Cuadrilla hispano-mexicana de la que era jefe el torero gaditano Arturo Paramio
LA CUADRILLA
Desde que los picadores dejaron de ser ajustados directamente por las Juntas de hospitales y las empresas, y entraron a formar parte del personal subalterno de un espada, se formaron las cuadrillas,, que desde entonces se componen de
El espada, jefe.
Dos picadores,
Tres o cuatro banderilleros
Y un puntillero.
Los espadas deben cuidar muy mucho de la elección de los diestros que han de servir a sus órdenes, porque de ella depende no poco el lucimiento que haya de tener su trabajo.
Un toro mal picado y mal banderilleado, lógico es que no llegue al último tercio en condiciones para que el espada pueda torearle con el desahogo que se requiere, ni entrar a matar con conciencia, puesto que llegará descompuesto a sus manos.
En cambio, cuando a los toros se les da el juego que sus condiciones requieren, y son bien picados y banderilleados en regla, el espada tiene ancho campo para lucir sus conocimientos y ajustarse a cuanto previene el arte en el momento de matar, el más difícil y arriesgado de cuantos tiene la lidia.
Por consiguiente, ¿cómo no han de ser circunstancias indispensables en el picador la robustez, la fuerza y tanto o más el conocimiento exacto de la suerte a que su misión se reduce?
El banderillero tiene que ser, además, un peón para la brega. El espada, cuando no empuña la muleta y el estoque, auxilia con su capote y quita los toros; pero al picador no se le exige otra cosa que ser buen jinete y saber detener y despegar y librar a su cabalgadura de las acometidas de los toros.
El banderillero debe poseer, asimismo, el conocimiento exacto de todas las reglas necesarias en la profesión a que se dedica, y torear en la persuasión absoluta de que, aparte del lucimiento con que las circunstancias pueden favorecer su trabajo, éste no es sino un detalle preparatorio para la labor del espada, y que ha de reunir á la agilidad indispensable un rápido golpe de vista para examinar las condiciones de las reses y torear ajustándose a ellas, corrigiéndolas y escogiendo con mirada segura el momento oportuno de entrar a clavar los arponcillos y evitar las salidas en falso, que, no estando hechas a propósito y con conocimiento, dejan aprender demasiado a los toros. Otro tanto decimos del puntillero, cuyas indecisiones son causa, la mayor parte de las veces, de que se desluzca la faena del matador, teniendo éste que muletear y estoquear de nuevo.
En recuerdo, admiración y respeto a D. Leopoldo Vázquez y Rodríguez, Luís Gandullo y D. Leopoldo López de Saá - La Tauromaquia - 1895