- BIOGRAFÍA - CAYETANO ZANZ
CAYETANO SANZ
Alto, esbelto, arrogante, juncal; bello su rostro moreno y varonil, al que dan más prestancia y más majeza los madroños sedosos de unas patillas negras, encanto del Madrid isabelino... Porque en la mejor época de Cayetano Sanz reina en España Doña Isabel II.
Hay revoluciones en Europa; son unos años tumultuosos; pero Madrid -antesala del cielo- mira poco hacia fuera y se dedica a “vivir su vida”, como diría hoy alguna niña «topolino». Y la vida en la Villa del Oso y el Madroño -la villa alegre y confiada- es, por ahora hará un siglo, amable, placentera, despreocupada y un poquito pintoresca ..., gracias a Dios. Los madrileños -y más las madrileñas- abren paso a su paso y abren calle en la calle a “su” torero; porque Madrid tiene su “torero” y lo proclama con orgullo. El torero de más elegante majestad en los ruedos y de más atrayente simpatía cuando pasea el garbo de su gallarda y gentil figura por el Prado. Cayetano es la gala de los madriles; es la gracia y la gloria del pueblo y de la Corte de Doña Isabel.
En la Corte nace, de cuna humilde, el 7 de agosto de 1821, y gana el pan de su adolescencia manejando la lezna y el tirapié. De pronto le acomete la afición a los toros, y un buen día, “Capita”, banderillero de fama, que, aunque tuerto, tiene vista de lince y ojo profético, le ve lancear un morucho y le anima, aconseja y alecciona como maestro, hasta que el muchacho logra entrar en la cuadrilla del “Chiclanero”. Allí practica y disciplina su toreo, que al principio es alegre, zaragatero y movido, y después, cuando Cayetano se encuentra a sí mismo, se convierte en parado, lento, armónico y majestuoso. Y este estilo armoniza tan bien con su figura prócer, y adquiere, a través de ella, tan grandiosos aires de elegancia, que la afición traduce en entusiasmo su sorpresa, porque, en verdad, jamás habla visto torear así.
Su capote es aristocracia, gracia y soberanía. Su muleta despliega también bellezas mayestáticas. Cayetano, en cambio, es un mal matador, defecto capital en aquellos tiempos. Sin embargo, los públicos se lo perdonan, ante la belleza arrogante y perfecta de su toreo, y le sostienen como figura grande de la Tauromaquia durante más de veinticinco años, de los cuales dieciocho consecutivos es “matador de temporada” en Madrid, y en su plaza torea en su vida nada menos que 325 corridas. La vez primera que sale en ella como espada es el 12 de septiembre de 1848, alternando, sin cesión de trastos, con “Cúchares” y «El Salamanquino”.
Al correr de los años, lucha en la arena con “El Chiclanero”, “El Tato”, “Cúchares” y “EI Gordito”, y aun llega a contender con «Lagartijo» y «Frascuelo”. Entre tantos colosos mantiene invulnerable su puesto preeminente, por encima de rivalidades y competencias ajenas. Su cartel y su jerarquía no decaen un momento en Madrid ni en provincias. Y, en 1877, cumplidos ya sus cincuenta y seis agostos, que no han logrado agostar su arrogancia, se va de los toros y se lleva, limpia y en alto, su fama de artista y de maestro.
Retirado, se afinca en Villamantilla (Madrid), y allí vive consagrado a la agricultura y a la caza, su segunda afición. Y allí muere, el 21 de septiembre de 1891, el célebre torero madrileño de la elegancia y de las patillas -ya madroños de seda plateada-, que fue el encanto, la gloria y la gracia de la Corte de Doña Isabel y que reinó en el toreo con más firmeza y por mucho más tiempo que la Señora en su Trono ...
Curro Meloja - 1945
Fotografía: Álbum Fotográfico Taurino - "Curro Meloja", don Carlos de Larra - 1945