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26 - CAPITULO XI - DE LA SUERTE DE MUERTE - ARTICULO SEGUNDO - DE LA ESTOCADA A VUELA PIES

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 LA TAUROMAQUIA COMPLETA

 EL ARTE DE TOREAR EN PLAZA

 TANTO A PIE COMO A CABALLO

 Por: Francisco Montes “PAQUIRO”

 

PARTE PRIMERA  -  ARTE DE TOREAR A PIE

CAPITULO XI 

DE LA SUERTE DE MUERTE

ARTICULO SEGUNDO

DE LA ESTOCADA A VUELA PIES

Joaquín Rodriguez (vulgo) Costillares hizo inmortal su nombre entre los toreros y aficionados no solo por su destreza poco común, y su profundo conocimiento, sino por la invención de la estocada a vuela pies.

 

En efecto, esta nueva suerte, que vino a enriquecer la tauromaquia, es digna por sí de los mayores elogios, y no deja perder de vista la maestría de su autor. Sin ella no tendríamos recursos para matar ciertos toros que por su intención o por su estado particular no arrancan, ni se prestan a suerte alguna, y que se quedarían vivos, o morirían de un modo poco agradable, mientras que por ella se matan del modo más brillante y satisfactorio.

 

Es susceptible de hacerse con toda clase de toros, siempre que se hallen en el estado de aplomados, único oportuno para ejecutarla con toda seguridad.

 

El modo de practicarla es muy sencillo, pues consiste en armarse el diestro para la muerte sobre corto, por razón de que el toro no arranca, lo cual es requisito preciso para la suerte, que por esto también la llaman algunos a toro parado: estando pues armado así, se espera el momento en que el toro tenga la cabeza natural, y yéndose con prontitud a él se le acercará la muleta al hocico bajándola hasta el suelo para que humille bien y se descubra, hecho lo cual se mete la espada saliendo del centro con todos los pies.

 

Por medio de esta suerte, no muy difícil, como se ve, se dan las mejores estocadas, y en el día puede afirmarse sin riesgo de errar que no hay otra más segura, siempre que se haga con todas las precauciones que el grado de perfección a que el arte ha llegado hace considerar como indispensables.

 

Cuando Joaquín Rodríguez inventó esta suerte no estaba la tauromaquia en posesión de tantos descubrimientos útiles ni tantas exactas observaciones como en el día, por lo que dicha suerte no tenía la seguridad y el lucimiento que ahora. Para convencernos de esta verdad no es preciso sino atender al estado presente del arte, que enriquecido con los preceptos que la práctica sobresaliente de tanto profesor hábil le ha prodigado, está bajo un pie mucho más sabio, y más exacto que en los tiempos mismos en que florecieron estos genios de la tauromaquia, que tanto la impulsaron hacia la cima de su perfección. Así es que esta suerte se resentía en cierto modo de la rudeza de aquel tiempo, y quizás sea esta la causa de las cogidas que se han verificado en ella. Efectivamente, en el día ningún matador que tenga un mediano conocimiento y una regular destreza sufrirá cogida en dicha suerte si la hace con las condiciones que son precisas y necesarias para su buen resultado. Estas condiciones son: la primera, el estado aplomado del toro: la segunda, la igualdad de sus pies; y la tercera, la atención a su vista. Sin estas condiciones la suerte es peligrosa, aunque infinitas veces haya dado un feliz resultado.

 

El estado aplomado del toro es absolutamente indispensable para verificar con seguridad una suerte que se funda en su completa inmovilidad. Son funestísimos los resultados que acarrearía el desprecio de este precepto. Si por no estar verdaderamente aplomado arranca hacia el diestro después que éste salió hacia él, ¡cuán probable es la cogida! A lo menos de tres veces que se dé este caso, en una se verificará, y será de muy graves consecuencias, y las otras dos, o no se hará la suerte, o será deslucida, y en vez de aplaudir los espectadores, tacharán al diestro como poco hábil.

