LA TAUROMAQUIA EN MEXICO - I -
La Fiesta de toros en la Nueva España posee muy hondas raíces. Comienza su historia en el momento en que este territorio quedó incorporado a la Corona de Castilla. Fue implantada por los conquistadores y acogida con enorme entusiasmo por todos: nobles y plebeyos, españoles e indios.
Los conquistadores introdujeron ganado bovino en el instante de pisar tierra azteca, pero sólo para el propio sustento y servicio. Fue más tarde cuando los colonizadores importaron a las tierras recién conquistadas reses vacunas para el abastecimiento de la población y para formar dehesas que sirvieran de reserva alimenticia.
Respecto a la primera vez que se corrieron toros en Nueva España existen dos versiones. José de J. Núñez Domínguez asegura, en su «Historia y tauromaquia mexicanas», que la primera corrida fue el 24 de junio de 1526, celebrada para festejar el regreso de Hernán Cortés de las Hibueras. Como Cortés había llegado a las costas mejicanas el 4 de marzo de 1519, resulta que la referida fiesta tuvo efecto siete años después, y en la ciudad de México. La otra versión es la que ofrece el documentadísimo libro de Nicolás Rangel (1). Dice que la primera corrida en la ciudad de México se verificó el 13 de agosto de 1529. Copia íntegro el mandato, por el cual se instituían de manera oficial las fiestas de toros: «Miércoles 11 de agosto de 1529. Estando juntos en cabildo el Muy Magnífico Señor Nuño de Guzmán, Presidente de esta Nueva España por su Magestad, e los Muy Nobles Señores... Los dichos señores ordenaron e mandaron que, de aquí em adelante, todos los años, por honra de la fiesta del Señor San Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran siete toros, e que de aquellos se maten dos y se den por amor de Dios a los Monasterios y Hospitales...»
El ganado lidiado en aquellas primeras corridas debió ser criollo, al parecer existente allí a la llegada de los españoles; o ese mismo ganado, encastado por el que se llevó de España para abastecimiento, puesto que entre las reses españolas había algunas con cierto grado de bravura.
Admitidas sin reservas las corridas, en adelante sería raro el año en qué la gallardía y el valor no asomaran a los cosos de Nueva España.
El referido año de 1529 hubo «alegrías de juegos de cañas y toros» para festejar la paz entre Francia y España. Al año siguiente, por haber nacido un infante español, se corrieron toros, jugaron lanzas «y mandaron que nadie no saque lanza ni espada para los toros, so pena que pierda las armas, ni púas de garrochas con espigas, so pena que pague el toro el que tirase con garrocha que tenga espiga; y que la ciudad les dará garrochas...»
Era costumbre en el México virreinal que los carniceros proporcionaran los toros para las fiestas, por cuanto están obligados al tener rematadas las carnicerías de la capital. Para los tres días de corridas que desde 1535 ge organizaban, cada vez que un nuevo virrey llegaba a tomar posesión de su cargo, los carniceros debían facilitar nada menos que cien toros.
La paz de Aguas-Muertas, firmada entre Francia y España en 1538, fue celebrada con grandes fiestas, organizadas por Hernán Cortés y el virrey Mendoza: «Para fin y remate de los festejos de aquel día, se soltaron toros bravos para lidiarlos allí mismo...»
Por aquellos días ya debían ser capeados los toros, pues en los regocijos por la victoria de Mochiltic, compuestos de cañas y toros, compráronse mantas, que fueron teñidas de colorado.
Solíase construir el coso de los toros en la antigua plazuela del Marqués, junto a la Catedral. Por tal motivo, el arzobispo Montúfar escribía al Consejo de Indias en 1554: «También hay cierta diferencia sobre el suelo que está ya bendito, que nos quieren quitar un pedazo para correr toros, y parece cosa indecente, estando ya bendito, profanarlo, donde muchas veces los toros matan indios como bestias.»
