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25 - CAPITULO XI - DE LA SUERTE DE MUERTE - ARTICULO PRIMERO - DEL MODO DE MATAR LOS TOROS, RECIBIENDOLOS

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 LA TAUROMAQUIA COMPLETA

 EL ARTE DE TOREAR EN PLAZA

 TANTO A PIE COMO A CABALLO

 Por: Francisco Montes “PAQUIRO”

 

PARTE PRIMERA  -  ARTE DE TOREAR A PIE

CAPITULO XI 

DE LA SUERTE DE MUERTE

ARTICULO PRIMERO

DEL MODO DE MATAR LOS TOROS, RECIBIENDOLOS

Para matar, pues, a un toro boyante se situará el matador, después de haberlo pasado las veces que le haya parecido, en la rectitud del toro, a la distancia que le indiquen las piernas de él, con el brazo de la espada hacia el terreno de afuera, el cuerpo perfilado igualmente a dicho terreno, y la mano de la espada delante del medio del pecho, formando el brazo y la espada una misma línea, para dar más fuerza a la estocada, por lo cual el codo estará alto, y la punta de la espada mirando rectamente al sitio en que se quiere clavar. El brazo de la muleta después de haberla cogido un poco sobre el palo en el extremo por donde está asido, lo que se hace con el doble objeto de reducir al toro al extremo de afuera, que es el desliado, y de que no se pise, se pondrá del mismo modo que dijimos para el pase de pecho, en la cual situación, airosísima por sí, cita al toro para el lance fatal, lo deja llegar por su terreno a jurisdicción, y sin mover los pies, luego que esté bien humillado, meterá el brazo de la espada que hasta este tiempo estuvo reservado, con lo cual marca la estocada dentro, y a favor del quiebro de muleta se halla fuera cuando él toro tira la cabezada. Este modo de matar, que es el más usado, y muy bonito, se llama a toro recibido.

 

Los toros boyantes se matan de esta manera con mucha facilidad y sin ningún peligro, pues ellos van por su terreno más bien fuera que dentro, y tanto, que es necesario al citarlos hacerles un envite con la muleta hacia el cuerpo, pues si no se desunen mucho en el centro, y no puede el diestro dominarlos bien, ni darles la estocada dentro, de lo que resulta muchas veces atravesarlos, lo que es muy deslucido. Así es que se hace indispensable llamarlos bien al centro, para que entren ceñidos, y que la suerte salga bien hecha; y esto es a lo que los toreros llaman embraguetar los toros.

 

A estos de que hablamos y a los revoltosos se les puede hacer esta suerte dejándoles todas las piernas, siendo además muy bonito con los últimos pasarlos muchas veces seguidas, alternando el pase regular con el de pecho, y en uno de estos darles la estocada, todo lo cual hecho con mucha prontitud, como es necesario por la rapidez con que se vuelven, constituye la suerte más bonita de matar, pues aun teniendo dada ya la estocada se les sigue trasteando con la muleta hasta que caen.

 

Esto mismo, aunque puede hacerse con otros toros en teniendo habilidad para recogerlos, y que queden preparados a segunda suerte, nunca es tan completo como con los revoltosos, porque estos en virtud de su índole particular se prestan para este modo de suerte de una manera muy ventajosa para el matador. Yo los reputo por los mejores.

 

Los toros que se ciñen son excelentes para esta suerte, y se les puede hacer dejándoles todas las piernas, porque como, según se ha visto, el ceñirse es cualidad favorable para la muerte, rematarán la suerte con más lucimiento conservando las piernas que teniéndolas perdidas, y la seguridad es la misma en ambos casos. Lo que debo advertir es que no se les cite como a los boyantes hacia el centro, pues ellos lo buscan, y si desde el principio se inclinan a él podrán llegar a embrocar. Esto se consigue con solo no doblar el codo izquierdo, pues quedando el brazo derecho, aparta lo que debe la muleta, que en todo caso es regla general tenerla muy baja para que el toro humille bien.

 

Los toros que ganan terreno son muy difíciles de matar, principalmente cuando conservan piernas; pero, sin embargo, el diestro que armado del valor y conocimiento necesarios intente hacerles esta suerte del modo que diré, saldrá felizmente de su empresa.

