-- ENCAJONAMIENTOS - TRASLADO HASTA LA PLAZA --
ENCAJONAMIENTOS - TRASLADO HASTA LA PLAZA
Vendida por el dueño una corrida de toros, procede inmediatamente después el sacarla de los cerrados o prados en que pastan, para conducirlos al punto de su destino.
Para separarlos de la piara se les va seleccionando poco a poco de los demás, valiéndose del cabestraje destinado para estas operaciones, y una vez conseguido, se les conduce valiéndose de dos medios: o por jornadas y caminando, o bien en cajones.
Por jornadas suele practicarse cuando es bastante crecido el número de reses, y hay tiempo sobrado para que después de su llegada, puedan descansar, reponerse de las fatigas del viaje y acostumbrarse al cambio de pastos y aguas.
El medio más usual hoy para el transporte de los toros, es el del encajonamiento, por ser el más rápido, seguro y menos expuesto á contratiempos para las reses.
Por regla general, el encerradero se compone de un corralón espacioso para la estancia del ganado, y cuyo corral comunica con otro u otros más pequeños, a los que se abren las compuertas de los chiqueros valiéndose de maromas sujetas desde los corredores que hay encima.
Atrayéndoles con engaños o acosándolos a voces, y, en último término, por ser el más expuesto, con la garrocha, se hace entrar desde el corral que ocupa la piara al otro contiguo, un toro, que nunca suele pasar sin ir precedido del cabestraje. Ciérrase entonces la puerta de comunicación entre los dos corrales, y se van echando fuera los bueyes, aprovechando siempre las ocasiones que se presenten para dejar aislado al toro.
Entonces el animal muge, se revuelve en el corralillo, se engalla y quiere lanzarse contra la gente que ve agitarse en el corredor. En aquel instante se abre la puerta del primer chiquero, y se va echando a la res de un toril á otro; practicándose operación idéntica con los demás.
Hecho esto se disponen los cajones en fila, unos detrás, de otros, los que sean precisos, y sujetos convenientemente, se colocan frente a la puerta del chiquero destinado para salida, y pegados a ella, y entonces los toros, cansados de la oscuridad y viendo luz en el fondo de aquel improvisado pasillo, se precipitan por él, uno a uno, dejando el tiempo suficiente para bajar las puertas de corredera, a medida que va entrando cada animal en su correspondiente cajón.
La puerta debe cerrarla una persona qué esté práctica en este ejercicio, que se hallará sobre el jaulón. Una vez cerrada, cuidará de ver por la mirilla que tienen los cajones en el techo, si el toro está bien colocado.
Los cajones en que se encierran las reses son de madera fuerte, abarrotada de trecho en trecho con barras de hierro. Tienen la altura de unos dos metros, y es su ancho de 1,50, y su longitud de 2,50.
Cajón
Unos tienen los dos postiguillos, situados en la parte anterior y posterior del cajón, de corredera de abajo a arriba, y otros en la forma de las usuales, pudiendo en este caso levantarse los pestillos desde arriba por medio de una cuerda para encerrar en los chiqueros.
Las ruedas sobre que descansa el jaulón, y que tiene por objeto, como se comprenderá, el facilitar el transporte de los cajones de un lado a otro, llevarlos a las estaciones de los ferrocarriles y colocarlos sobre las plataformas, deben ser lo más pequeñas que sea posible, para facilitar la entrada y salida de las reses.
Los bichos así conducidos, suelen perder algo por el atolondramiento que naturalmente ha de producirles el movimiento y ruido de los trenes, y la inercia absoluta a que se ven reducidos en un espacio tan pequeño durante tantas horas de marcha. Es por consiguiente de gran utilidad para los empresarios o ganaderos que desean que sus toros no desmerezcan nada en bravura, el que estos viajes se realicen de modo que las reses lleguen al punto donde han de ser lidiadas, con dos o tres días de anticipación y se las lleve a un terreno a propósito y con buenos pastos, a fin de que el descanso les devuelva las condiciones momentáneamente perdidas.
En recuerdo, admiración y respeto a D. Leopoldo Vázquez y Rodríguez, Luís Gandullo y D. Leopoldo López de Saá - La Tauromaquia - 1895