- CRIANZA DE LOS TOROS - Por: Don José Sánchez de Neira - 1896
CRIANZA DE LOS TOROS
Influye tanto en la bondad de una res su origen, que es imposible conseguir un buen resultado cuando no ha habido el debido esmero para elegir sus padres. Si esto sucede en todas las castas de animales y en todas las razas de la naturaleza, con mayor motivo acontece en los toros que han de ser destinados a la lidia, porque no basta que sean de padres grandes, de buena lámina o trapío, sino que son necesarias muchas más circunstancias.
Cierto es que un toro padre, fino de pelo,, buena pinta, corto de cuello, ancho de pecho, delgado de cola, pezuña pequeña y de buenas armas lleva mucho adelantado, si la vaca es de análogas condiciones, para que sus crías se les parezcan; pero si en los padres no hay bravura acreditada en toda su historia desde que nacieron, si no llevan en sí sangre de casta conocida como de buen origen, forzosamente las crías serán lo mismo, o todavía más flojas y mansas que aquéllos.
Es preciso que el toro padre, además de tener buen trapío, sea y esté acreditado en la ganadería como bravo y valiente en primer grado. Bueno será que la madre tenga iguales condiciones, y entonces no hay duda que, según la razón aconseja y los resultados hasta ahora obtenidos lo han demostrado, la cría saldrá brava y bien puesta.
Sin embargo, hay ganaderos que se contentan con saber la bravura y buenas condiciones del toro, y constándoles bien, prescinden hasta cierto punto de saber las de las vacas destinadas a madres. No sabemos en qué pueden fundarse para ello. La mitad de las probabilidades concernientes al resultado en las crías están en contra suya; y si bien es verdad que alguna vez un toro de ganadería en que las vacas no se tientan, no se escogen ni se crían para madres, ha sido notable por su bravura en plaza, lo cual reconocemos, no nos negarán que esto ha sucedido pocas veces, y en cambios muchas son las en que ha ocurrido lo contrario. La naturaleza lo enseña y la razón lo dicta.
Además de lo expuesto, hay que estudiar mucho, y esto lo saben con matemática exactitud los mayorales y vaqueros, cuál es la época más adecuada para la cubrición de las vacas, de qué modo han de prepararse, en qué terrenos, en qué número, y otras muchas circunstancias, que varían según el clima de la provincia en que se encuentran, la feracidad del suelo, la abundancia de pastos y aguas, y atraso ó adelanto de las reses.
Si los animales que han de padrear son demasiado jóvenes, es lo probable que la cría sea endeble de cuerpo, y, aunque sea brava y voluntaria, le falte poder. Si son viejos, a cualquiera le ocurre calcular que forzosamente han de ser los becerros de poca sangre. Es útil y conveniente, por lo tanto, que con corta diferencia sean de una edad la vaca y el toro, prefiriendo siempre que el toro tenga más edad que aquélla, pero que nunca pase de siete años; es preciso que estén picados, pero que se les echen las vacas a tiempo oportuno para ellas; conviene también que el número sea proporcionado entre unos y otros, que el campo sea de la suficiente extensión para que no se arremoline el ganado, se hiera u ofenda uno con otro, y en fin, que se tengan presentes las buenas prácticas que una larga experiencia ha hecho ejecuten en todo lo concerniente á las reses bravas los conocedores y mayorales.
Los dueños de ganaderías harán bien siempre atendiendo las indicaciones que aquéllos les hagan observar; que cada uno en su oficio es maestro, y la experiencia es madre de la ciencia.
Bueno será, a pesar de todo, que antes de decidirse, por ejemplo, a cruzar la casta de su ganadería con otra, por muy acreditada que esté, lo piense bien y lo consulte con más de uno y más de dos ganaderos, conocedores y mayorales de acreditada suficiencia y práctica.
Ganadería ha habido en España, célebre en el primer tercio de este siglo por su bravura, que por diferentes causas, y una de ellas la de intentar el cruzamiento de casta, ha ido perdiendo sucesivamente tanto, tanto, que en el día se halla completamente extinguida. Otras ganaderías han perdido, por lo mismo, su envidiable renombre; y gracias que sus dueños han acudido a tiempo a remediar el mal, o las han vendido a personas que, gastando mucho dinero, han podido volverles su primitiva fama.
Téngase en cuenta que un toro andaluz, de acreditada vacada, y aun escogido, podrá tal vez no dar el apetecido resultado con vacas navarras, porque éstas son en lo general mucho más pequeñas, y también porque pasar de los calores del Mediodía a los fríos del Norte, ha de hacerle gran sensación.
Lo mismo acontecería en el caso contrario de ser llevadas vacas de Norte a Sur: y si bien este inconveniente se subsana haciendo la traslación en época del año a propósito, con las debidas precauciones y estancias en los caminos, y con la anticipación necesaria para que antes de padrear los animales se repongan y se aclimaten, no siempre suele conseguirse esto, y a veces sólo se logra que lo que ganan en corpulencia lo pierdan en bravura y voluntad.
Ahora vamos a ver qué educación ha de dárseles, que también al toro, aunque fiera, se le educa.