 

Ni se crea que es de menor utilidad el atender a la igualdad de las piernas del toro. No debe intentarse jamás el vuela pies sin esta precaución con aquellos que, aunque verdaderamente aplomados, conservan cierto grado de vigor y fuerza, que es a lo que llaman los toreros estar el toro entero. Y no solo en este caso, en todos debe atenderse esta circunstancia, no por otra razón más, si no porque con ella, existiendo las demás, no hay el menor riesgo, mientras que, por el contrario, aunque concurran las otras, como esta falle el peligro no está lejos, siendo muchas las veces en que basta ella sola para asegurarnos en la suerte.

 

Por otras razones se manifiesta la eficacia de esta condición para el buen éxito de la suerte, y la particular atención que merece. La primera es, que el toro tiene dado un paso, que sería preciso lo diese en caso de querer partir teniendo los pies iguales: la segunda, que tiene firmeza para arrancar, y hecho el punto de apoyo para la carrera, que en estas circunstancias está ya engendrada; y tercera, que esto indica estar sobre sí, y de consiguiente que no está exactamente aplomado. Estas razones bastan por si para convencer a cualquiera de la utilidad de esta nueva observación, cuya exactitud confirma la experiencia. No sé a ciencia fija el tiempo en que se hizo: unos la atribuyen a Guillen, y otros la hacen anterior a él; sea lo que, quiera, ella es bastante moderna y de mucha utilidad, por lo que ha llegado a ser un axioma entre los toreros.

 

La atención a la vista del toro ni es superflua, como pretenden algunos, ni es tampoco de primera necesidad, como quieren otros: hay casos en que es absolutamente indiferente que la tenga fija en este o en aquel objeto, o que ande reconociéndolo todo, mientras que, por el contrario, algunas veces se hace preciso que esté fija en alguna parte.

 

Cuando se va a intentar el vuela pies con un toro boyante, verdaderamente aplomado, que humilla bien, que tiene los pies iguales, y en fin, que no da el más mínimo motivo de recelo, se puede verificar aunque tenga la vista fija en el diestro sin peligro alguno: viceversa, cuando el toro sea de sentido, o no esté exactamente aplomado, o conozca al matador etc., entonces será muy oportuno írsele acercando paso a paso hasta estar muy corto, y en viendo que vuelve, la vista dejársele caer encima y dar la estocada; de lo contrario se corre bastante riesgo. Este precepto, de no menor utilidad que los antecedentes, no se despreciará jamás en el caso bastante frecuente de aplomarse el toro por haberlo pinchado el diestro, y se observa que le conoce, que se tapa a sus cites, y que no lo pierde un momento de vista; en tales circunstancias se hace necesario no irse a él cuando la tenga en el bulto, porque se tapará, y con derrotes continuos lo desarmará, y lo pondrá en el lance más crítico que le pueda acontecer.

 

De todo lo dicho se deduce que la estocada a vuela pies es muy fácil y segura en el día, y de mucha utilidad; sin ella, ¿cómo se mataría un toro que, teniendo querencia casual en las tablas, se pusiese de nalgas en ellas, y no obedeciese a cite alguno? En efecto, esta suerte es el único recurso seguro y brillante que posee el diestro para desempeñar felizmente su proyecto en todos los casos en que el toro, sea por querencia o por otro cualquier accidente, no corresponderá su envite y no hace por él.

 

El vuela pies, como dije antes, es susceptible de hacerse con todos los toros, sea la que quiera su clase, lo cual no influye en el modo de hacerla, que es igual en todos: la única diferencia se tomará de los accidentes particulares de los toros y de las circunstancias en que se ejecuta. Así es, que me parece a propósito para cerrar este articulo dar una noticia de los casos particulares en que con más frecuencia se tiene precisión de hacer esta suerte.

