amargura, buscasen alguna distracción, principalmente en esas que se les da ensanche al corazón y que adquieren más brío para continuar la pelea; y esto seguramente prueba de un modo incontestable que los españoles son valerosos por naturaleza, y que la serenidad es propia de guerreros.
Con motivo de la invasión francesa, no pudieron verificarse las corridas de toros en la plaza de Madrid en los primeros meses del año; pero era tal la afición de los hijos de la heroica villa, que determinaron se hiciesen algunas. ¡Singular contraste! ¡Diversión mientras tantos gemidos se oían por todas partes! De aquí, el motivo de haber explicado este fenómeno; distraerse para pelear con más brío. Dejemos por un momento el cuadro tétrico de los lamentables sucesos que con rapidez han sido relatados, y demos principio a nuestra obra, según nuestra promesa.
Eran las diez de la mañana del 19 de setiembre de 1808, cuando un inmenso gentío bajaba por la calle de Alcalá con dirección a la Plaza de los Toros. La precipitación con que lo hacían, y la multitud de calesas que conducían a muchas personas, presentaba un cuadro tan pintoresco que apenas se encontraría un pincel que lo dibujase. El garbo de las manolas, sus vestidos cortos, su limpia media con zapato de raso, su bien hecha pantorrilla, su peina de teja, su mantilla de ferpon, y aquel contoneo que arrastra los corazones, era lo bastante para que sin afición ninguna a la lidia se fuese a gozar aquel espectáculo. El día era hermoso, de despejada atmósfera, como suelen ser por este tiempo en Madrid, y con antelación se habían anunciado por medio de carteles que se correrían catorce toros, seis por la mañana y ocho por la tarde, por manera que principiándose a las diez era día todo de diversión.
Con efecto, el lleno era completo, y según las voces y animación de los espectadores, parecía que Madrid no había sido testigo de escenas dolorosas. La autoridad que presidía era el Sr. D. Pedro Mora y Loma, quien dispuso se hiciese el despejo.
A la hora señalada, y en el momento de sonar timbales y clarines, se presentaron en plaza los espadas Agustín Aroca y Juan Núñez (a) Sentimientos, con su correspondiente cuadrilla de banderilleros, y los picadores José Doblado y Bartolomé Manzano. Las casaquillas de estos eran campo morado bordado en oro, y con hombreras muy graciosas; la ropa de aquellos era de distintos colores y bordada en plata, haciendo una linda visualidad el todo de la cuadrilla: tan luego como hicieron el correspondiente saludo, el presidente dio la señal del combate, y después de que un alguacil entregó la llave del toril, se dio principio a la función por el orden que sigue.
En el momento de abrirse la puerta del chiquero se vio lucir en la arena la elegancia del primer toro: su pelo era retinto claro, hociblanco, bien puesto, corni-alto y blando, sobre el lomo ostentaba una divisa encarnada y con ella recordaba la sangre derramada en la capital de la monarquía; era de Villarrubia y de la propiedad de D. Juan Diaz Hidalgo: el picador José Doblado le puso tres varas, y Bartolomé Manzano dos, este último con bastante gracia. El bicho se conoce que no quería más obsequios, puesto que se pronunció en huida; por lo cual el presidente mandó ponerle banderillas, y en efecto le fueron clavados tres pares y medio, suficientes para haberle hecho bailar la tana a el animalito. Sonó de nuevo el clarín; dando la orden de la muerte, y al instante vimos a Agustín Aroca que, cogiendo su muleta y espada con la mano izquierda, se presentó delante del palco de la autoridad y le hizo el saludo siguiente: «Por V. S., por este respetable público, y por la independencia.» Y dando una vuelca con la mano derecha donde tenía su montera la tiró al suelo. «Bien zalero,» gritaban los espectadores, y desde el momento fijaron la vista en el que iba a concluir con la fiera. En efecto, con la serenidad que le era tan propia, después de dos pases al natural y uno de pecho, le mató de un mete y saca, un pinchazo y una buena.
El segundo era negro, bragado, corni-cerrado y buen mozo, su divisa azul y de la propiedad del señor conde de Valparaíso: del picador Doblado tomó cinco varas, le mató el caballo y le hizo medir con el cuerpo el suelo a estilo del valeroso D. Quijote; Manzano le arrimó cuatro puazos, y después le fueron puestas tres pares de rehiletes, saliendo a la muerte Juan Núñez (a) Sentimientos. ¡Qué maldito apodo! Decían los espectadores: vaya que nos da una desazón este mozo. Ahora que estamos en el año de 46, sacamos por consecuencia que el sobrenombre era un recuerdo de los sentimientos porque habíamos de pasar los españoles; por eso decimos que nada es insignificante en el mundo. Núñez le dio tres pases al natural al bicho y dos de pecho, y después de una corta lo despachó de un golletazo.
