ARTE AFORTUNADO de CABALLERÍA ESPAÑOLA - Introducción -
ARTE AFORTUNADO de CABALLERÍA ESPAÑOLA
El ejercicio de torear a caballo no le hallo usado en otra provincia ni reinos, que los de España; introducido en ella solo del pundonor de su nobleza. No es de mi intento escudriñar antigüedades ni me sirve de consecuencia las autoridades de haberlo usado, con alusión a este o a aquel Emperador extranjero: que sobrada calificación tiene ser nacional de su nobleza, tan de su jerarquía, que si otro menor estado le quiere imitar en su rigurosa obligación, se le condena el acción, permitiéndosele el desaire porque no es de su profesión. Lo que no sucede en el estado noble, porque el acaso se le censura, y el accidente se le opina: todo es conforme al, si ya bárbaro, duelo; tiene mas de dicha que de ciencia, y así comúnmente se llama entrar a hacer suerte, si bien el uso lo ha hecho conocimiento, el conocimiento Arte de Caballería, con preceptos que observados, sino aseguran el todo por ser falibles del instinto del bruto con quien se entra a batallar, expone la parte del Caballero a menos accidentes contingentes: que yo tengo por tan necesarios (que no será temeridad adelantarme a decir) que guardados, se cumplirá con todo lo riguroso de este duelo, siendo cualquier desairado suceso mas de la parte de la dicha, que de la obligación: y así la acción saldrá inculpable y meritoria, siendo arriesgada y ponderosa.
Instrumentos de torear
Con cuatro acciones se entra en esta marcial palestra, con la del Rejón, con la de la Lanza, con la del Yaculo, y con la de la Espada, y cada una de ellas tiene diferentes obligaciones, y para el cumplimiento de ellas algunas advertencias o preceptos.
Disposiciones precisas
Suponiendo, antes de entrar a tratar de ellos, por disposiciones necesarias, que el Caballero que quiere torear se ha de hacer capaz de lo que va a obrar, para proporcionar al fin los medios inmediatos que lo consigan con lucimiento.
Ha de considerar, pues lo primero, que el acto es un desafío campal con un bruto de ventajosas fuerzas y precipitado ímpetu, y que para igualarlas las ha de medir con la maña y conocimiento: el fin tiene de vanidad y mérito, lo que el acto tiene de riesgo y contingencia; así los medios de que se debe valer son estos.
El primero, ser hombre de a caballo, y ejercitado en él, de manera, que obre firme en la silla, y derecho en ella sin alargarse con el Rejón, Lanza o Espada el cuerpo; porque desabrigándose en ella, es imposible quedar firme; de que se seguirá el huir el cuerpo el caballo y dejarle en vago expuesto a caer en los cuernos del toro; y aun cuando el caballo sea noble y de buena intención y que no haga vicio, es muy posible le suceda con un choque del toro; y demás de estar expuesto a otros riesgos no obra airoso.
Es medio muy seguro para el acierto el consejo del que con mas aprobación haya ejercitado el torear. De este medio pretende excusar este discurso en lo teórico, porque en lo practicó es mas o menos, según el conocimiento del sujeto.
Conocimiento del Caballo
En el conocimiento del caballo se ha de ver si obra bien, manejando ambas manos con obediencia, sujeción y sufrimiento, aguardando a que le manden para obedecer; y para asegurarse el Caballero del caballo o caballos, que tengan estas partes, ha de experimentarlo donde haya un novillo al cual hará atar, y pondrá su caballo a cuerda medida y a rostro firme, procurando que alguna gente venga de tropel con las capas arrastrando por delante del caballo; y sí llegando el novillo estuviere sosegado, no extrañando el tropel de la gente y acometimiento de la res, le podrá llegar por desengañarle, para que reconozca que no le hacen mal.
Inconvenientes
No es inconveniente de reparo que el caballo sea mediano o grande, porque de ordinario el defecto de los pequeños, suple lo mañoso y presto del obrar, lo que por la mayor, parte falta a los grandes, que son tardos y sujetos a los choques de los toros; pero si se diese caballo grande, que obrase con igualdad, será mejor, para mejor y mas seguridad del que torea.
Y para que los caballos en el día de la ocasión estén para resistir el trabajo, se han de ejercitar algunos días antes, saliendo en ellos a segundo día, sin hacerles mal; y para no fatigarlos en la misma ocasión, sino que obren y duren con aliento, en haciendo la suerte se les ha de fiar la rienda, desviándoles los talones, porque desahogados se hallen después con fuerza reservada; para cuando los hubieren menester, sirviendo sin opresión mas, tiempo del que sirvieran no observando esta regla. La silla no ha de estar recién henchida, porque es cierto asentándose la lana aflojarse la cincha. La cincha ha de ser de dos telas y un angeo en medio, de dos látigos y cuatro hierros: el un látigo mas apretado que el otro, no muy engarrotado, porque de fatigarse el caballo resulta inconveniente; y es ordinario cuando corcobea hincharse y romper la cincha, y si sucede romperá el látigo que va apretado, y el que está menos apretado quedará en el estado que el que se quebró y sin riesgo de romperle. Algunos usan de dos cinchas, y no es bueno, porque no se ajustan tan iguale que no haya fealdad, y un látigo sobre otro y los hierros no dejan de desabrigar al Caballero para abrigarse en la silla.
