Artículo escrito por don Antonio Machado, que firmaba con el seudónimo de Cabellera, en la Revista "La Caricatura" - Año II - Nº 52 publicada el día 16 de julio de 1893.
Algo de todo: "AFICIÓN TAURINA"
Parece mentira que haya quien se atreva a afirmar, seriamente que el arte taurino y la afición del publico de Madrid a las fiestas de toros, se encuentra hoy en notable decadencia. Porque, no obstante las lamentaciones de los viejos aficionados, que sin cesar evocan aquellos tiempos, de felice recordanza, en que se recibían toros por docenas, y en que Montes, Cuchares y Chiclanero desempeñaban tan importante misión ajustándose al Código sagrado, -cuyos preceptos son de todo punto inviolables, el número de corridas verificadas al año es cada vez mayor; los tendidos y gradas de las plazas de toros se encuentran de día en día más concurridos, y los verdaderos aficionados, los aficionados enragés siguen con inmenso interés la suerte de los espadas más notables, reciben telegramas notificando sus triunfos, y celebran, banquetes en su honor.
Fácil será, a quien se lo proponga, encontrar alrededor de una mesa de café reunida la tertulia taurina, que preside un clásico aficionado que lleva en sus patillas blancas cincuenta años de toreo desde las gradas de la plaza de Madrid...
-Porque yo he visto, por mis propios ojos -exclama retorciéndose el bigote y frunciendo el entrecejo uno de los contertulios,-y aquí está Cortezo que no me dejará mentir, la faena empleada por el Chispero en su primer toro, consistente en dos pases naturales, dos pases de pecho y tres pases ayudados y un pase en redondo, y con la res cuadrada, un volapié hasta la mano que hizo innecesaria la puntilla. ¿No es esto una brillante faena? ¿Qué más puede pedirse a un espada de cartel?... Para que vea usted, D. Matías, hasta dónde llega la depravación humana, y me diga si no es cosa de hacer una barbaridad... (Por supuesto, que lo mejor es reírse). El Imparcial y El Liberal califican la estocada de pescuecera, asómbrese usted D. Atilano, ¡de pescuecera!
Y con los ojos muy abiertos y las manos en la cabeza, aguardó el murmullo de indignación y asombro de todos los contertulios.
-¡Oh! -exclamó animado por el efecto de su arenga. -A la sombra del genio crece la envidia, D. Atilano, pero el genio se impone al fin y a la postre... Pero dígame usted qué es lo que haría con esos revisteros, vamos a ver.
-¿Yo? ¡Estrangularlos! ¡Estrangularlos de buena gana!—dijo atacando con furor una chuleta D. Atilano Picaporte, tabernero enriquecido, de genio endemoniado, carrillos rojos y nariz color de remolacha.
-Como medida preventiva, ¿no es cierto, D. Atilano?
-Qué ganas tengo añadió éste sin hacer caso a su interlocutor, -qué ganas tengo de retorcer el gañote a uno de esos; porque a mí tres cominos me importa el cartel de Madrid; yo tengo siempre cien duros para ir a ver torear a quien quiera, cuando me... (aquí una grosería muy gorda) y el qué no los tenga que se.... (y aquí otra mayor) ¡Pues, pa chasco!
Y volvió a la chuleta con ahínco, como si devorara carne de revistero venal.
-Lo cierto y positivo -exclamó un joven macilento, de barba rubia y ojos azules, -lo cierto y positivo es que la envidia y el interés rastrero han iniciado una campaña... una campaña... ¿Cómo la calificaría yo? Una campaña inicua. ¿Me explico? Una Campaña en contra de los sagrados cánones del toreo.
-¡Y de cuán funestas consecuencias! -exclama un caballero que aun no había desplegado los labios, considerando el asunto con aire de profunda tristeza. -¡De cuan funestas consecuencias! ¡Oh!
-Y lo peor del caso es que el público no acude a los periódicos profesionales para leer juicios exactos y prosa castiza- añade un revistero de profesión.
- Lo peor de todo -dice el ilustre decano de la afición, que no se ha dignado terciar en el debate, -es que ha pasado la hora en que debiera estar recogido en casa, y siento abandonar tan grata compañía. Señores, mañana nos veremos en la plaza.
Y haciendo un saludo general, se marcha con paso lento y sosegado.
No por eso termina la discusión de toros, que se prolonga hasta la media noche.
Cuando algún diestro, sea cual fuere su categoría, se agrega a la tertulia, se le agasaja espléndidamente y se le tributan honores de emperador.
Conozco un entusiasta que, no obstante su calzado lustroso y bimba reluciente, ha solicitado de un famoso espada el puesto de mozo de estoques, con objeto de admirarlo de cerca, y quien sigue de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo acompañando en el ferrocarril a los diestros, y, montado en un jaco, el coche que los conduce a la plaza. En suma, ser aficionado a los toros, es ya ejercer una profesión.
A. CABELLERA
Fuente Documental: Biblioteca Nacional de España - BNE - Hemeroteca Digital - http://hemerotecadigital.bne.es