Resumen |
Novillada extraordinaria, en efecto, fue la de ayer tarde, porque extraordinario es lo que no se da con frecuencia. Y reunir en un cartel los tres mejores novilleros disponibles, enfrentados con seis novillos de una acreditada ganadería, no puede hacerse con facilidad.
En pocas corridas de toros se dará el entusiasmo que se dió ayer en varios momentos de esta novillada. Hubo dos tercios de quites y dos faenas de muleta que pusieron el ambiente al rojo vivo. En verdad, la cosa no era para menos, pues tampoco es frecuente que los diestros de primera categoría desarrollen la afición, el valor y el arte que los tres novilleros mencionados pusieron a contribución.
Rompió el fuego Luís Morales en la lidia del primero, que era un bichito mogón, con mucha casta, mucho sentido y ganas de hacer presa en el primero que se descuidase. El madrileño lo saludó con unos lances de tanteo, y pronto se dió cuenta de las condiciones del animalito, y, sin dejarle escapar del capote, le fijó con unos lances de torero enterado.
Morales trateó con habilidad, valor y gran conocimiento, y en cuanto consiguió hacerle igualar, aunque el derecho era el sitio más peligroso, por donde el cornúpeto se "metía" más, atacó derecho y cobró una estocada contraria. A seguido intentó el descabello y dejó el estoque clavado en el cuello por un extraño del animal. A continuación cobró una en el lado de acá, que dió fin a la vida del peligroso terrones. Demostrado con esto que en Morales hay un torero enterado, cuando salió el cuarto, que era un buen toro-y haremos aquí la aclaración de que toda ella fue una corrida de toros por la edad de las reses-, confirmó Luís que, además, sabe torear con el mismo arte y la misma gracia que el que mejor lo haga.
El muchacho del barrio de Maravillas llevaba ganas de torear y toreó. Ya en un quite al segundo había puesto a la gente en pie, dibujando media verónica tan templada, tan ceñida, tan media verónica, que seguro estoy tendría satisfacción en suscribirla el gran Belmonte, inventor de las medias verónicas de este género. La serie de verónicas adelantando el capote y tirando del enemigo muy templado, acompañando la marcha del bicho con la cintura y mandándole con mucho temple en gracioso juego de brazos, fue coreada toda ella. Pero lo sublime fué la media verónica con que remató, sólo comparable con la de antes. El público se entregó por completo y proclamó a Luís torero grande.
Los reacios duraron poco tiempo, pues a continuación dibujó un quite de frente por detrás escalofriante. No se concibe cómo puede torearse tan ajustado, cómo sin enmendarse puede hacerse pasar al toro sin que los cuernos se lo lleven por delante, cómo puede estarse a dos milímetros de la muerte y conservar la sonrisa en los labios. He ahí el secreto del prestigio y la inmortalidad de nuestra fiesta, que ayer tarde Luís Morales supo colocar en varios momentos a gran altura. Tomó los palos, y primero de frente, luego al cuarteo y, en fin, por dentro, con el bicho muy cerrado en tablas, prendió tres soberbios pares en todo lo alto del morrillo, dos de ellos en un milímetro de sitio. Brindó a un "parroquiano" que le indicaron en el tendido del 10 y comenzó la faena con dos pases de rodillas, en los que sin enmendarse obligó a pasar al toro entero por bajo los vuelos de la muleta. En pie, dio un ayudado por alto excelente, y después dos naturales, cada uno de ellos seguido del correspondiente de pecho. Continuó el muleteo con quietud, con gracia, con seguridad, con arte puro, dando perfectísima sensación de que en él hay un torero de cuerpo entero. Bien conquistada tenía, no la oreja, sino las dos y el rabo, que en pocas ocasiones se habrían dado con más justicia; pero aun cuando atacó derecho y cogió siempre las alturas, el animal no le ayudó y dió varios pinchazos, todos perfectos, para terminar con un descabello. Fué una verdadera lástima que no acertase a matar. Mejor dicho fué una verdadera lástima que el bicho no tuviera un poco más de fuerza para ayudarle en el trance. Esta deficiencia del cornúpeto demostrará de qué forma tiró de él el torero durante la brillante faena de muleta.
Ninguno de los dos enemigos que correspondieron a Diego de los Reyes tenían peligro, más tampoco fueron todo lo claros que se precisa para redondear una faena. El primer tercio de su primero, segundo de la tarde, fue magnífico. Los tres espadas hubieron de saludar desde el tercio para corresponder al estusiasmo del público, que les hizo una ovación indescriptible. La faena de Diego fue de torero dominador, de fácil muletero, y, cuando hubo dominado, sacó unos cuantos muletazos de torero grande, a los que puso fin con media estocada alta, con un poco de tendencia, que le valió una ovación con vuelta al ruedo y salida a los medios.
La tarde de ayer también fue de triunfo para el vallisoletano Fernando Domínguez, del que bien puede decirse ha quedado consagrado en Madrid como un torero hecho. Fácil, seguro, valiente y artista. Toreó con el capote a la verónica y de frente por detrás, muy ceñido y muy despacio, arrancando oles y despertando el entusiasmo de todos. Por artística la una, por inteligente y valiente la otra, y por toreras ambas, sus faenas de muleta fueron superiores de verdad. Tranquilo, con la muleta desplegada en todo momento, pisándole el terreno al novillo, dió al tercero una magnífica serie de muletazos, todos ellos variados y clásicos, corriendo la mano sin afectación, sin sensación de hacer el menos esfuerzo, pisando con las dos plantas la arena, dejando que el animal metiera la cabeza en el engaño, tirando de él cuando estaba prendido en los vuelos del trapo rojo, empezando los pases al tiempo debido y terminándolos perfectamente. Ayudados, altos, de pecho y naturales con ambas manos fueron los que sobresalieron. Quiso matar bien y arrancó en corto y por derecho, con la vista puesta en el morrillo; pero se le desvió la puntería por un brusco movimiento del cornúpeto al seguir la trayectoria del engaño con demasiado celo, y el acero cayó bajo. Empero el público estimó la magnífica faena y le hizo dar la vuelta al ruedo y salir después a los medios. El que cerró plaza fué el más grande de la corrida. Era burriciego y traía genio. Domínguez le desafió en su terreno, le dió seis o siete muletazos ayudados por bajo, que le hicieron crujir los huesos y el animal se entregó rendido a la voluntad del artista que, a partir de aquí, le hizo pasar otras seis o siete veces por bajo de la muleta en pases altos y dos superiores de pecho.
Con un zambombazo delantero se acabó esta novillada que ha resultado tan agradable, que bien podíamos pedir a Tauro, Santa Lidia o San Cornelio que ninguna fuera peor, para fomento y encanto de la afición.
|