Sepárase en esto, como en otras muchas cosas, de las demás fieras. A éstas, si se las coge, es para domesticarlas, para dominarlas por cuantos medios son posibles, en una palabra: para amansarlas. Al toro, por el contrario, ha de educársele para que aumente su bravura; se le han de buscar pastos que, lejos de debilitarle, han de darle poder y fuerza, y se ha de tener con él tanto cuidado como el que ya llevamos apuntado.
Poco hay que decir del toro hasta después que es añojo: ha pasado sus primeros meses al lado de las vacas, alguna vez se ha visto perseguido por algún eral o utrero, el pastor o el zagal le han hecho huir, asombrándole con la honda o castigadera, y ha sido tal vez acosado por algún señorito a caballo en el campo, o lidiado en corral por otros caballeritos que no se han atrevido con bichos de más edad.
Al llegar a los dos años el becerro y a los tres la becerra, en Andalucía y otros puntos, y aun antes de que lleguen a dicha edad unos y otras en Castilla, es cuando se verifica con ellos la tienta, y, por consiguiente, cuando se decide su suerte... Si en dicha operación se les califica de cobardes, o mueren en un matadero como las reses mansas, o cuando más, quedan para bueyes en la ganadería. Si toman varas, si dan la cara, si se paran, si arrancan de largo, si recargan, si son pegajosos, si en sus movimientos demuestran bravura y coraje, ya pasan a la categoría de toros de plaza; como a tales se les empieza a cuidar; y si son hembras es igual el esmero con que se las atiende. En el libro-registro se anotan sus especiales circunstancias, condiciones que ha demostrado, y hasta los lances particulares a que en la tienta haya dado lugar.
Y cuidado que lances hay muchos; porque, como saben cuantos aficionados hay en España, una tienta y un herradero son las diversiones que más se prestan a bromas.
Como que es fiesta
en que no domina el oro
ni potentado ninguno,
y si hay privilegio alguno
lo lleva en el asta el toro.
Desde la edad de tres años, el toro, bien atendido, sigue creciendo y robusteciéndose notablemente.
Si su fuerza en la primera edad es siempre grande, en términos de que hemos visto becerro añojo arrastrando cuatro hombres a un tiempo sin que le pudieran sujetar, cuando ya es realmente toro de plaza es incalculable su poder. La fuerza que manda en sus derrotes es a veces mayor que la de una bala de fusil. Rompe una tela en el aire, lleva gran trecho en la cuna caballo y jinete sin rendirse y sin acortar su carrera, y nosotros hemos visto en la plaza vieja de Madrid arrancar de quicio las puertas de arrastradero y echárselas al lomo, rompiendo los hierros que la engastaban en los marmolillos o postes de piedra. Parécenos que no hay otro animal de más poder en la tierra. Sólo el elefante dicen que le aventaja. No lo sabemos; pero concediéndolo así, llamaremos únicamente la atención acerca de la distinta corpulencia del uno y del otro. Además, el golpe del toro es seco, rápido e instantáneo. El del elefante muchas veces coge, abraza, digámoslo así, el objeto contra quien dirige su ira, y después de templar su fuerza es cuando le estruja o arroja.
De las demás fieras, ninguna en fuerza se iguala al toro. Hemos visto a uno de estos, que no había cumplido cinco yerbas, luchar con un gran león que hizo presa con las garras en el cuarto trasero, mejor dicho, en los ijares del toro, y con la boca en la cola. La posición del cornúpeto no podía ser más desfavorable. Sus armas defensivas y ofensivas las tiene en la frente, y no siendo cara a cara nada puede hacer. Pero el león no le derribaba. El toro se mantenía firme, se revolvía y coceaba, a fin de desasirse de tan fuertes tenazas: no lo conseguía, mas él no caía en tierra.
De pronto el león rompió con los dientes la cola del toro por la parte superior y cayó de espaldas, dando lugar a que el bicho se volviera. En el momento, en menos tiempo del que se tarda para pensarlo, todos los concurrentes al circo vimos volar por los aires al león, al rey de las fieras, que huyó cobardemente, herido de gravedad.
Lo repetimos: de frente no hay quien venza al toro.
Los toros que se crían dentro de cercados, y no en prados o dehesas abiertas, suelen saltar prodigiosamente. Aparte de la fuerza que su poder y robustez da a todos los de su raza, los que decimos, sea porque desde pequeños se acostumbren a saltar frecuentemente las cercas, o porque el terreno de bosque o sierra tenga alguna especial circunstancia que les favorezca más el desarrollo de los músculos que a los que pastan en dehesa o campo abierto, brincan y traspasan alturas que sólo viéndolo pueden ser apreciadas. Ha habido toro de esta clase al que hemos visto salvar una altura de más de dos metros y una anchura de lo menos cuatro, repitiendo los saltos más de seis u ocho veces en el intervalo de un cuarto de hora.
Pasada la edad de los siete años, y esto no siempre, al toro no debe dedicársele a la lidia. Su fuerza no ha decaído, pero su instinto malicioso ha ido en aumento, y ha perdido en gallardía, en trapío y en nobleza lo que ha adquirido de sentido. Si se ha observado que tiene todas las condiciones de bravura, buen trapío y demás que hemos expresado anteriormente, échesele a padrear y dará buen resultado durante un par de años.
En recuerdo, admiración y respeto a Don José Sánchez de Neira - Gran Diccionario Taurómaco - 1896