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08 - CAPITULO VI - DE LAS SUERTES DE CAPA - ARTICULO II - DE LA SUERTE A LA VERONICA, O SEA DE FRENTE

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 LA TAUROMAQUIA COMPLETA

 EL ARTE DE TOREAR EN PLAZA

 TANTO A PIE COMO A CABALLO

 Por: Francisco Montes “PAQUIRO” 

PARTE PRIMERA  -  ARTE DE TOREAR A PIE

CAPITULO VI

DE LAS SUERTES DE CAPA

 

ARTICULO II

DE LA SUERTE A LA VERONICA, O SEA DE FRENTE

 

Esta suerte se hace cuando está el toro derecho, esto es, dividiendo igualmente los terrenos, para lo cual es preciso que esté en la misma dirección que las tablas; a esto se llama estar el toro en suerte, y es necesario para hacer cualquiera de las de capa con seguridad y lucimiento.

 

El terreno del toro es el que le sigue a este, puesto en suerte, hasta los medios de la plaza; también se llama terreno de afuera; el del diestro es el que hay entre este puesto en suerte y las tablas. Se halla en suerte el diestro cuando está frente al toro y preparado para ejecutar alguna.

 

Se llama centro de los terrenos, y más propiamente dicho centro de las suertes o centro simplemente, el sitio en que habiendo humillado el toro y hecho el quiebro el diestro, se dividen los terrenos tomando cada uno el suyo.

 

En toda suerte es necesario situarse en frente del toro, pues de otro modo ninguna es lucida y casi todas expuestas; también es regla general citar los toros según las piernas; esto es, que si tienen muchas se podrán tomar largos, pero si tienen pocas entonces se tomarán sobre corto; siendo mucho mejor en toda suerte pecar por tomarlos cortos que largos, como se verá en su lugar.

 

La primera suerte de que debemos hablar es la verónica, o sea de frente, la cual es muy fácil y lucida, y se hace de este modo: sitúase el diestro en frente del toro de tal modo, que sus pies estén mirando hacia las manos de éste, y a una distancia proporcionada según sus piernas; lo citará, lo dejará venir por su terreno hasta que llegue a jurisdicción, y entonces le cargará la suerte, y cuando tenga el loro fuera y esté en su terreno tirará los brazos para sacar el capote, con lo cual queda la suerte rematada: se debe procurar que el toro quede derecho para hacerle la segunda, lo cual se adquiere con la práctica, pues consiste en el tiempo en que se tiran los brazos, y en el modo de rematar la anterior. Así es como se ejecuta la verónica con los toros boyantes; pero con los de otras clases es menester variarla en algo, como veremos ahora.

 

Los toros revoltosos son muy buenos para esta suerte, la cual se les hará como ya hemos dicho para los boyantes con la sola diferencia de alzar el capote mucho en el remate, para darles una salida larga y bastante fuera, teniendo además cuidado de dar cuatro o seis pasos de espalda al rematar la suerte; y es la razón, porque como estos toros tienen tanto celo por el engaño, y se revuelven con facilidad para buscarlo, si el diestro no se ha prevenido con las precauciones dichas, se encontrará al toro encima antes de haberse podido armar, para segunda suerte, y lo podrá arrollar; todo lo cual se evita con lo dicho, y se proporciona una suerte muy segura y lucidísima. 

 

Los toros que se ciñen necesitan algún más cuidado que los antecedentes, y se les hará del modo siguiente: conforme el toro arranque, se empezará a tender y cargar la suerte, para que cuando llegue a jurisdicción ocupe ya el terreno de afuera, y el diestro con poco quiebro que haga toma el suyo: es menester tener cuidado con estos toros de no tirar los brazos hasta que hayan humillado bien y estén fuera del todo, pues de este modo el remate es muy seguro: esto se llama hartar los toros de capa.

 