Después del circo limpio saltó a la arena (no se crean mis lectores que era parlamentaria, que entonces no se conocía esta fruta} el tercero, su pelo cárdeno, con campanilla, como si fuera presidente de alguna sociedad, corni-alto y corni-cerrado, como estaban entonces con los franceses, y ahora nosotros con lo que el público sabe, y no vale señalar; su divisa verde, símbolo de la esperanza de que el pueblo recobraría su libertad, de la propiedad de D. Martín Magín Moreno, de la Mancha: él bicho lomó dos varas de Doblado y cinco de Manzano, sin que hubiese habido el más leve motivo de queja, ¡no parece sino que el animalito tenía amistad estrecha con los caballos! Seis pares de banderillas le fueron puestas, que bien lo merecía, y el toro se conoce que era como muchas personas de hoy, que les gusta que las llenen de cruces y distinciones. ¡Por de Dios y qué maravilla! Llegó el momento fatal de la muerte, y el compadre Agustín Aroca, que era mocito que no vendía sus gracias por ningún dinero, concluyó al bicho después de cuatro pases de una buena recibiéndolo, mereciendo por ello muchos vítores, y tantos como los que daban en aquella época los afrancesados a las tropas de Napoleón. ¡Y qué cuidado! ¡Ellos comen y beben hoy III...
El cuarto honrar padre y madre. ¡Con este Guirigay estaremos bien! Esto decían en los tendidos; lo que necesitamos que sean buenos los toros, pero son como el tiempo blando. Era su pelo castaño claro, zarco del ojo izquierdo, corni-gacho y de la calidad bravo; divisa encarnada y de la propiedad de D. Julián Díaz: de Doblado tomó dos varas y de Manzano cuatro, haciéndole caer en tierra, llevando un buen porrazo, matándole el caballo; a seguida le fueron puestas tres y medio pares de banderillas , y el hermano Sentimientos, que no parece sino que nos ha dejado en herencia su apellido, después de darle al bicho cinco pases lo mató de un pinchazo, una en hueso y otra por todo lo alto.
El quinto era pelo negro, también bragado, corni-gacho y con divisa azul, de la propiedad del señor conde de Valparaíso: tomó de Doblado una vara y le mató el jamelgo, y de Manzano cuatro, poniéndole tres pares de rehiletes, matándole Agustín Aroca después de dos pases, de una por todo lo alto y un golletazo.
¡Gracias a la Providencia! Estamos en el sexto, y no se figuren que es como San Alejo, era retinto claro, hociblanco, bien puesto y corni-alto, de la propiedad de D. Martin Magín Moreno, con divisa verde: Doblado le puso tres varas y Manzano dos, y habiéndole clavado cuatro pares de rehiletes, lo mato Sentimientos después de siete pases de dos pinchazos, una en hueso y un mete y saca.
Ya tienen aquí, concluida la función de por la mañana, sin que ténganlos que anotar nada de particular, puesto que los toros han sido sumamente blandos. Con motivo de que a las tres y media era la de por la tarde, muchos espectadores aguardaban hasta la hora prevenida. Con efecto llega aquella, y la plaza volvía a tener la misma animación que por la mañana. La cuadrilla salió a las órdenes de los espadas anteriores a saludar al presidente, haciéndolo también los famosos picadores Luis Corchado, Migueí Velázquez y Juan Luis de Amisas. Las casaquillas de estos estaban perfectamente bordadas, con elegancia y gusto: ocupados por los combatientes sus puestos, suena el clarín, y vimos el primer toro lucir sus ajiles piernas: era retinto oscuro, corni-cerrado; y vizco del asta derecha, su calidad bravo, duro y pegajoso, divisa encarnada: en el momento que Corchado le citó, el bicho le cargó haciéndole caer a tierra matándola el caballo, llevando un puyazo. Velázquez le puso cuatro matándole él jaco y dejándole mal parado, y Amisas solo lo hizo de una vara, le arrimaron dos pares de rehiletes, y lo nato Agustín Aroca después de cinco pases de una buena recibiéndolo.
