TOROS EN LA PLAZA MAYOR DE MADRID - SIGLO XVIII -
TOROS en la PLAZA MAYOR de MADRID – Siglo XVIII
Ya comenzó un nuevo siglo, que habría de tener notable trascendencia para la tauromaquia: el XVIII. En su transcurso sufriría el toreo una honda transformación.
Estas diversiones no agradaban al nuevo rey Felipe V, el cual pretendió imponer, sin conseguirlo, el juego de cabezas consistente en suspender en el aire una cabeza que el caballero justador, a la carrera de su caballo, había de atravesar con su lanza. Este juego se efectuó por primera vez en la plaza de la Priora, cercana al Alcázar madrileño. Acudió mucho público empujado por la novedad; pero las corridas —lo nacional— seguían ganando prosélitos. Deseaba él monarca —dice Alenda— sustituir las fiestas de toros y cañas.
Una efeméride taurómaca en el primer cuarto de siglo que estudiamos es la función de toros que en 30 de mayo de 1725 se verificó en la Plaza, con motivo de no haberse llevado a cabo el casamiento de la infanta María Ana Victoria con el delfín de Francia. La infanta fue devuelta a España, saliendo a recibirla al Arroyo Abroñigal sus padres, Felipe V e Isabel de Farnesio y el príncipe heredero. El pueblo de Madrid adornó los balcones y con gran alegría invadió las calles. Luminarias, castillo de fuego, una mojiganga «... y la más deseada del Reyno y del vecindario, que fue la Corrida de Toros en la Plaza Mayor, lo que aplaudió la genial inclinación de todo género de personas a esta Fiesta, habiendo intermediado al ansia de conseguirla veintiún años de solicitada, debiendo la honra de la dispensación de esta gracia a la amante protección de la Reyna nuestra Señora, atendidas las humildes reverentes súplicas de sus vasallos, expresadas por Madrid, y por el ardiente fervoroso celo del Señor Corregidor, Marqués del Vadillo, don Francisco Antonio de Salcedo...»
El toreo de a pie se imponía, siendo necesario erigir plazas especiales. Del mismo modo que en Casa Puerta se levantó una, redonda y de madera —en la cual algunos hidalgos rejonearon y toreros de a pie se contrataron independientes—, cinco más tarde (1743) fue levantada otra plaza de madera muy cerca de la Puerta de Alcalá, celebrándose el primer espectáculo de toros el 22 de junio.
El día 13 de octubre de 1746 se dio una función real de toros por la exaltación al trono de Fernando VI. Dijo el autor de la relación lo que copio:
Hoy dibujar una fiesta
De toros mi musa trata,
y tiene empacho que el numen
a cosa real salga a Plaza...
En septiembre de 1759 se verificaron varias fiestas de toros al ser proclamado Carlos III. Es curiosa la cuenta o ajuste de los gastos que había de originar la entrada del nuevo monarca en la Corte. Una nota final de ella dice que «en los toros valdrá cada asiento a la sombra tres doblones, y al sol, dos». Fueron seis los «caballeros de plaza por la tarde» y dos de rejoncillo. En cuanto a los de a pie, hace mención de nueve individuos, de entre los que han pasado a la historia tauromáquica Juan Miguel (de Sevilla), Juan Castel (de Cádiz), Diego del Álamo (de Málaga), Juan Romero (de Ronda) y «dos hermanos —dice el escrito— que vienen de Presidio de Lorenzillo que tienen la habilidad de saltar los toros. Son de Cádiz». Los astados corridos fueron veinte de Aranjuez, veinte de Guisón (sic), veinte de Castilla...
En la corrida para solemnizar la entrada, de Carlos III —15 de julio de 1760— se abolió el empeño de a pie, que de tan antiguo venían practicando los caballeros en su lucha con los toros. Benegasí y Luján, que es uno entre otros autores, de relaciones de aquellas fiestas, dijo, con intención satírica:
Viendo que empeños quitan
dixe: ¡Bien hecho!,
evitar que los Nobles
tengan empeños.
Ni que se bajen,
aunque hay otros que suben
por animales.
