EL APARTADO - Antecedentes históricos
El enchiquerado de los toros se efectuará de forma que vayan saliendo al ruedo así: siendo los cornúpetos que hayan de jugarse en una corrida pertenecientes una sola vacada, se les dará suelta por el orden que disponga su dueño, en el que ¿os diestros no deben mezclarse, por decoro propio. Pero al correrse todas las reses de vacadas diferentes, es costumbre inmemorial la de que se lidien siguiendo la antigüedad de las mismas (mejor dicho, la que convinieron entre sí los dueños de ellas), abriendo plaza el toro de la que tenga más tiempo de fundada y cerrándola el de la más moderna.
Si de la más antigua se corriesen dos bichos, ellos han de ser los que abran y cierren plaza.
Pudiendo ser variado el número de cornúpetos que de cada torada se jueguen en una función, para mayor claridad presentaré casos concretos:
Si se lidian toros de dos ganaderías, se jugarán alternando, pero soltando siempre en el primero y último lugar, bichos de la más antigua.
Corriéndose seis de tres castas, en porciones iguales, se seguirá el orden indicado hasta el tercero, y en el inverso se jugarán los otros tres. Lidiándose cuatro reses de la antigua y dos de la moderna, ocuparán éstas el segundo y cuarto lugar y, siendo cinco de la primera y uno de la última, se soltará éste el segundo.
Van a correrse dos toros de Veragua, uno de Saltillo, dos de Halcón y uno de Urcola.
Debe dárseles salida: 1º Veragua. 2º Saltillo. 3º Halcón. 4º Urcola. 5º Halcón. 6º Veragua.
Una vez que tuve que hablar aquí del orden en que veníanse lidiando los toros, hasta que fue rota la tradicional costumbre —sostenida con rigor cuando los ganaderos lo eran por lujo, no por lucro, y, por tanto, no hubieran abdicado de un derecho legítimo—, diré algo de lo que actualmente sucede. Hoy, dominados los ganaderos por los diestros, con cuyo beneplácito han de contar para vender sus toros, ocurre ya otra cosa; los protectores aprópianse un derecho que compite únicamente al dueño de los toros para distribuirlos en la forma que crea más beneficiosa al mejor resultado de la corrida.
Sabido es que antiguamente los matadores de toros, como no les preocupaba el ganado que había encerrado para la corrida que tenían que torear, se enteraban de ello en el momento mismo que se disponían a lidiarlo. Nadie ignora que para organizar en la actualidad una corrida, precisa la oportuna consulta a los espadas que han de actuar —cuando son de los de primera categoría— por si les conviene entendérselas con reses de esta o la otra casta. Hay más: zanjada las primeras dificultades para la Empresa, se presenta luego otra aún más vergonzosa, y quien lo dude que se tome la molestia de asistir a los corrales de la Plaza, antes del apartado, y se convencerá. Presentes allí los apoderados de los espadas que han de actuar en la corrida, se disputan las reses que cada uno de sus representados ha de matar, y esto ocurre, no en determinadas corridas, sino en todas, a ciencia y paciencia de las Autoridades que pasan por ello, una vez que quien derecho tiene a reclamar, o sea el amo de los toros, no lo hace.
Duro es decirlo, pero es lo cierto; ya no se ven aquellas corridas en las que no terminaba ninguna sin que fueran retirados a la enfermería dos o tres picadores, a causa de los tumbos recibidos. Aquellos toros buenos mozos y de poder no se ven lidiar en la plaza madrileña, y es la culpa de los medrosos toreros, a quienes temen disgustar los criadores del ganado bravo, y tan pronto cumplen cuatro años sus reses, cuando no antes, apresúranse a deshacerse de ellas. Al ganadero que le queda una corrida con cuatro años, sin vender, al siguiente, cuando son toros, ya no los quieren los espadas, que dicen es aquélla una corrida añejada, y es lo más gracioso que con descaro inaudito los espadas tratan de disculparse siempre con el dueño de los toros.
Bastante antes de vestir el traje de luces, los diestros que hoy funcionan, saben el tamaño y cuerna de las reses que van a lidiar, puesto que el matador de cada cuadrilla manda al banderillero de confianza —cuando no lo hace el espada en persona— a ver el ganado, y en los corrales de la Plaza, ocurren cosas curiosísimas; mejor dicho, indignas, que estamos cansados de presenciar, y se detallarán, para rebatirlas extensamente, cuando corresponda hablar del «Sorteo de los toros».
El espectáculo taurino resulta carísimo al abonado, y derecho tiene exigir sean lidiados toros de respeto; que las corridas vengan bien presentadas y escogidas escrupulosamente, tanto en lo que se refiere al trapío de los toros, cuanto a los antecedentes de cada uno, y a que los lidiadores contribuyan al mejor éxito de la fiesta, dejando luzcan los toros bravos y en modo alguno salvando de la quema a los mansurrones, merced al sistema de «sujetar» al bicho, desde el costado derecho de los picadores, para dar tiempo á que se coloquen éstos, tapando la salida del cornúpeto. ¡Ah! ¡Si los toros tuvieran poder, qué poco se atravesarían los tumbones!
Mientras ganaderos y diestros conserven entre sí la buena armonía en que se hallan, no veremos lidiar corridas de toros más que a los no favorecidos; a los de escaso cartel. El lector observará son éstos los que echan fuera las corridas de respeto, y también que en ellas son más las reses que llevan fuego, y no porque deje de ponerse los medios para evitarlo, pues de tal circunstancia es el primero perjudicado el matador que ha de habérselas con el bicho; y aun cuando quisiera perjudicar a la divisa, siendo el toro bravo, no podría conseguirlo. Ahora bien; que los espadas no favorecidos por la suerte cúídanse menos de que sus cuadrillas obliguen a la fuerza casi a cumplir a los toros, es cierto; como lo es que a las extralimitaciones de los diestros predilectos se debe cumplan varios bichos que merecen ser banderilleados con las de fuego, ya que los dueños de las vacadas son tan desahogados al apartar las corridas en que aquéllos trabajan.
En recuerdo, admiración y respeto a Don Antonio Fernández de Heredia - Doctrinal Taurómaco de "Hache" - 1904