Ya hemos señalado el origen del ganado vacuno de México. Es importantísimo decir algo acerca de los primeros toros bravos llegados a Nueva España, germen de la ganadería brava mexicana. El licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, primo de Hernán Cortés, era dueño de varias estancias. Quiso poblarlas con ganado lanar, bovino y caballar. Formó la hacienda de Atenco, obtenida en 1552, en el valle de Toluca.
A ella llevó, desde Navarra, doce pares de toros y vacas, que se mezclaron con los criollos, pero conservando los descendientes las características de la casta navarra originaria. Estos astados se reprodujeron de tal manera, que en 1554 hubieron de quejarse los indios de los perjuicios causados por los toros de Altamirano, pues, aparte de pisotearles los sembrados, no se atrevían a salir de sus casas, porque «los toros les corrían y mataban».
Muchos virreyes gobernaron a Nueva España hasta el instante de la independencia. Los hubo abiertos enemigos de la Fiesta y taurófilos resueltos. En este caso se hallaba don Luis de Velasco, gran hombre de a caballo y buen aficionado práctico del toreo, como lo demostró en las fiestas de 1555.
Felipe II - Rey de España
En 1557, por la jura como rey de España y de Indias de Felipe II, se celebraron corridas de toros en México.
Suntuoso fue el recibimiento que se hizo al virrey marqués de Villa-Manrique: escaramuza, arco triunfal, juego de cañas y toros. Toros en la Plaza mayor por el día, y por la noche, encamisada para la cual se encerraron una docena de novillos bravos, a los cuales pusieron en los cuernos «otros cuernos postizos, formados con velas muy grandes e hilo de hierro, embetunado con pez, estopa, resina y alquitrán, de manera que hicieron mucha llama, y así, encendidos, se soltaron uno a uno...»
La primera vez que se jugaron toros en la Plazuela del Volador fue en 1586, donde, salvo en contadas ocasiones, se verificaban las corridas —previa erección de tablado—, hasta principios, del siglo XIX.
Con ocasión del nacimiento de la infanta doña Ana, hija de Felipe III y de doña Margarita, se celebraron en la ciudad de México, entre otros regocijos, tres días de toros. Intervino lo más granado de la nobleza mexicana, empleándose en estas corridas 4.000 varas con púas y 1.000 con lengüeta. Se arrendaron por primera vez para esas corridas de 1602 los tablados, excepción hecha de los que habían de ocupar las autoridades.
Dos días de toros hubo en 1603, por la canonización de San Raimundo, ofreciéndose un premio de cien pesos para aquel caballero que diera mejor lanzada. Y durante cinco días se jugaron toros a la llegada del virrey marqués de Montesclaros, con premios también a las mejores lanzadas.
No sólo en la capital de Nueva España se festejaban casi todos los acontecimientos corriendo toros sino que en cualquier ciudad, pueblo o poblado se sorteaban, a pie o a caballo, como sucedió en 1606 en el pueblo de San Gregorio, para festejar la conclusión de la iglesia construida por los indios adscritos a la Misión de los Padres Jesuítas. En tal lugar hubo ocho días de fiestas, cinco de los cuales fueron dedicados a las diversiones profanas. Los indios bailaron e hicieron representaciones dramáticas; los españoles jugaron cañas y corrieron toros, y, por fin, unos negros, a caballo, ejecutaron la suerte del capeo. No extrañe que hombres de raza negra torearan, pues en América ha habido casos de toreadores negros, mestizos, indios y mulatos. Hubo un mulato por aquellos años que «maneados (sic.) fuertemente los pies, aguardaba a un toro muy bravo y le metía en los cuernos dos naranjas.»
Para la canonización de San Ignacio de Loyola, dispuso el virrey que se celebraran fiestas. Entre otros regocijos, toros de balde por calles y plazuelas para cuantos quisiesen sortear sortearlos, y cincuenta toros en la plaza mayor en dos días, con premios a la mejor lanzada y para los toreadores de a pie.
Por: Don Francisco López Izquierdo
En recuerdo, admiración y respeto a Don Francisco López Izquierdo -ver -
BDCYL - Semanario Gráfico de los Toros – El Ruedo – Madrid, 26 de noviembre de 1959