Los toros que ganan terreno necesitan mucha precaución en esta suerte, pero también la tienen segura, pues hay muchos recursos para ellos: lo primero que yo aconsejo hacer es tomarlos lo más corto que se pueda, pues de este modo arrancan ni más ni menos que los boyantes, o cuando más ciñéndose, porque tienen el engaño tan cerca que conforme dan dos pasos entran en jurisdicción, y por consiguiente; en haciéndoles el quiebro que a los que se ciñen, y teniendo desde el principio de citarlos tendida la suerte, se les da un remate feliz. Sin embargo, veo que no siempre se podrán tomar tan cortos estos toros, y entonces se observará lo siguiente: conforme arranquen se empezará a tenderles y cargarles la suerte como hemos dicho para los que se ciñen, haciéndoles además bastante quiebro; si el toro no obedece y se cuela, se mejorará el terreno con prontitud, adelantándose además a recibirlo en jurisdicción, con lo cual se le obliga a tomar el engaño, y se le dará el mismo remate que a los revoltosos, hartándolos también de capa. Sucede a veces que, a pesar de todo, por tener el toro muchas piernas o estar las tablas muy cerca, no se puede hacer nada de lo dicho, porque se encontrarla el diestro encerrado entre las barreras y el toro, y expuesto a una muy mala cogida; en este caso lo que debe hacer es dejarlo venir ganando terreno y colándose, y dar también algunos pasos de espalda con la suerte tendida, con lo cual se le engaña completamente, pues sigue cortando el terreno a términos, que cuando llega a jurisdicción ocupa enteramente el de adentro, y cargándole bien la suerte, y haciendo el quiebro como ya hemos dicho, se le da seguro rematé echándose el diestro a la plaza. A esto se llama dar las tablas al toro o cambiar los terrenos. Es regla general con estos toros hartarlos de capa y darles los remates muy largos, haciéndoles mucho quiebro en el momento de cargarles la suerte.

 

Algunas veces estos toros rematan en el bulto, principalmente cuando son de los que hemos dicho que empiezan a ganar terreno después de varias suertes» n este caso, además de las precauciones dichas es necesario echar mano de los recursos que veremos posee el arte para los toros de sentido. 

 

Estos toros, cuyo distintivo es el rematar en el bulto o cuerpo del torero, son los más difíciles de torear, y los que han dado más cogidas; pero como veremos ahora tienen su suerte segura. Para ejecutarla se llamarán con las mismas precauciones que los antecedentes, teniendo perfectamente cubierto el cuerpo con el engaño, con lo cual se les obliga a que lo tomen, y aun cuando su remate es en el cuerpo, se evita no moviendo los pies hasta que el toro haya humillado y tenga la cabeza bien metida en la capa, de suerte que no pueda ver el lado de la huida del diestro, el cual en el momento que lo tenga en esta disposición le cargará la suerte, y sin tirar todavía los brazos, con un quiebro grande de cuerpo se saldrá del centro dando con ligereza cuatro o seis pasos a la espalda para ocupar el terreno que deja el toro, en cuyo acto tiene que tirar los brazos, y sacar la capa por alto en el mismo momento en que el toro tira la cabezada fuera, con lo cual se remata la suerte con seguridad. No obstante, sucede muchas veces que estos toros desde que arrancan vienen ya metidos en el terreno del diestro buscándoles el cuerpo, y de un modo que no dan lugar a mejorar el sitio, lo cual nunca se intentará, siendo preciso cambiar los terrenos por las mismas reglas que dimos para los que lo ganan, y usando además de todas las precauciones que hemos dado arriba, con lo que el remate es seguro. Si a pesar de todo lo expuesto el toro, que sucede raras veces, se revuelve muchísimo y viene a parar al cuerpo, el recurso que hay seguro para librarse de este embroque, siempre peligroso, es echarle la capa en la cabeza tapándole los ojos y escapando por pies; aquel objeto que tiene encima le obliga siempre a detenerse un poco y tirar una cabezada para librarse de él, en cuyo tiempo el diestro tomará guarida.

 

Lo que hemos advertido de no tirar los brazos hasta que el toro esté todo metido en la capa, y el diestro fuera del centro del modo dicho, es muy interesante para librarse de estos toros, y quizás lo único esencial, pues de esta manera se les reduce a un solo objeto, se les deja hecho dueños de él, no ven la huida del bulto, y cuando se quita el engaño se encuentran sin tener con quien satisfacer su coraje y su intención.

 

Los toros abantos tienen que torearse con cuidado, pues a veces parten con mucha desproporción, y por tanto suelen arrollar al diestro. Se deben pues torear por las reglas que hemos dado para los que ganan terreno, para mejorarlo se vienen por el del diestro, y hacer el cambio en caso, que se cuelen al de adentro.

 

A los brabucones será menester tenerles siempre, libre y prevenido el terreno de afuera, porque como suelen rebrincar, si el diestro ocupa el centro está en su terreno, y podrá sufrir una cogida.

 

Cuando estos toros se queden en el centro de las distancias sin hacer suerte, será muy bueno adelantarse formando una nueva. Cuando parten, y al llegar al engaño quedan cerniéndose en él, se tendrá el cuidado de no tirar los brazos ni mover los pies, pues entonces darán una cogida; por consiguiente, hasta que humillen y hagan suerte guardará el diestro su posición.

