LA LIDIA
Una de las acepciones gramaticales de la palabra “lidiar” es «burlar los ataques del toro practicando las distintas suertes hasta darle muerte». De donde se deduce que el ejercicio de tal actividad exige la conjunción de un diestro y un cornúpeta, éste lo suficientemente bravo para hacer posible la pelea, y aquél en posesión de los secretos del arte concebido para burlar los susodichos ataques.
Dicha así, la cosa parece lo más sencillo del mundo, aunque la verdad es que adentrándonos en la variedad inmensa de lances de la lidia, de sus mil y una reconditeces, del matiz y la particularidad de cada instante, habremos de llegar a la conclusión de que aquella definición simplista del toreo «Viene el toro, se quita usté; y si no se quita usté, le quita el toro», está bien como nota pintoresca y hasta resulta exacta en la práctica, pero no responde a la intrincada maraña de reglas más o menos casuísticas que rigen esta modalidad de «la lidia» y que los viejos revisteros llamaron, peyorativamente, «los cánones».
Cánones y reglas que se traducen en suertes, como la realización de éstas da origen a los estilos, y aún -según antiguas y hoy casi desaparecidas teorías- la diferencia de los estilos a las escuelas, antaño escindidas en la rondeña y la sevillana, y en los tiempos actuales, enredadas, confundidas, ligadas, a través de un confusionismo, a ratos convertido en turbiedad, de mescolanza en los estilos y en la ejecución de las suertes.
En recuerdo, admiración y respeto a Don José Silva Aramburu "Pepe Alegrías" - (Extracto de su obra Enciclopedia Taurina) Barcelona 1961.