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LA HISTORIA TAURINA DE MÉJICO - III -

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LA HISTORIA TAURINA DE MÉJICO - III -  

Época de decadencia. - Llegada del marqués de Villena. - La ganadería de doña Elvira, preferida. 

Todo hacía suponer que la fiesta de toros iba a entrar en un declive irrefrenable. No por culpa de la gente del pueblo, sino más bien por falta de espíritu en los que formaban el Ayuntamiento de Méjico. Y es que, cuando en 1627, para investigar sobre el motín que derrocó al marqués de Gelves, llegó a tierras colombinas el arzobispo don Francisco Marzo y Zúñiga, los del Municipio pusieron algunas dificultades para que se llevaran a efecto los festejos que, en honor del purpurado, había dispuesto se celebraran el marqués de Cerralvo.

El Ayuntamiento alegaba que no tenía medios suficientes para sufragar los gastos, porque los galeones enviados a España fueron apresados por los piratas holandeses, y se le exigía que ahorrase para hacer nuevos envíos; pero el virrey contestó con un irónico escrito en el que justificaba su petición. Decía el de Cerralvo que cuando una nación se sentía atribulada por una desagradable noticia, lo mejor era proporcionarle entretenimientos para hacérsela olvidar. Esta forma de pensar del virrey y su entusiasmo por los toros evitaron un verdadero decaimiento taurino.

Pero las circunstancias obligaron al marqués a marchar a Veracruz con un numeroso ejército, para prevenir un posible ataque de la escuadra holandesa, que se hallaba en las cercanías. Además, por entonces hubo en Méjico una terrible inundación. El agua cubría las viviendas y los campos; los ríos, desbordados, arrastraban muebles, ramas desgajadas, animales y, a veces, seres humanos. El pueblo mejicano, esencialmente religioso, tenía que acudir en barca a las azoteas de los conventos para oír misa, y en uno de estos templos improvisados se tuvieron que celebrar los funerales por el alma de un regidor que murió en la inundación.

Ante fuerzas tan insuperables no se pudo enfrentar el virrey y, como es natural, en una temporada no hubo corridas de toros.

A todo lo anterior hay que añadir una contrariedad más; ésta, exclusiva del historiador: un incendio ocurrido en el Cabildo el año 1692 destruyó las actas pertenecientes al período comprendido entre 1631 y 1639, con lo que desaparecieron todos los datos que se tenían sobre las fiestas organizadas oficialmente en aquella época; y como de las privadas no se tienen noticias ciertas, hay que dejar una laguna en la narración.

Fácil es suponer que, pasadas las calamidades citadas, habría corridas de toros en las fechas ya tradicionales de San Hipólito, San Ignacio, la Inmaculada Concepción y también a la llegada de los nuevos virreyes, en este caso el marqués de Cadareyta.

En 1640, sobre ello ya se cuenta con datos históricos, fue nombrado virrey el excelentísimo señor don Diego López Pacheco y Bobadilla, marqués de Villena, duque de Escalona y grande de España. Tanto título influyó indudablemente en el ánimo de los organizadores de las fiestas que se prepararon en su honor y aventajaron, en todos los sentidos, a las anteriores. Por de pronto, don Diego llevaba un permiso especial autorizándole a entrar en la ciudad de Méjico bajo palio, homenaje que les fue negado a sus antecesores, y al que renunció el marqués a cambio de una buena suma de pesos. Entre todas las yeguadas de Méjico se eligió el mejor caballo, y sobre él hizo el duque de Escalona el recorrido que había desde las afueras hasta el palacio virreinal.

En la esquina de Santo Domingo se levantó un arco triunfal; hubo concurso de balcones adornados con macetas; premios para la comedia más afortunada, la mejor banda de música y el danzante más destacado. Las calles estaban alfombradas con flores, y el palacio casi forrado de colgaduras que habían colocado los regidores. ¡Cuánto casticismo!

Se corrieron toros con unos troncos de árbol atados a los cuernos, para que no produjesen grandes desgracias entre los indígenas que ensayasen sus habilidades taurinas. Para el 28 de agosto se organizó una mascarada general, muy semejante al moderno carnaval. Estudiantes y artesanos, regidores y soldados, grandes y chicos, todos se disfrazaron como mejor pudieron y armaron una indescriptible algarabía. Hasta tal punto llegó la juerga, que a una pobre mujer el Ayuntamiento tuvo que pagar por cuenta del fondo público dos vacas que desaparecieron en el barullo. ¿Quién se las comería?

El ilustrísimo señor obispo don Juan de Palafox y Mendoza, visitador de Nueva España, dando muestras de prudencia y tacto indudables, pidió al virrey que le excusase de asistir a las fiestas, «aunque fueran fiestas tan benignas como las de cañas y toros». El obispo sustituyó al marqués de Villena mientras llegaba el siguiente gobernador de Méjico pero en esta ocasión ya no anduvo el regente tan acertado y ecuánime al prohibir las corridas de toros.

La orden duró escasamente cinco meses, porque en 1642, cuando llegó el conde de Salvatierra, derogó la prohibición. Lo más destacado del recibimiento hecho a este virrey fue el arco triunfal pintado por el artista Sebastián López de Arteaga, famoso pintor azteca, del que se conserva un Santo Tomás en la Academia de Bellas Artes de Méjico.

En un mandato especial se ordenaba que los toros que se habían de correr en aquellos días debían ser —las preferencias siempre han existido— de la ganadería de doña Elvira, ¿Obedecería esta elección a comodidad de los diestros o por afán de lucimiento?

Ocho años después, 1650, al conde de Salvatierra le sustituye el marqués de Villaflor. Parece que en Méjico todo se convierte en tradicional, y, por tanto, en honor de este virrey también se levantaron arcos triunfales adornados con dibujos y poesías. Los poemas fueron escritos por Alonso de Álvarez Pinelo y el padre Matías de Bocanegra, y leídos e interpretados ante el marqués de Villaflor por unos farsantes. 

No se comprende cómo la economía de Nueva España no se resentía mucho más. Desde luego, tantos cambios de virreyes suponían unos gastos excesivos.

Por: BARICO II 

En recuerdo, admiración y respeto a Don Benjamín Bentura Remacha  

BDCYL - Semanario Gráfico de los Toros – El Ruedo – Madrid, 03 de diciembre de 1953.