LA TAUROMAQUIA COMPLETA
EL ARTE DE TOREAR EN PLAZA
TANTO A PIE COMO A CABALLO
Por: Francisco Montes “PAQUIRO”
PARTE SEGUNDA - ARTE DE TOREAR A CABALLO
CAPITULO I
DE LAS CUALIDADES QUE DEBE TENER EL TORERO DE A CABALLO
Si hemos visto que es indispensable para ser torero de a píe reunir ciertas cualidades y saberlas arreglar de modo que se saque de ellas el partido que se necesita, para torear a caballo son necesarias otras, sin las cuales lio se dará un paso acertado y seguro.
El torero de a caballo debe tener valor, un físico doble y robusto, un perfecto conocimiento del arte, y ser además jinete consumado.
Todo lo que hemos dicho del valor con relación a los toreros de a pie, debe entenderse para los de a caballo, y así remitimos al lector al capítulo primero de la primera parte, en que hallará cuanto corresponde al asunto.
Debe además el torero de a caballo ser forzudo, porque si bien para las suertes de a pie se necesita más ligereza que fuerza, para las de a caballo es indispensable esta, y con tanta más razón en el día, que solo se usa de la vara de detener. Cuando hablemos luego de las suertes en particular, se verá las ventajas que saca en todas ellas un picador de fuerzas, y que estas no solo le sirven para contrarestar las del toro, sino también para habérselas con el caballo, principalmente cuando se hallan los dos en el suelo.
Así es que por muy jinete que sea el diestro, y por mucho conocimiento y valor que tuviere, no podrá, careciendo de la fuerza, resistir el encontronazo, ni mucho menos despedir al toro por la cabeza del caballo, y no hará suerte en que no tenga que sufrir una cogida de más o menos consideración. Además, que como los toros se consienten siempre que dan cogidas, y se crecen al palo cuando no encuentran castigo, se le presentará como bravos y pegajosos una gran parte de ellos, que, si hubieran sentido bien el hierro, hubieran bajado la cabeza y se hubieran hecho blandos y aun cobardes. Llevará por tanto un sin número de porrazos, de que al cabo vendrá a ser víctima, y jamás habrá podido hacer alarde de las buenas cualidades que por otra parte lo adornaban. Yo conozco muchos que se hallan en este caso, y que no son estimados, porque además de no lucir su trabajo por la falta de poder, matan muchos caballos, y perjudican a los compañeros por consentir los toros; y por el contrario reconozco algunos otros que, no siendo tan diestros, tienen bastante opinión únicamente por el mucho brazo y el mucho castigo que dan a las reses. Si, como yo deseo, se introdujese otro arreglo en las corridas de toros, y los toreros de a caballo hicieran algunas otras suertes en que la destreza, el conocimiento y el valor tuviesen la principal parte, y la fuerza jugara apenas papel, tendríamos más toreros hábiles y más motivos de diversión.
Las frecuentes caídas que dan además los picadores, y la clase de ropa que llevan de medio cuerpo abajo, exigen de su parte un físico reforzado para resistirlas más, sostener la otra, y manejarse con alguna facilidad cuando se hallen en tierra.
Advierto con respecto a los toreros de a caballo una fatalidad que no puedo menos de patentizar aquí, que es su lugar oportuno y encarecer con las mayores veras su remedio: generalmente hablando los picadores no tienen el conocimiento que deben de su profesión, y esta es la fatalidad de que me quejo. Tenemos, es indudable, diestros de a caballo que no tienen que envidiar a los Laureanos, Corchados, Pérez, etc., y vemos con satisfacción que no faltan picadores jóvenes que nos aseguren reemplazar con ventajas quizás a los que actualmente se conocen como los mejores. Esto, no obstante, vemos diariamente salir a picar hombres con muy buenas proporciones, pero sin más conocimiento que el que han adquirido en el campo derribando reses, y sin otra práctica de tomar por delante, que la de haber dado algunos puyazos en las tientas a becerros erales o utreros. Por brillante que sea la disposición de estos, por mucha que sea su aplicación, y por muy decidida que sea su afición, se pasará mucho tiempo antes que posean el conocimiento del arte indispensable para torear con seguridad, y los aficionados e inteligentes no podrán menos que estar disgustados presenciando un aprendizaje, y viendo que los toreros de a pie tienen a cada momento que estar diciendo al picador lo que debe hacer, y dónde debe ponerse. Yo bien sé que los picadores no tienen sino muy rara ocasión de tomar por delante, y por tanto que en las plazas es donde únicamente pueden soltarse y adquirir la práctica, por lo cual debe haber esta tolerancia de parte del público; pero también sé que pudieran cuando llegan a presentarse en el cerco venir adornados del conocimiento de los toros, de las suertes y, en fin, de cuanto el arte encierra en sí, y que solo les fallase la práctica, que en este caso la adquirirían muy pronto. No cesaré, pues, de encarecer la necesidad que tiene el diestro del conocimiento del arte, sin el cual no debe aventurarse a salir a la plaza, so pena de experimentar un noviciado peligroso y lleno de azares.
Pocas ventajas sacaría el picador que reuniese los requisitos antecedentes, si le faltase el de ser jinete consumado. Digo jinete consumado, porque de nada sirve saberse tener en el caballo y agarrarse bien a la silla; esto basta únicamente para no caerse, pero para picar es necesario además de una muy buena mano izquierda, y de tener mucha fuerza en las rodillas, penetrar las intenciones del caballo, dominarlo, conocer si está incómodo, cuál puede ser la causa, y si es el brazo, ponérselo más o menos suave, según lo requiera: es menester también que sepa hacerlo girar, ya sobre las manos, ya sobre las piernas, según la necesidad que haya de ello, como asimismo de hacerlo andar hacia atrás y a los costados, sirviéndose para todo esto tanto de la mano como de la espuela, y usando de todas las ayudas con el debido conocimiento, y solo cuando el caso lo exigiese, pues de lo contrario se exaspera el caballo y se pone en defensa, lo cual es expuestísimo delante del toro. Baste pues lo dicho, y el considerar que el picador tiene que montarse y salir a picar en caballos que no conoce, y que acaso no han servido para montar hasta entonces para convencerse de lo indispensable que le es ser jinete consumado.