LOS FORCADOS - Por Antonio Martín Maqueda - El Ruedo 26/12/1946
LOS FORCADOS
Conservan en su idioma los portugueses muchas palabras del antiguo castellano, designando, como Cervantes en el «Quijote», al sastre, alfaiate, y diciendo agua «férvida», «fazer», «falar», «forca», y en diminutivo, «forquilla», y como derivado de ella reciben los elementos taurinos que la utilizan en las corridas de toros el nombre de forcados; y ya que todos los países aceptan nuestros sustantivos tauromáquicos sin enmendarlos, nosotros debíamos aceptar los nombres de las diferentes modalidades del toreo que se practican fuera de España, pronunciándolos y escribiéndolos correctamente.
El juicio que forman los españoles de la actuación de los también llamados «pegadores» portugueses, considerándolo como trabajo de fuerza, es, sin duda, la base del error de escribirse en España el nombre de forcado con “ç”, desvirtuando completamente el sentido, pues en el idioma de Camoens la citada letra tiene el mismo valor que la última de nuestro abecedario, escribiéndose en ese caso forzado, derivado de fuerza, forzar contra la voluntad a ejecutar una cosa, y como son designados los condenados a trabajos de la misma índole.
Hoy sólo usan la forquilla —un palo redondo, de unos tres centímetros de diámetro y metro y medio de altura, aproximadamente, rematado con un casquillo de metal, del que nacen dos pequeños y abiertos brazos, terminados en gruesas bolas— en las «cortezías» y para una suerte llamada «A casa da guarda», que ejecutan en las «touradas» (así llamadas para distinguirlas de las corridas, o sea, las de toros de muerte) a la «antigua portuguesa», constituidas por «cavaleiros» o rejoneadores, banderilleros y forcados.
La referida «casa da guarda» es una suerte muy parecida a la que hacía en las también antiguas corridas reales españolas, debajo del palco real, la guardia tudesca, y esta «guardia amarilla», sustituida por los llamados guardias de Corps, y, a su vez, por los alabarderos, últimos que la ejecutaron en el casamiento de la que luego fue reina regente.
Estos grupos o cuadrillas toman el nombre de la ciudad o pueblo de donde proceden, y el jefe del mismo se llama cabo, siendo, generalmente, la primera «pega» hecha por él.
He visto practicarla al Grupo de Forcados de Montemor o Novo, dándose en él la particularidad de estar completamente integrado por elementos de profesiones liberales: arquitectos, abogados, etc.
Se sentó el grupo en el estribo de la barrena, con la «forquilla» a media altura y el regatón haciendo tope en ella. Esperaron la acometida del toro —un buen mozo, con poder, y si no me falla la memoria, era de don Antonio Vaz Monteiro—, que al pasar por el tercio, frente a ellos, se fijó en el grupo, arrancándose con fuerza. Al tropezar su testuz con aquella barrera de palos, frenó en seco y tiró varios derrotes. Reculó un poco, entró y nuevamente las bolas le impidieron el avance. Otra vez para atrás; miró estúpidamente, y volviendo la cara, no volvió a acometerles, aunque intentaron que la repitiera un banderillero y uno de los forcados, que se salió con ese objeto del grupo. No consiguieron nueva arrancada.
El peligro está en que la acometida del bicho sea por uno de los costados, pues entonces hace con ellos lo que en Andalucía llaman un «estropicio».
Para darse cuenta de la afición que los portugueses tienen a ejecutar «pegas», baste decir que las Empresas anuncian —sobre todo, en los pueblos y en festejos de poca monta-, un toro llamado aquí para «curiosos», y casi siempre ya toreado, por lo que no hace falta ser un lince para comprender que desde que pisa el ruedo es una máquina de pegar trompazos. De veinticinco o treinta personas que bajan al redondel, no hay una que vaya provista de capote, muleta o algo que haga sus veces para intentar torear. Todos, absolutamente todos, llevan la intención de «pegarlo».
Esta contumacia de los aficionados portugueses a «pegar» los toros en vez de intentar torearlos, llevará al lector a la creencia de que también les inclinará, en parte —como sucede en España a los que quieren ser toreros—-, un afán de fama y de lucro. Nada más lejos de la realidad, y, según las referencias que de ello tengo, lo que reciben por «pegar» los cuatro toros, que ya han sido rejoneados por los «cavaleiros», es, poco más o menos, de «cien mil reis», o sea cien escudos.
Si los toreros que aquí vienen dicen, cuando los ven actuar, que no pegaban un toro por el dinero que ganan Manolete y Arruza juntos, cuando conocen la cantidad que reciben se quedan admirados. Quedando bien patente el romanticismo taurino portugués.
También su vestimenta es muy decorativa; llevan en la cabeza una barretina de terminación redonda, color verde, y como remate una borla del mismo color que la diferencia de la del Campino, que es roja, siendo este detalle importante, y censurado quien no lo observe, como lo fue este año un cartel para las «Fiestes del barrete verde», de Alcochete. Antiguamente usaban un sombrero muy parecido al castor de los picadores, de color gris y sin borla; camisa blanca lisa; corbatín rojo y amplia faja del mismo color; una chaquetilla corta de tela estampada, color naranja claro, con grandes rosas en bermellón, también claro; pantalón corto, de color amarillo, aunque hoy la mayoría lo usan de color caqui; unas cintas rojas, que lo sujetan al mismo tiempo que las medias; éstas son blancas, y los zapatos, de cuero claro.
Por: Don Antonio Martín Maqueda
Fuente: EL RUEDO - Suplemento taurino de Marca - Madrid, 26 de diciembre de 1946