El segundo, pelo retinto claro, hociblanco, corni-alto, bien puesto, de la misma ganadería y con igual divisa qué el anterior: Corchado le puso una vara, Velázquez dos y Amisas otras dos, matándole en la última el caballo, le pusieron tres y medio pares de najarillas (1), y lo mató el compadre Sentimientos después de dos pases, de dos cortas y una a volapié.
El tercero era castaño claro, aldi-negro, corniveleto y de calidad duro, de la propiedad y divisa del anterior: Corchado le puso dos varas, Velázquez tres, y en seguida le clavaron cinco pares de banderillas, y lo mató Agustín Aroca después de dos pases, de una en hueso y un golletazo. Este diestro no llevó una cogida por la agilidad de sus piernas y la serenidad con que se portó.
El cuarto era pelo berrendo en negro cornivuelto, rabón, duro, de la propiedad del señor conde Valparaíso, con divisa azul: Corchado le puso una vara de las pocas que se han conocido, sosteniéndose sobre el toro más de un minuto, sacando su caballo a salvo y sin lesión de ninguna especie, recibiendo aplausos repetidos por los espectadores; Velázquez le metió tres puyazos y Juan Luis Amisas cuatro, matándole el caballo y dando una fuerte caída contra el estribo de la barrera; fue bien merecida porque tenía asco a los bichos y es bueno que se quiten los escrúpulos: tres pares de rehiletes se le clavaron al toro , y lo concluyó Aroca después de dos pases, de dos pinchazos, una corta y otra baja.
Era él quinto de la misma ganadería y divisa que el anterior, colorado, algo osco, corni-abierto y gacho; desde que salió del toril se pronunció en completa huida, a fuerza de trabajarlo mucho pudo tomar una vara: lo mismo corría de los picadores que los franceses de nuestros soldados; de aquí fue el ponerle dos pares y medio de banderillas de fuego, quemándole el morrillo, en castigo de su cobardía, matándolo Sentimientos después de cuatro pases, de dos cortas y una recibiéndolo algo tendida.
El sexto de igual ganadería y divisa que el que antecede, pelo oscuro, algo cárdeno, corni-delantero y bravo: Corchado le puso dos varas, Velázquez tres, le mató el caballo, y Amisas le arrimó otra, clavándole tres pares de najarillas (1), y lo mató Aroca de una buena por todo lo alto recibiéndolo, dándole tres pases al natural.
De D. Martin Magín Moreno era el séptimo, pelo retinto oscuro, albardado, corni-veleto y boyante, divisa verde: Corchado le puso dos varas Velázquez tres, haciéndole dar con su cuerpo en tierra, y Amisas; le arrimó una: y le mató el caballo, dándole al jinete otra caída. El bicho se había crecido cuando le mandaron poner banderillas, le clavaron dos pares, y lo despachó Sentimientos, después de dos, pases al natural y uno de pecho, de un volapié y un mete y saca bajo.
El octavo era de la misma ganadería y divisa que el anterior, pelo retinto claro, hociblanco y bien puesto y corni-delantero. Desde que salió, al ruedo todos se persuadieron seria el toro de la corrida porque se presentó bien: de Corchado tomó una vara , le mató el caballo y dio una caída, Velázquez le puso otra y también cayó a tierra; pero se desvanecieron las esperanzas que el público concibiera, porque el animal no hizo más, porque no le dio la gana, la noche venia y fue preciso arrimarle cinco pares de rehiletes, matándolo Aroca de una tendida, dos en hueso, descabellándolo por último.
Concluida la función, salieron los espectadores no muy satisfechos de la bravura de los toros, y esperando que en la siguiente corrida fuesen mejores, para poder desquitar lo perdido; debiendo advertir que por la mañana hubo de productos la cantidad de 32,141 rs. 7 mrs., y por la tarde 67,863 rs. y 24 mrs., que unidas ambas partidas a los aprovechamientos de catorce toros muertos, nueve caballos y el producto de los aguadores hacen el total de 107,369, rs. y un maravedí, según el estado que se expresa a continuación.
PRODUCTOS RS. MS.
Entrada de la mañana 32,141 7
Por la tarde 67,863 24
Catorce toros muertos 7,111 4
Nueve caballos ídem 108
Aguadores 145
Total 107,369 1
(1) Que traducida del gitano al castellano quiere decir banderillas.
Fuente: Junta de Castilla y León - Biblioteca Digital Castilla y León - FASTOS TAUROMÁQUICOS - HISTORIA- Madrid - 1845 - Por: Un aficionado