 

Si no tienen piernas se situará el diestro bastante corto, con lo cual se les quita terreno que cortar, y la suerte será, aunque muy ceñida, segura, siempre que se les haga un quiebro grande de muleta y no se tarde en salirse del centro. Pero cuando conservan las piernas se necesita mucha precaución: entonces es necesario situarse sobre largo, pero a pesar de esto lo menos largo posible, pues se corre menos riesgo en situarse un poco corto que largo por dejarle al toro mucho terreno que cortar, y es la razón que en este último caso llega a formar el centro de la suerte atravesada, y sin dejar tierra al diestro para rematarla, de modo que pisando ambos un mismo terreno, y siendo por consiguiente uno el remate, solo se librará de una cogida cuando sus pies superen a los del toro. Situado, pues, el diestro como he dicho, lo cita, y luego que le arranque, si ve que no le gana mucho terreno, se irá mejorando a la par de él, de modo que habiéndose preparado suficiente tierra, cuando llega a jurisdicción se forma el centro cual se desea para el feliz remate de la suerte, que en todas sus partes se hará por las reglas establecidas para estos toros cuando están sin piernas. En el caso que el diestro conozca que por venir el toro ganando mucho terreno puede resultar el centro atravesado, entonces el recurso que hay es salirle con prontitud al encuentro, formando el centro de la suerte en el mismo de las distancias, y conforme ponga la espada hará un buen quiebro para acabar de clavarla, y salir con pies.

 

Esta suerte, que como se ve por su explicación participa de la de toro recibido y de la de vuela pies, es el único modo que hay para matar con seguridad los toros que ganan terreno y conservan piernas: su ejecución es muy difícil, por ser necesario embrocar para marcar dentro la estocada, hacer un quiebro grande y violento para salir de embroque, concluir la estocada y salir con pies, todo en un momento, y en un centro tan pequeño y tan veloz como es el que se forma por la unión de las direcciones, opuestas que el diestro y el toro traen en sus viajes. Por tanto, recomiendo su ejecución a los matadores que se conozcan con pies y ligereza para efectuar estos movimientos, y que al mismo tiempo estén dotados de suficiente resolución; y por el contrario, se la prohíbo a todo aquel en quien no militen las circunstancias dichas, los cuales siempre que tengan que matar un toro de esta clase deberán hacer que le quiten las piernas.

 

Muchas veces he visto matar estos toros dando el diestro pasos de espalda (pero sin desarmarse) a la par que el toro los va dando y ganándole el terreno, con lo que se hace que se enmiende y tome el de afuera, y en caso, que no obedezca y siga cortando tierra, se le da el pase regular trocado, y proporciona una buena suerte. También he visto en este mismo caso que algunos matadores cuando estaba el toro para entrar en jurisdicción le alzaban la muleta desliada, y la bajaban con prontitud poniéndola en el terreno que le corresponde, con cuyo espanto el toro se detiene un poco observando la muleta, y al caer como está tan cerca hace por ella, y el diestro aprovecha este momento, lo coge en la humillación, le da la estocada y sale con pies. Constantemente he visto buen éxito en esta suerte, y aconsejo que siempre que el matador se vea en el caso de ir a formar el centro atravesado, por no haberse enmendado ni haber salido al encuentro del toro, intente hacerla, que sino siempre, las mas veces le proporcionará una suerte segura y brillante, en vez de otra que cuando más feliz será arrollada.

 

Los toros de sentido son los más difíciles para esta suerte: rara vez se pueden matar recibidos, porque no la hacen buena, y aunque el diestro la intente nunca será cual es en sí, pues participará como ya diré de la de media vuelta. A estos se hace indispensable quitarles las piernas, para que el diestro se pueda ir sobre corto, y conforme arranquen y lleguen a jurisdicción les agachará mucho el engaño procurando empaparlos en él, y saliendo del centro que traiga el toro le dará la estocada y saldrá con pies. Regularmente, a pesar de los pocos suyos, el toro se revuelve mucho, y como el diestro se salió del centro, y no dio en él la estocada, tiene que seguir volviéndose, y buscándole los cuartos traseros, para no llegar a embrocar y rematarla y esta es la razón porque dije arriba que nunca esta suerte se les podría hacer a estos toros cual es en sí y que participaba de la de media vuelta. No obstante, cuando el diestro esté convencido de los pocos pies del toro podrá hacerla algo más lucida teniendo bien parados los suyos, hasta que llegue perfectamente a humillar para recogerlo, y entonces con bastante quiebro de muleta vacía el cuerpo del centro marcando en él la estocada, y después que esté fuera se dejará caer sobre el toro para asegurarlo de aquella vez, y se saldrá como hemos dicho. De este modo, que no es difícil en teniendo serenidad y firmeza para hacer el quiebro a tiempo y con ligereza, se logra matar a estos toros recibidos y con mucho lucimiento: es también muy seguro, porque se le reduce a que haga el centro en el sitio correspondiente, pues viendo en él al diestro no puede menos que hacer por él, y como por sus pocas, piernas permite que este, no mueva los pies, y lo deje llegar hasta que humille para recogerlo, y no puede volverse por faltarle el vigor, marca la estocada dentro, y a favor del quiebro vacía el cuerpo, de manera que se halla fuera a la cabezada, y tan seguro como se puede inferir por las pocas piernas del toro.

