JUAN BELMONTE GARCÍA - SEMBLANZA - 1913
JUAN BELMONTE GARCÍA
Como perfecta semblanza de Belmonte, trascribimos aquí la publicada en un periódico ilustrado de la época (año 1913):
«Belmonte es un caso que en el toreo se da con escasa frecuencia. Desconocido a principios de la temporada taurina de 1912, termina ésta siendo el novillero de mayor popularidad y fuste.
En dos meses el joven Belmonte torea una veintena de corridas, cobrando en la mayor parte de ellas honorarios que no percibieron jamás los espadas sin alternativa, y ve su nombre orlado por la popularidad más envidiable. Consigue en ese tiempo, lo que a otros costó años y años y duras pruebas.
Pisa la arena del circo sevillano el diestro trianero cuando aún ardían los entusiasmos que despertara en la afición las faenas que en repetidas tardes ejecutara el menor de los «Gallitos».
Se presenta humilde, desconocido. Figura poco airosa, de indumentaria modestísima, no eran ciertamente en aquella tarde las más apropiadas para predisponer a su favor, y sin embargo, pronto rompe el hielo de la indiferencia y a las exclamaciones de asombro que arrancaron los primeros lances de capa del trianero, sucédense continuas manifestaciones de entusiasmo, al ver cómo la figura del torero adquiría proporciones extraordinarias, cuando con capote y muleta hacía gala de un arte verdaderamente clásico e insuperable.
Y vinieron nuevas tardes y nuevos triunfos para el torero que ya «con partido» y adueñado del público, siguió manifestándose como el más genuino representante de la escuela rondeña, que había pisado la plaza de Sevilla hacía muchos años.
Los que constantemente han venido afirmando que para ser torero de altura se necesita largo aprendizaje al lado de sabios maestros, tienen en Belmonte el más rotundo mentís.
¿De quién aprendió a torear este torero en la forma en que lo hace? De ninguno. Es el suyo un estilo propio. En la media verónica tiene parecido con las del famoso «Espartero» y en los lances de verónica con los del no menos famoso Antonio Montes, pero superiores a los de aquel otro infortunado trianero, porque Belmonte no abre el compás y para y se ciñe tanto como lo hacía el valiente Montes en sus tardes espléndidas.»