Resúmen |
Un espectáculo muy poco edificante tuvimos la desgracia de presenciar en el ruedo tetuani durante la lidia del último novillo. Lo insólito del hecho fué el gesto intolerable de matonería ejercido por su actor y la ayuda moral e injusta que le ofrecieron los ocupantes de las localidades populares, que nos pusieron al borde de un serio conflicto. El relato será no cabe duda, mejor que el comentario, ya que éste le hará por su cuenta, y desde luego censurable, nuestro sensato lector.
Salió el sexto novillo con muchos pies y con aparente bravura. Un espontáneo cae en el ruedo después de un salto acrobático de limpia ejecución. Quiere torear, y para impedirlo sale en loca porfía la cuadrilla del matador. Tras unas carreras, sorteando el peligro del astado, Malagueñín, el peón de confianza, logra detenerlo amablemente. Los de la solanera se irritan, gesticulan, vociferan y, con manifiesta injusticia, piden se retire del ruedo el peón, que ha cumplido con su deber. La sensatez se impone en la plaza, ya que una inmensa mayoría aprueba con su aplauso lo realizado por el subalterno. Comienza la lidia ordinaria entre aplausos y protestas, sin registrarse nada absolutamente digno de mencionarse, toda vez que el toro no es tan fácil como parecía, y el matador, Fernando Domínguez, tampoco quiere jugarse un alamar. Llega el tercio de banderillas, y tan pronto como Malagueñin hubo prendido medio par, surge en la arena un nuevo espontáneo, y con un trapo a duisa de muleta se marca unas figuras ridículas ante el novillo, sin arte ni valor. Después, y como queriendo vengar a su compañero de libertinaje, se dirige a Malagueñín, y de una manera cobarde y alevosa llega a agredirle con el palo que le ha servido de muleta. El banderillero se repone prontamente, y con las banderillas que tiene en la mano repele enérgicamente la agresión. Intervienen las cuadrillas. Las autoridades corren de un lado para otro. Los tendidos, violentamente, se dividen en opiniones, y al fin se concluye el lamentable espectáculo entregando al agresor a los guardias y subiendo Malagueñín a la presidencia. !Señor, señor, cuanta inconsciencia! Relatada la nota de color desagradable por demás, pasemos a contar brevemente la parte anterior de la corrida, ya que en la muerte de este último toro Fernando Domínguez ni se acreditó de valiente ni tampoco de artista.
Niño de Haro, torero que goza de todas las simpatías y de todos los alientos de esta buena afición, tropezó en primer lugar con un toro bravo y nervioso en demasía. Su capote le ofreció una serie de lances eficaces y artísticos como cuadra a tan buen torero. Los aplausos comenzaron a estimular al muchacho, quien momentos antes dibujaba como consumado maestro otra serie de lances majestuosos de verdad. Niño de Haro se estrecha en unos pases por bajo, tratando de dominar al enemigo. Conseguido esto, se lo echa por delante con unos de pecho, en que el toro va admirablemente toreado. En la primera igualada entra rápido a matar, cogiendo un pinchazo delantero. Nueva faena laboriosa y eficaz para otro pinchazo al hilo de las tablas. Intenta varias veces el descabello.
En el cuarto novillo, que se ha crecido al castigo, el Niño de Haro logra cuajar una faena de muleta del más puro estílo rondeño, toda ella a base de pases naturales ligados con los de pecho. Las ovaciones se suceden, y el artista, al intentar dar un natural, sale prendido y derribado, sin que afortunadamente tengamos que padecer consecuencia lamentable. Rabiosillo, se va al toro y le propina ocho pases de muleta valiente, artista y torero. Se va reas el estoque sin perder la recta, consiguiendo un pinchazo que coge hueso. Nueva preparación y media estocada un poco ida. Acierta el descabello al primer intento, y en honor del Niño de Haro estalla una ovación seguida de vuelta al ruedo.
Jardinerito, tal vez dolido de las duras lecciones que los astados le infringieron en la anterior temporada, lo mismo con el capote que con la muleta poco bueno se le vió ejecutar. Dudas, vacilaciones, precauciones por demás y muchas veces el deseo de salir airoso le pusieron al borde del ridículo. Mató pronto, ciertamente; pero no con decisión.
Fernando Domínguez, en el tercero de la tarde, toro muy bravo por cierto, se ganó el aplauso de la concurrencia; pero estos aplausos, y dicho sea en verdad, no se le pueden atribuir ni a su arte ni menos aún a su conocimiento. Triunfó el valor y la bravura del toro, que obedecía mansa y noblemente al más pequeño movimiento del capote y la muleta. Desde luego, aunque se cuaje en los toros, Domínguez no será un torero genial, ya que adolece de amaneramiento y su toreo es basto. Se deshizo de este toro de un metisaca alevoso y de media estocada atravesada con salida del estoque por el lado contrario. La indiferencia fué el mejor comentario a su labor.
Picó bien el veterano Pepe Díaz, y bregaron con arte e inteligencia Malagueñín, Cofré, Chatillo de Valencia y el pequeño de los Nacionales.
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