Otra figuró entre las fiestas reales por el casamiento del príncipe Carlos (después Carlos IV) con María Luisa de Parma, el 30 de diciembre del año 1765, en la cual rejonearon los caballeros andaluces Rosales, Pretendona y Fonseca y el extremeño señor Zambrana, a quienes apadrinaron, respectivamente, los duques de Osuna, Fernandina y Escalona y el marques de Mondéjar. Se las entendieron con cuatro astados. Retirados los de a caballo, continuaron en la lidia los profesionales. Benegasí y Luján escribe que «no fueron inferiores las habilidades de los toreros de a pie».
Acerca de posteriores funciones reales de toros será conveniente que diga algo de las verificadas en nuestra Plaza en 1789. En la primera, de 22 de septiembre, hubo cuatro rejoneadores, a los que servían de chulos lidiadores profesionales. Los rejoneadores ya no eran por entonces caballeros de la más alta nobleza, sino hidalgos, que necesitaban para salir a la plaza el padrinazgo de los grandes señores. Los chulos servidores de los hombres de a caballo en esta ocasión fueron, nada menos, que Pedro y Antonio Romero, Francisco Garcés, «Costillares», Francisco Guillén («el Curro») y José Delgado («Illo»), entre otros. La segunda función se efectuó el 24, y ambas con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV y del juramento del príncipe de Asturias, después Fernando VII. En un escrito de la época consta que «dicha Plaza (Mayor) se compone de 700 balcones, y en dicha función se acomodan hasta 52.000 (espectadores)». Tenían prevenidos para estas corridas 132 toros, cuya edad oscilaba entre los cuatro y los ocho años. Hecho un cálculo, resulta que 29 toros eran de cuatro años; 73 tenían cinco; 29 eran de seis años y sólo uno había cumplido ocho.
«Los dos caballeros que quiebran rejoncillos a presencia de SS. MM. y AA., entran en la Plaza vestidos ricamente a la Española antigua por el arco de la calle de Toledo en una Litera... A los estrivos de dicha Litera van los Chulos, que agarrados del arzón del Caballo con una mano, y en la otra la Capa, llaman al toro y le sortean. Este acompañamiento magnifico se dirige al Balcón donde se hallan SS. MM. y AA.; se apean de dicha Litera, hacen su reverencia a los Soberanos, toman sus caballos, y retirado este acompañamiento empieza la fiesta. Mientras se corren los Toros, formados en línea delante del dicho real balcón, los Reales Alabarderos, los dos Alguaciles de Reales Caballerizas, con sus ricos Uniformes, quatro de corte con su respectivo trage de Golilla, y óteos dos Sobresalientes entre las barreras.» Está descripción nos da cabal idea de cómo eran antaño las corridas de toros, y pertenece a la efectuada en la Plaza Mayor el 20 de julio de 1803, que festejaba las bodas de Fernando VII, a la sazón príncipe de Asturias.
Posteriormente, y en diversas ocasiones, se corrieron toros en la Plaza Mayor, siendo las últimas fiestas reales en su recinto las celebradas con motivo del doble casamiento de Isabel II y de su hermana Luisa Fernanda con el infante Francisco de Asís y con Montpensier, respectivamente.
Se verificaron estas corridas los días 16, 17 y 18 de octubre del año 1846. En la primera —función real de Corte— salieron cuatro caballeros y un supernumerario, y una vez que Su Majestad dispuso que se retiraran, lidiaron los espadas, picadores y banderilleros. En la segunda —función de Villa— se presentaron los caballeros nombrados por el Ayuntamiento: dos y un supernumerario, que quebraron rejoncillos, dando paso a continuación a los lidiadores de a pie. En la tercera —fiesta concedida por la reina a la villa— no salieron rejoneadores a la Plaza, y sólo estuvo servida por lidiadores profesionales.
Los toros pertenecieron a quince ganaderías, y los espadas de estas fiestas fueron Juan León, Juan Jiménez, Francisco Montes «Cúchares», Juan Martin «El Chiclanero», Manuel Díaz «Labí», Gaspar Díaz, Juan Lucas Blanco, Pedro Sánchez, Antonio def Río y Julián Casas.
Estas corridas fueron presenciadas por un viajero ilustre Alejandro Dumas, al que acompañó cómo cicerone Mariano Roca de Togores, marqués de Molina. Dumas, después de asistir a la primera exclamó: «¡Haga usted dramas después de esto!»
Por: Don Francisco López Izquierdo
BDCYL - Semanario Gráfico de los Toros – El Ruedo – Madrid, 06 de febrero de 1958