 

Es mucho mejor para llamar estos toros recoger el engaño al cuerpo e irse con esté descubierto, porque de este modo tienen menos miedo y arrancan mejor; al llegar a jurisdicción se abre el engaño y lo tienen que tomar, logrando así que partan con regularidad, pues es muy frecuente en ellos salirse de la suerte en el momento que ven al diestro presentándoles el engaño, porque se asustan de ver un bulto tan grande.

 

Los toros burri-ciegos de la primer clase, se torearán según aquella, a que pertenezcan con arreglo a lo que hemos dicho, teniendo mucho cuidado al ponerse en suerte, porque como debe ser sobre corto para que el toro vea bien, y suelen arrancar con mucha presteza, en no estando el diestro sobre sí es muy posible la cogida.

 

Los burri-ciegos de la segunda se torearán también según las reglas que hemos dado para los demás, con la sola diferencia de tomarlos largos, presentarles el engaño muy grande, y llevarlos muy metidos en él. Estos toros algunas veces se quedan también cerniendo en el engaño como los abantos; pero es más frecuente que se paren en el centro de las distancias, en cuyo caso, o bien se puede adelantar el terreno para obligarlos a que hagan suerte, o bien puede el diestro salirse de ella; cuando se haga esto último es preciso que sea con mucha precaución, retirándose sin desarmarse, y sin quitar la vista del toro, pues suelen arrancar cuando el bulto está lejos, que es cuando lo ven mejor; y si él se desarmó y no tenía la vista en el loro, le podrán dar una cogida, lo que he visto más de una vez. 

 

La última clase de burri-ciegos no tiene que torear más, sino según su condición, y prevenirles un engaño grande de color vivo, presentárselo, alto, tomarlos muy cortos, y obligarlos mucho al citarlos, hablándoles, porque son en extremo pesados.

 

Los toros tuertos son malos para las suertes de capa, pues, aunque se les hacen con seguridad son deslucidas. Yo los he visto capear las más veces teniendo el ojo bueno hacia el terreno de adentro; en este caso se revuelven muchísimo, y al parecer buscan el cuerpo, pero en realidad no es así; y el revolverse es efecto de no ver más que por un lado el engaño, de suerte que al mismo tiempo de irlo buscando se van volviendo, por lo cual es menester hacerles la suerte del modo que hemos dicho para los de sentido, el remate como a los revoltosos.

 

Parece increíble lo que los toros tuertos revuelven en esta suerte: yo he visto tener que dar casi una vuelta entera, llevando el toro metido en el engaño sin podérselo sacar, porque cuanto se hubieran tirado los brazos daba una cogida; lo que se hace en este caso es dar con rapidez el quiebro natural, y seguir dando con pasos de espalda una media vuelta también rápida, bajando al mismo tiempo mucho el engaño para que humille bien, en cuyo tiempo, metiéndose el diestro en su terreno, tira con prontitud los brazos: con todo lo cual el toro sufre un destronque tan grande que lo hace hocicar y dar un remate tan seguro como lucido. 

 

Estos toros dan cogidas a menudo, dimanadas de haberse querido rematar la suerte antes de tiempo, pues con los que se revuelven tanto como ya hemos dicho, es preciso dar la vuelta casi entera para que sufran el destronque, que es el que nos proporciona seguro remate. Debe también tenerse presente que es necesario ponerse en suerte con estos toros muy separados de las tablas, porque si son de los que se revuelven mucho se encontrará el diestro sin tener lugar para la vuelta.

 

Muy pocas veces he visto ponerse a citar un toro tuerto teniendo este ojo hacia el terreno de afuera, y jamás vi hacer una suerte a que se le pudiese dar este nombre: sin embargo, yo concebía una manera de hacerla, a mi parecer segura y lucida, y es, presentándose al toro pisándole un poco su terreno, y teniendo el capote de modo que cubra el cuerpo y esté más del lado de afuera, lo que se consigue teniendo el brazo que mira a este terreno extendido, y el otro natural; estando de este modo se cita al toro teniendo bien parados los pies, pues aunque se está en su terreno, como el capote está todavía más en él, se viene echando fuera; desde el momento que entre en jurisdicción se le tenderá la suerte, y con un pequeño  quiebro que se haga al cargársela, se está enteramente fuera, se tiran los brazos, y se saca la capa, ya por alto, ya por bajo, con muchísima seguridad, porque al rematar está el diestro por el lado del ojo tuerto, y puede quedarse quieto sin peligro; yo no puedo decir más de esta suerte sino que la he ejecutado después, y que su práctica se acomoda perfectamente a su teoría.