 

He de advertir que muchas veces estos se matan bien aunque conserven las piernas suficientes para dar que temer: el buen éxito que se observa en estos casos, que a primera vista parece imposible conseguir, y cuya imposibilidad quizás la deducirá alguno de las  reglas mismas que dejo establecidas y de mis reflexiones sobre ellas, se obtendrá siempre que el torero tenga los requisitos que indispensablemente debe reunir para apellidarse justamente con este nombre (véase el capítulo 1.º), pues poniéndonos en el último resultado que puede dar la suerte más difícil y arriesgada, que es la cogida del diestro, esta no se verificará jamás sin que preceda un embroque sobre corto, en el cual es necesario que el toro humille para poder usar de las armas que le dio la naturaleza , y en esta humillación, precisa, inexcusable, y que no puede dejar de verificar, pues es un efecto de su disposición esencial, se libertará el que teniendo un ánimo tranquilo que le deje conocer que a favor de un quiebro vacía el cuerpo del sitio en que debe estar para que el toro lo enganche, y además ligereza para hacerlo, lo practique a tiempo. Por consiguiente, ¿qué suerte arredrará ya a ningún torero? No puede el toro cogerlo como haga un quiebro. Pero este quiebro no siempre se puede hacer a tiempo, pues no todos los que torean tienen los requisitos necesarios en un tan alto punto como se requiere para este grado de superioridad.

 

Por tanto, habiendo suertes que ejecutar con todos los toros de una seguridad grande, que siempre está en razón directa de la sencillez de aquellas, y de tanto o más lucimiento, pues este no se opone a la sencillez, sino antes bien se hermana completamente con ella, será una vituperable temeridad intentar las que pueden dar un funesto resultado en descrédito del arte y de los profesores mismos.

 

Esta digresión, impertinente para muchos, no lo será para los que consideren los funestos resultados que puede tener el no manifestar las ventajas y perjuicios que, se hallan en las suertes; pero no piensen que las presento para cohibir a los verdaderos diestros, y para que sirva de disculpa a los ignorantes y cobardes: soy bien conocido en el arte para facilitar excusas a los toreros que autoricen su miedo o su holgazanería: mi objeto no es otro, como ya he dicho, que el de hacer patente las buenas o malas consecuencias de las suertes, cuyas reglas manifiesto, con el fin de que no se intenten las muy difíciles por los toreros poco hábiles, ni por los jóvenes que estando en el principio de la práctica del arte, y manifestando una brillante disposición, intenten verificar lo que no puede tener buen resultado atendiendo a su dificultad y a la poca experiencia de ellos mismos, que guiados por su amor propio se arrojan inconsideradamente, hasta que un momento desgraciado termina su existencia, y desvanece las fundadas esperanzas de los que algún día se consentían verlos al nivel de los más diestros profesores.

 

Volviendo, pues, al hilo de mi discurso, digo que siempre se le quiten las piernas a estos toros para la muerte, y que se debe tener al lado un chulo de bastante conocimiento, el cual metiendo el capote a tiempo distraerá al toro del bulto, y tendrá mucha parte en el buen resultado de la suerte.

 

Muchas veces estos toros ganan también terreno, y en este caso, además de todo lo dicho para ellos, se tendrán presentes las reglas que para los que ganan terreno hemos dado, haciéndoles la suerte con la más grande precaución, y tratando de asegurarlos poniéndoles baja la espada.

 

Los toros abantos se matan muy bien recibidos siempre que arrancan, pues nunca se quedan cerniendo en el engaño por estar recogido; pero es preciso embraguetarlos mucho, y tener muy reservado el brazo de la espada, para no darles la estocada hasta que estén muy en el centro; no por otro motivo sino porque ellos son siempre blandos, y si se adelanta el brazo y se les pincha antes de estar muy metidos en la suerte, hacen un corcovo, y se salen de ella.

