LA TAUROMAQUIA COMPLETA
EL ARTE DE TOREAR EN PLAZA
TANTO A PIE COMO A CABALLO
Por: Francisco Montes “PAQUIRO”
PARTE SEGUNDA - ARTE DE TOREAR A CABALLO
CAPITULO IX
DE ALGUNAS PARTICULARIDADES QUE DEBEN SABERSE RELATIVAS A LAS SUERTES DE PICAR
Después de haber expuesto las reglas que el picador debe observar en las diferentes suertes de picar, deberemos hacer algunas advertencias que no siendo peculiares de esta o la otra suerte, sino aplicables a todas, deben ocupar un lugar separado de aquellas.
Los toros, como ya hemos insinuado en otra parte, sufren en la plaza verdaderas transformaciones, que, si son algo raras considerándolas con relación al toreo de a pie, son frecuentísimas con respecto al de a caballo: no se verá si no muy rara vez picar un toro sin notársele algunas anomalías cuando menos, por lo cual hay necesidad de darles ciertos nombres que las expliquen y las den a conocer.
Hay muchos toros que en la salida muestran ser boyantes y hasta blandos, y conforme sienten el hierro, en vez de bajar la cabeza se ponen más engallados, se ensoberbecen, y se conducen en adelante como pegajosos y duros. Estos toros generalmente siguen ya siendo feroces y carniceros, y deben dar mucho cuidado en las suertes. A esta transformación se conoce con la denominación de crecerse al palo.
Los toros pegajosos cuando tienen poco poder y dan con picadores de fuerza que los castiguen mucho suelen echar mano de un ardid siempre temible para el diestro, y es irse alejando poco a poco del bulto para traer mas violencia, y de este modo llegan a dar la cogida, pues por mucho poder que tenga el picador, y por poco que tuviera el toro, la velocidad que tiene le hace multiplicar la fuerza con que choca en el encontronazo, y no hay hombre que sea capaz de resistirlo. Esto se llama arrancar de largo. Muchos toros lo suelen hacer desde el principio, y también alguna vez rebrincan y alcanzan al diestro a caballo; esto es muy expuesto, porque pueden en el resalto dar una cornada a cuerpo limpio; el modo de evitarlo el picador es ver llegar al toro, y cuando observe el resalto meterse en la cuna y que lo enfrontile, pues la cornada solo puede ser al subir, y luego aunque cabecee no puede hacer daño, porque ya viene descendiendo, y en el aire no tiene punto de apoyo, por lo cual no se siente la testarada.
Los toros pegajosos cuando tienen poco poder y encuentran mucho castigo suelen también mudar de condición en bien, y es lo que se quiere significar cuando se dice cedió al palo. Es verdad que por lo general cuando encuentran otra vez poco castigo vuelven a mostrarse pegajosos.
Cuando un toro llega a colarse alguna vez suelto, o bien encuentra poca oposición y se apodera del bulto, se hace casi siempre pegajoso, y a esto es a lo que se llama estar el toro consentido. No obstante, si son en seguida bien castigados vuelven a ceder, pero si no cada vez se hacen más temibles.
Hay algunos toros que, aunque sean boyantes son de tanto poder y tan duros que siempre alcanzan al caballo, y aunque en seguida tomen su terreno por tenerlo ya libre, suelen dar la cornada, y generalmente en el pecho o al brazuelo del caballo. Esta clase de toros, aunque muy sencillos y que jamás se pegan, matan muchos caballos; se explica esta especie de anomalías de ser el toro boyante y dar cogida diciendo que llegó siempre.
También se dice que los toros llegan a besar cuando teniendo puesta la puya van poco a poco ganando sitio hasta tocar al caballo: esto es propio de los pegajosos mas bien que de los demás, y se ve con más frecuencia cuando tienen pocas piernas, mientras que el llegar es casi peculiar de los boyantes, particularmente cuando conservan aquellas.
Los picadores deben solicitar salir siempre en caballos de su entera confianza, procurando que sean avisados de la boca y prontos en todas sus salidas, siendo además muy importante que tengan para no perder a cada movimiento de los que hacen en la suerte la situación que el diestro desea guardar; esta condición es muy apreciable, y la designan los picadores diciendo que se agarra bien a la tierra. Antes de ponerse en suerte deberá también el picador bajar el lomo al caballo para poder manejarlo mejor; de otra manera le pueden suceder muchos contratiempos. No es menos útil taparles los ojos, a lo menos el derecho.
Procurará el diestro no soltar la vara cuando puede serle útil, pues no está bien visto; pero cuando ya no sea posible hacer uso de ella por lo descompuesto que esté, y le estorbe para asegurarse, la dejará, y según la disposición en que vea está el toro corneando al caballo, así lo gobernará para que no vaya a tierra, y para sacarlo si es posible de la cabeza, por lo cual jamás debe abandonar la rienda.
También deben los picadores saberse conducir cuando se hallan en el suelo, pues si no estarán muy expuestos. Lo primero que deben procurar en la caída es no trocarse, esto es, no quedar con la cabeza hacia las ancas del caballo y los pies hacia el cuello de este; esta clase de caídas es malísima, porque no se puede manejar el caballo, se está expuesto a recibir coces en la cara, y además a que se levante y deje el diestro en el suelo a cuerpo descubierto. También debe el picador cuando se halle en tierra agarrar la rienda lo mas cerca que pueda de la boca del caballo, para sujetarlo y cubrirse con él, como asimismo debe desde el momento en que suelte la vara y tema caer poner bien los pies para no quedar cogido a un estribo, y que el caballo si sale lo arrastre por la plaza.
En las caídas contra las barreras deberá procurar poner siempre un costado para recibir en él el tablerazo, pues se siente mucho menos: cuando se halle en el suelo y tenga al lado la vara, podrá hacer buen uso de ella pinchándole al toro en el hocico para que se vaya. Procurará además el picador poner al caballo entre él y el toro, y, dirigirse hacia el pescuezo más bien que hacia el anca, pues el toro generalmente cornea a lo más voluminoso.
No hay cosa más desairada en los picadores, y que dé además indicios de cobardía, que agarrarse al olivo antes de tiempo: esto solo lo debe hacer cuando ya se encuentra, desarmado y con el caballo parado y casi muerto, por seguir el toro corneándolo; de otro modo es muy deslucido.