No ignoro que el caballo fuera mejor y mas desahogado con caparazón y cuerda (como se practicaba antiguamente, y hoy se observa en muchas partes donde se profesa esta Caballería), por ser constante que el Caballero llevará más firmeza en la silla; pero está puesto en uso entrar con jaez y bozales. No es mi intento controvertirle con nueva opinión, solo advierto, que aunque parece bien el que vaya mas adornado, no se me negará que el caballo obra mas embarazado, y que el Caballero no lleva tanta firmeza en la silla, y que va expuesto a evidente riesgo de descomponerse con cualquiera vellaquería del caballo. Ello está introducido, no hay sino hacer lo que todos; que todos a mi ver lo imitarán si tuvieran ejemplar de mayor erección.
El entrar el Caballero en la plaza en buenos caballos con ricos jaezes, y vestidos los lacayos de vistosa librea, lucimiento es preciso; pero en acción que es mas voluntaria que obligatoria ha introducido el tiempo que el mayor lucimiento sea antes la mayor comodidad que el mayor gasto, hallando la comodidad en el antiguo lucimiento moderno embarazo, pues al empeño de una sola obligación, se le cargan muchos riesgos de tantos socorros, cuanto es el número de ellos: y así dejando libre la voluntad del Caballero, se le advierte, que si sacare muchos lacayos haga la entrada con ellos, quedándose con dos para el pronto servicio, y para que si el toro le recazare uno, halle otro. Presupuestas, pues estas introducciones, introduzcámonos en las advertencias o preceptos de este Arte afortunado de Caballería Española, y sea lo primero
El conocimiento del Toro
Siendo el fundamento principal el conocimiento del Toro, pues depende de él el obrar del Caballero, no he visto hasta ahora autor que trate del Arte de torear, ni me he tallado en conferencia, (siendo muchas) en que se haya discurrido en esta materia, siendo la mas necesaria; pues faltándole este conocimiento, es preciso que se ejecute sin fundamento, estando expuesto al riesgo de muchos desaires, que no puede sortear la dicha, y previenen estas experiencias.
Conocida es la ejecución diferente que tiene el Toro de siete años arriba, al de cuatro hasta seis, si bien no siempre es uniforme esta generalidad; porque hay algunos de siete años remisos, porque la fortaleza de estos animales consta de mas que la edad, como es del temple de la tierra, de los pastos y aguas, y del tiempo; y aun en concurrencias de estas calidades hay diferencia, que no trato, por no ser del intento; paso en él con inteligencia, y vamos al otro nuevo. Este llega de choque sin jugar las puntas, si aquél entra al parecer con determinación de llegar a ejecutar el golpe, y acercándose al caballo se queda. Pero generalmente los Toros nuevos es muy ordinario embarazarse con cualquiera cosa que les tope, y no ejecutar la resolución. Y así los Toros de edad, como los que no la tienen, se reconoce la intención al salir del toril, con el primer peón que encuentran, o algún dominguillo que se les suele poner; porque con la menos o mas pujanza que acometiere, y comenzare a obrar, así proseguirá; si bien hay Toros remisos en la ejecución, y precipitados en el acometer: otros, que dejándoles la capa la salvan de un salto, o apartándose de ellas; otros, que saliendo sin tiento y culebreando, quieren ser irritados para ofender: y así conforme reconociere el Caballero la intención deducida de estos y otros movimientos, ha de entrar a hacer la suerte. Regla tan importante, que el que no la supiere con conocimiento, va expuesto a muchos desaciertos, como se dirá en su lugar.
No todos los Toros son buenos para la espada, como ni todos los caballos; porque así como el caballo ha de ser resuelto sin temor del choque, el Toro a de ser ejecutivo: de manera que faltando en el uno, o en el otro estas partes, la suerte mas airosa y arriesgada de la espada, viene a ser deslucida; pues tan defectuoso es huir el Toro, como no llegarse el caballo; y así escusa el desaire el conocimiento del toro y caballo; y es bien que sepa el Caballero que el Toro que no es bueno para Rejón, no lo es para la Espada.
No a todos los Toros se ha de entrar de una manera, porque el movimiento y ejecución del Toro ejecutivo, es diferente que del Toro remiso; y así en este templará el caballo, si en aquel le apresurará; porque si el Toro es remiso y entra el caballo apresurado, saldrá sin hacer suerte; y si el caballo entra templado al Toro ejecutivo, va expuesto a un choque; con que obrando con este conocimiento, será muy accidental el desacierto.
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En recuerdo, admiración y respeto a D. Pedro Jacinto de Cárdenas y Angulo - Caballero de la Orden de Alcántara, y Caballero en Plaza en las fiestas Reales del tiempo del Sr. Rey D. Felipe IV, en la Plaza de Madrid - Arte Afortunado de Caballería Española - Madrid, 1833.