 

Los toros abantos, que he dado a conocer con el nombre de bravucones, tienen que matarse con algún cuidado, porque como ya he dicho, suelen rebrincarse al tomar el engaño, lo cual es mucho más frecuente en la suerte de muerte, y tiene el doble riesgo de poder arrollar al diestro y lastimarle con la espada; por lo que será muy oportuno salirse del centro que ellos traigan, y tener reservado el brazo hasta que humillen, que es el tiempo propio de darles la muerte. De este modo se consigue que si el toro rebrinca no atropelle al diestro, y que no haga el corcovo y se salga de la suerte.

 

Los burri-ciegos de la primer clase se matarán recibidos de un modo muy satisfactorio con solo tener la precaución de quebrantarles un poco las piernas, haciéndoles en lo demás la suerte de la manera que lo pida su índole particular. No debe nunca perderse de vista, en caso que el toro siendo malo ponga la suerte en disposición poco favorable, el recurso que hay de salirse de ella sin recelo alguno, pues por el defecto que tiene en la vista dejara de hacer por el bulto.

 

Los burri-ciegos de la segunda se pueden matar del modo dicho dejándoles o no las piernas. Si se les dejan, se citan por consiguiente sobre largo, que es donde ven mejor, suele suceder que se paran poco antes de llegar al engaño: esto no es muy frecuente ni de cuidado tampoco, pues en hablándoles y acercándoles la muleta rematan la suerte bien. Cuando no tienen piernas se les irá muy sobre corto para el cite, hablándoles también, y haciéndoles la suerte en todo lo demás del modo que indique su condición; pero siempre será bueno tener algo más desliada la muleta para ellos que para las otras clases.

 

Si dijimos para los de la primera que tenía el diestro un buen recurso en salirse de la suerte, en estos por el contrario se necesita un cuidado extremado para hacerlo como ya dije hablando de ellos en la suerte de capa, adonde remito al lector para evitar repeticiones.

 

Los burri-ciegos de la última clase se matarán según su condición, sin tener que hacer más sino presentarles la muleta con las mismas condiciones que dijimos para la capa.

 

Los toros tuertos se matan recibidos con mucha facilidad, principalmente cuando lo son del ojo izquierdo. No hay peligro en dejarles las piernas cuando son boyantes, o de otra cualquier clase que no sea de cuidado, pero se les quitarán siempre que sean de los que pueden dar que recelar. Suponiendo que por ser boyante se le han dejado las piernas, y que el lado por donde no ve es el derecho, se pondrá el diestro para la muerte a la distancia regular, lo citará, y luego que arranque lo dejará venir por su terreno hasta que entre en jurisdicción, y entonces, metiendo la muleta en el terreno del toro para buscarle el ojo por donde ve, y haciendo el quiebro correspondiente, dará la estocada, y rematará la suerte del modo anteriormente explicado.

 

Lo que he advertido de meter la muleta en el terreno del toro para que la vea no se crea que es indiferente, pues en ello consiste en gran parte el buen resultado de la suerte: si no se hace, el toro, que ve desaparecer casi del todo el bulto que tenía delante, se revuelve hacia el lado tuerto con una extraordinaria prontitud, y aunque tenga clavada ya la espada, si el diestro se queda parado, lo cual es muy probable por lo mismo de ser tuerto el toro, podrá sufrir un embroque, del que no siempre saldrá con felicidad.

 

También los toros tuertos del ojo izquierdo se matan con mucha facilidad siempre que sean boyantes, y aunque conserven piernas; pero es necesario con ellos tener muy bien parados los pies, y cuando lleguen a jurisdicción hacerles humillar mucho y pronto, bajándoles la muleta, y haciéndoles un buen quiebro para vaciar el cuerpo del centro en que se habrá ya marcado la estocada. 

 

Aunque como ya he dicho no hay peligro en dejarles las piernas a estos toros, sin embargo, no será inútil quitárselas, pues se revuelven muchísimo, por razón de que ven muy bien la huida del diestro, y no se pueden distraer por el otro lado, que es el tuerto, de manera que en teniendo muchas piernas pueden deslucir la suerte con peligro del torero. Es sin embargo rarísimo, y solo sucede cuando son toros muy codiciosos y malos; pero las demás clases de tuertos rematan lo mismo que los más boyantes, y mucho más si van bien castigados del hierro.