Resúmen |
Surge el primero, un toro negro, de gran presencia; embiste con brío y con poder. El Estudiante le sale al paso aceleradamente, casi sin actuar los peones, y rompe en un veroniquear admirable, en el que riñen a porfia la quietud, el valor, el temple, el dominio y la gracia. En los dos quites que le corresponden en turno, los primeros y cuarto, vuelve a torear, pero varía las suertes: en aquél lo hace con preciosos lances de frente por detrás, cambiándose el capote en cada uno; en este otro se echa la capa a la espalda y nos ofrece un galleo artístico de irreprochable técnica. La primera papeleta ha tenido un exámen brillantísimo, y el pueblo rugió de entusiasmo desde el instante mismo en que el nuevo doctor desplegó la seda.
Buen toro en escena; bravo, serio, dócil. Los clarines anuncian el instante del "doctorado" y de dar la papeleta suprema. Luís Gómez entre una ovación más y un efusivo apretón de manos del maestro Marcial, recibe los trastos y vuelve a salir, espada y muleta en mano, con la misma resolución con que salió a torear de capa. Ocho minutos después, y todo está ya hecho. El ex estudiante taurino se ha justificado como un doctor de cuerpo entero.
La faena ha sido magnífica. Cuatro pases altos y cambiados para comenzarla, tres naturales para seguirla y cinco altos y de pecho para rematarla bellísima y concienzudamente entre un estrépito de !oles! y aplausos y un pasacalle de la banda. El torero ha parado lo inverosímil y ha puesto un arte magno en todos los pases. La preciosa faena tiene por remate una estocada corta en todo lo alto en una arrancada de matador limpio, y el hermoso animal murubeño rueda sin puntilla. La multitud enloquece de entusiasmo, y a Luís Gómez se le entregan por aclamación las orejas del bicho, con las que recorre el anillo entre una lluvia de prendas de vestir.
Vamos a ver si se redondea la tarde. El último toro salta al tapíz. Es un bicho de buen tamaño, pero por andar sacudido de carnes y por su rara estructura en la cornamenta lo rechaza el público y lo manda devolver al corral la presidencia. Se trata de un toro rechazado por feo; por semifeo nada más, porque el peso reglamentario lo tenía sobradamente.
En sustitución del retirado sale un "gallumbo" de Salas, berrendo en negro y con una corpulencia enorme. Pero al "gallumbo" le da por ponerse a tono en la lidia, y el nuevo doctor completa su triunfo. Nueva escandalera al torear de capa con una valentía y un estílo formidables, y nueva escandalera en la faena de muleta, en la que vuelve a campear el valor y la armonía de la escuela rondeña, justificada en otra serie de pases naturales maravillosos, ligados con los emocionantes de pecho. La ovación vuelve a estallar atronadora con la honorífica colaboración de la música. Arranca a matar y señala un pinchazo en la péndolas; repite el arranque con decisión, y por un extraño del toro en el embroque el acero cae desprendido. Pero, con este defecto y todo, el éxito del nuevo matador ha sido tan definitivo que la afición, satisfechísima, se lo lleva en hombros.
Brillante fin de curso, Doctor hecho a conciencia, Luís Gómez es paisano del glorioso Cervantes. En Alcalá de Henares vino al mundo. ¿Se cursa en la Universidad complutense ciencia torera?
Y en tanto en el claustro taurómaco entraba por méritos propios el nuevo doctor, un catedrático de reputación sólida mostraba su ciencia, con satisfacción de la muchedumbre: Vicente Barrera. Dos toros de condición distinta correspondieron al maestro valenciano. El tercero no era muy bravo, pero sí muy dócil; el quinto hizo toda la pelea con resabios y mal estilo. Barrera dió a cada uno su faena adecuada. En el tercero echó alegría, repertorio, emoción y gracia. A seis pases en el estribo, nada menos que a seis pases, y todos de los que ponen los pelos de punta, siguió una primorosa labor de muleta, de esa prodigiosa muleta de Barrera, que suele ser pincel y látigo. Al iniciarse la faena rompió el !ole!, y rompió también la música a tocar, sin cesar ambas ruidosas manifestaciones de entusiasmo hasta el arrastre del bruto. Aquello daba tal impresión de soltura y dominio, que todos los espectadores nos sentíamos toreros. Un pinchazo bueno; una corta en su sitio; un descabello, a la primera, y el toro al desolladero. Se reproduce la ovación clamorosa, se le entrega al maestro la oreja, y con la oreja toda la sombrerería al voltear sobre el redondel.
En materia taurina, mentar la palabra "seguridad" es mentar a Marcial Lalanda. Y no obstante, no ha dejado contento Marcial al público de Valencia en el capítulo taurino de las fallas de este año. Muchos habrán salido de la plaza convencidos de su trabajo, en cuanto a la seguridad de él se refiere. Pero contento, nadie. Y es que en toreo hay faenas que sirven para demostrar que se puede fácilmente con los toros, y hay faenas que sirven para entusiasmar a los espectadores, que , naturalmente, no es lo mismo.
A Marcial no le ha tocado en las corridas falleras ningún toro boyante; es decir, ningún toro de "escándalo". Y el escándalo no ha surgido. En Marcial, el escándalo es veroniquear con suavidad y elegancia, apretarse y dibujar en los quites, prodigar los pases naturales, "bordar" su suerte de la "mariposa" y todo esto requiere un toro indicado.
En la corrida de ayer, los dos toros que le tocaron a Marcial Lalanda fueron noblotes, pero sosos. Y la alegría no pudo enlazar al torero con el cornúpeto. El maestro se limito a lidiarlos y a entregarlos a las mulillas sin sofocones, sin agobios, sin apuros, sin arrogancias, sin éxito... La emoción y la belleza dieron paso a la facilidad que Marcial tiene para quitarse a los toros de en medio: bonitamente, a los buenos; vulgarmente y certeramente, a los malos.
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