AÑO 1703 - MADRID - Hecho de la Virgen del Cortijo
FUNCIONES REALES
Grandes festejos en el año 1703, esperaban al rey D. Felipe V (1683-1746), en Madrid a su vuelta de Italia, donde había ganado mucho prestigio después de las batallas de Luzzara (15 agosto 1702) y Santa Vittoria (26 julio 1702), para cuyas reales fiestas se dispusieron corridas de toros como una de las diversiones más favoritas del pueblo y que más ansiaban ver los campanudos personajes que acompañaban al rey en sus campañas.
Las cuadrillas de toreros no serían muy numerosas por aquel entonces, pero ya estaban constituidas para capear, rejonear y matar al fiero animal aun cuando no faltasen nobles de alta prosapia qué para probar su valor y destreza, salieran a las improvisadas plazas y allá hicieran caracolear el caballo para poner un par de rejos en medio de la ansiedad y alborozo del público.
El arrastre de los toros que quedaban muertos en la plaza, en lugar de las vistosas muías enjaezadas con cintas y campanillas, simplemente se verificaba con una muía de grande alzada que fustigaba un hombre de a pie hasta salir del redondel: como aún no se habían construido las plazas de toros, se habilitaban para esta diversión las más espaciosas y amplias plazas, cuyas entradas se tapaban con maderas o cadenas, y allí tenían lugar aquellos grandes festejos que atraían a la corte de Madrid lucidos caballeros de las más apartadas naciones de la tierra.
Para las corridas reales que se dispusieron a la vuelta del rey Felipe de sus campañas de Italia, formaba parte de la cuadrilla de toreros, como arrastrador y ayudante de rejo, José González Torrecilla, hijo de humilde familia nacida en Soto de Cameros, en medio de casas de grandes blasones y alta alcurnia como por aquel entonces tenía el pueblo a juzgar por la profusión de heráldicos escudos que se ostentan en los frontones de las casas.
El joven José, tal vez tributario de uno de tantos nobles, y de carácter aventurero, no tardó en dejar el pueblo, llevando como todo Soteño dentro de su pecho un fervoroso culto por la Virgen del Cortijo, culto desarrollado y nacido a la sombra del Santuario venerado, que es el ayuda poderoso a quien se invoca en los apurados trances de la vida.
Llegado a Madrid, debióle gustar la diversión de las corridas, y llevado de esta afición, consiguió la ocupación de arrastrador tal vez esperando llegar a torero capeador; y en esta ocupación se encontraba para las corridas, a que, a más del numeroso público que cuajaba todas las avenidas y llenaba la plaza, adornada con brocados y colgaduras, gallardetes y vistosos arcos, acudía el rey Don Felipe V el animoso, el cardenal Portoearrero, la reina, la princesa de los Ursinos, el embajador de Francia, el Presidente de Castilla, los dignatarios de la corte, los aguerridos soldados tostados por el Sol del mediodía, y la nobleza española que lucía sus más ricas joyas y sus más vistosas galas.
La salida del primer toro produjo la algazara consiguiente al ver a la fiera escarbar la arena, y buscar con los rápidos movimientos de su cabeza algún bulto donde acudir con presteza; los capeadores asomaban tímidamente la cabeza por los burladeros sin atreverse a salir, hasta tanto que el toro no quebrara sus remos con algunas vueltas, y así empezaron a sacar los capotes colorados, tras los que veloz se lanzaba el furioso animal bramando de coraje al solo encontrar el burladero contra el que chocaban sus afiladas astas.
Esta operación se repitió bastantes veces hasta que los capeadores, animados por el público que no cesaba de gritar, salieron a la plaza, y diestramente lidiaron al toro de variadas maneras, rejoneándolo, hasta rematarlo en medio del atronador bullicio que consigo trae una aglomeración de quince o veinte mil almas embriagadas por el fiero espectáculo.
Los atambores y cornetas, con los pífanos y timbales quebraron el alboroto, oyéndose la extraña música mientras el arrastrador José González Torrecilla salía a la plaza con su mula para arrastrar al animal que yacía sin vida sobre la arena; asustada la mula con la extraña música, el gentío, y la vista del toro tendido, se resistía por acercarse lo conveniente a fin de que el joven González enganchara al animal; y en esta faena cuando rompiendo la débil puerta del improvisado toril saltó como un tigre al centro de la plaza un corpulento toro, que derecho se fue embistiendo contra el joven, el que, sin sospechar lo que ocurría, terminaba a la sazón de enganchar trabajosamente su mula.
Un grito atronador resonó unísono en la plaza al ver la acometida; las trompetas y timbales cesaron, y el horror estaba retratado en todos los rostros, cuando el arrastrador, volviendo la cabeza instintivamente, como buscando la causa de la general consternación, se encontró con el toro delante de sí en el momento preciso de darle la embestida mortal que preparaba.
Viéndose perdido y sin encontrar salida, encomendóse de corazón a su querida Virgen del Cortijo clamando estas palabras, que valen un poema: «La Virgen del Cortijo me valga;» y la Virgen debió correr en su socorro, cuando lo libró de una muerte segura parando repentinamente al toro, y dejándolo enclavado en ademán de embestir, hasta que el arrastrador hubo salido ileso de la plaza, en medio de la estupefacción general.
En el momento dio González gracias a la Virgen, y pidiendo para un voto, recolectó algún dinero, con el que se encargó a un pintor trasladase el milagro al lienzo, como así se hizo, mandando al poco tiempo el cuadro a la ermita de la Virgen, donde se ve a la Cortijana aparecer en lo alto de la escena del arrastrador en el momento de embestirle el toro.
Conocido que fue de todos, el suceso, se acrecentó más la devoción a la imagen, y en la ermita tuvieron lugar solemnes fiestas en agradecimiento al hecho portentoso que probaba una vez más el poder de la reina del cielo: fiestas a las que acudieron, vestidos con sus galas, todos los nobles e hidalgos de Soto y después repartieron donativos a todo el vecindario.
Este episodio, como los que van a continuación es auténtico, y en él no puede menos de verse una fuerza superior que libró al que tan oportunamente invocó el nombre de la Virgen del Cortijo.
Fuente: Biblioteca Virtual de la Rioja - La Virgen del Cortijo - Episodios Históricos de Soto de Cameros - donde se venera esta imagen. Por: Silverio Domínguez - Logroño 1888.