 

Cuando un toro que tiene querencia casual con los tableros se va a pasar de muleta, y no sale a los cites, aunque conserve piernas, pero que se ve humilla bien y que tiene los pies iguales, se le hará el vuela pies cambiando los terrenos sin aprensión alguna, pues en estas circunstancias es segurísimo y muy lucido; pero no se hará jamás faltando la querencia, porque en este caso la salida natural del toro es por el mismo terreno que el diestro, y en este contraste puede peligrar.

 

Los toros de sentido se pueden matar a vuela pies con más seguridad que recibidos, siempre que se les quiten cuanto sea posible las piernas, y teniendo cuidado de no irse a ellos sino con todas las precauciones que hemos dicho son indispensables: tales toros usan con mucha frecuencia del ardid de no humillar, lo que hará siempre muy peligrosa la suerte; el remedio único y seguro que hay para este apuro es dejarle caer la muleta en el hocico, lo que siempre produce el efecto deseado, y se aprovecha este momento para asegurarlo de la estocada: de no hacerlo se corre el riesgo no solamente de que no vuelva a ponerse en suerte, sino que después de puesto se tape, y que escarmentado del pinchazo, y conociendo la estratagema, no humille tampoco al tirar la muleta, y deje al diestro embrocado y desarmado. Por consiguiente, será muy oportuno no desperdiciar ningún momento con ellos, y en la primera suerte que hagan asegurar su muerte, confiado el diestro de que será aplaudido por los verdaderos aficionados inteligentes.

 

Cuando un toro está completamente aplomado y de nalgas contra las tablas, será necesario que el matador se decida a darle la estocada a favor del vuela pies; pero este jamás se intenta sino después de estar cerciorado de la imposibilidad de hacer arrancar al toro, que para este vuela pies más que para otro debe estar sin piernas algunas: seguro ya el matador de que el toro tiene las condiciones que apetece, hará que los chulos lo pongan en la misma dirección que las tablas en cuanto sea posible, y dándoselas a él se pondrá en su rectitud, y cuando observe que tiene todos los requisitos que se requieren para hacer la suerte con éxito, dejarse caer para darle la estocada, saliendo con todos los pies. Esta suerte es la más expuesta, porque si el toro se revuelve se encuentra el diestro encerrado entre él y las tablas; por eso se intentará tan solo cuando se vea la imposibilidad de hacerlo mover del sitio en que está, y cuando por sus pocas piernas no pueda dar que temer.

 

Cuando conserve aun algunas, y esté en la disposición que dijimos anteriormente, se procurará enderezarlo con las tablas, esto es, hacer que se ponga mirando a la plaza, en la cual disposición se le dará el pase regular, y en seguida el vuela pies, con la espalda a las tablas, pues siendo esta su querencia, y teniéndolas muy a la vista en el remate de la suerte, no corre el diestro ningún peligro. 

 

Algunas veces, aunque raras, se ve aplomarse un toro en los medios de la plaza, lo cual por lo general es efecto de haber sido lidiados ya, y es tanto más expuesto, cuanto que unen a su malicia extremada la entereza de sus piernas, pues los toros de que hablamos, como no se prestan a suerte de ninguna especie, llegan a la muerte con el mismo vigor o poco menos que cuando salen. El vuela pies en esta ocasión es multiplicadamente más difícil que en otra alguna , y aconsejo al que lo intente que se lleve al lado un chulo bastante inteligente que tiente al toro a ver si sale; seguro de que no, se armará a la muerte, aguardará a que tenga los pies iguales, y hará que el chulo con algún movimiento pequeño le distraiga, para que volviendo la vista proporcione al matador el momento, de hacerle la suerte, siendo además preciso que el chulo le meta el capote al mismo tiempo que el matador va a salirse del centro, para que distraído por este segundo objeto que lo cita y obliga, sentido del castigo, y sorprendido por un bulto que casi no vio venir, se evite el que se revuelva y se apodere del diestro, aunque tuviese dada la estocada; por lo que recomiendo con particular empeño que siempre se salga por pies.