RAFAEL GÓMEZ ORTEGA “EL GALLO”
AÑO 1912
De su arte, de su intuición artística, de su inventiva, de sus conocimientos, habría tanto que hablar, que no es posible hacerlo sin disponer de mucho espacio.
Rafael ha aportado al toreo un elemento que si no llamo ornamental y aún mejor "teatral", yo no se como denominarlo para que el lector entienda mi idea.
Con ese elemento ha revolucionado el toreo, posponiendo lo que era su base, el valor, para dar la primacía, Toda la importancia, al adorno, que es en el capote, que es en la muleta de Rafael y los que le siguen, no el arranque jacarandoso que desprecia el riesgo y lo hace valer, ni el truco astuto en que lo trágico cómico no pasa inadvertido al espectador, sino el olvido de toda regla, como del mismo peligro, para dar expansión a la fantasía, al capricho, que no hallan otra sujeción que la de imponer los altos fines de belleza halagadora a los ojos que la contemplan.
¡Nada de tragedia!
Comedia plácida, en la que la acción entretenida y alegre, nos aparta del argumento, que nadie echa de menos, y en las filigranas del "diálogo" del artista con el toro, se concentra toda nuestra atención sin importarnos un ardite de la tesis.
Esa es la aportación de Rafael el "Gallo" al arte de torear.
Antes de él las alegrías en el toreo tenían algo de circo, clownesco, y "payasadas" las llamaban los aficionados.
Nadie se atrevería a calificar de tales los adornos y genialidades de Rafael, que con un buen gusto innato, con una intuición artística admirable, sabe detenerse en el punto mismo en que lo sublime linda con lo ridículo.
Con el capote a una mano, no tiene el “Gallo” ni ha tenido rival por la elegancia, variedad y suavidad de sus lances, verdaderamente incopiables; a dos manos, lanceando al natural, ya no me parece tan excelente, aunque si tropieza con el toro franco es irreprochable su manera; en banderillas practica todas las suertes con finura y dominio, y en las llamadas de trapecio y cambiando el viaje (y no los terrenos) derrocha esa gracia que es su principal haber.
Con la muleta es el mejor, el amo, no por sus filigranas únicamente, que son verdaderos encajes, sino por su dominio, por su saber, por lodo lo que inventa, por el terreno que pisa...
Aquella muñeca suya, tan flexible, tan diestra, tan ligera; aquella vista, aquella intuición, aquel buen gusto que le permite bordear lo ridículo y salvarse de él, todo, en suma, reunido, dan el más formidable de los muleteros que recuerda la historia del toreo.
Cuchares a su manera y Cayetano a la suya, con ser tan grandes, fundidos ambos, no darían un “Gallo”.
Muchas de las cosas que en un momento dado, ante el toro, se le ocurren, ya no vuelve a ejecutarlas nunca más, o no las ejecuta luego como la primera vez.
En días de fortuna, lo que le hace al toro, los lances que improvisa, las suertes que dibuja son tantas y todas de una tal belleza, que con razón de él, y de nadie más que de él, se ha podido decir, que ese hombre es la flor de una raza torera...
Se le ha criticado, y con razón, por que su toreo, es de querencias. Nadie como él, ciertamente, ha estudiado y ha sabido aprovechar las del toro para estirarse y tirar una ventaja dando a la res una salida natural, toreando, en una palabra, a "favor de obra".
Pero hacer esto implica un conocimiento que no es asequible a todos.
Añádase que el público le impone y él mismo parece habérsela impuesto también, la obligación de dar el "do" de pecho cada tarde, y cuando no lo da, la gente se llama a engaño, y el torero por su parte tampoco queda muy contento de sí.
No tiene término medio, se dice. No, lo puede tener. Ni el aficionado se lo admite, ni su temperamento de artista se lo consiente.
¿Quién concibe a Rafael “El Gallo" toreando, "discretamente", ni bien ni mal, regular, toda una tarde?. No puede ser; Rafael por necesidad ha de torear bien, o volverse loco, importársele todo tres pitos y dar el mitin.
Aparte de que el toreo del "Gallo" necesita para lucir reses bravas, nobles y "pastueñas", incomprensibles prejuicios, un exagerado y no siempre bien aplicado conocimiento de las condiciones del toro y de la lidia, le hacen ver a veces en una res lo que no ve nadie, y sujetándose, a la frase de "Lagartijo" que él ha hecho suya, "de un buey no estoy dispuesto a dejarme oler la ropa" quizás en un principio haya supuesto que había de habérselas con más bueyes de los que en realidad le salían.
Ello es, que Rafael Gómez y Ortega, no tiene fama de valiente, ni en mi concepto lo necesita, pues le basta con su valor, en casi todas las ocasiones, para desarrollar un arte, que excluye toda temeridad.
En recuerdo, admiración y respeto a D. Tomás Orts Ramos - Uno al sesgo - junio 1921
Fotografía: Álbum Fotográfico Taurino - "Curro Meloja" don Carlos de Larra - 1945