Resúmen |
Por fin ayer tarde murieron en la plaza de Madrid los seis toros de Santa Coloma, a quienes la diosa Naturaleza, con la lluvia pródiga de estos días, tuvo a bien prorrogarles la vida siete días más. Al escribir toros lo hemos hecho a propio intento, porque toros fueron en realidad los lidiados, a excepción del que salió en cuarto lugar.
Los entusiasmos nuestros no se vieron correspondidos, aunque las promesas quedaran en pie. Aldeano y Felix Rodríguez II sacaron de sus respectivos archivos algo de lo que en ellos guardan; pero no fueron en verdad sus mejores galas lo que lucieron. Enseñaron, sí, parte de los valiosos atavíos que conservan; mas no lucieron el ropaje completo. Donde la chupa brillaba, ennegracia el calzón, o viceversa.
El de Gandía estuvo valiente, extraordinariamente valiente, tan valeroso, que bien puede decirse salvó la vida a tres picadores. A la hora de ahora, los picadores Rélampago, Conejo y Abia deben a la nobleza, a la dignidad profesional, al arrojo de Aldeano, si no la vida, al menos un par de meses de cama.
Los tres tiempos de verónicas para parar y quitar en el quinto fueron admirables y muy aplaudidos; los valientes lances en su primero y las dos faenas de muleta tuvieron el gran mérito de la voluntad; pero lo magnífico de la tarde de Aldeano fué la oportunidad, la colocación, el valor.
De los tres quites, el sublime, el más gallardo, hidalgo y altruísta fué el que hizo a Abia en el quinto toro. Cayó el jinete al descubierto por las afueras, y Paco Gómez, sin dudar un instante, apercibido del peligro que corría el compañero, se interpuso entre el hombre y la fiera y evitó un drama. Bien es verdad que a poco él se transforma en víctima, porque el bicho le enfrontiló con fuerza y hasta le llevó un instante sobre el testuz. Fué un instante verdaderamente dramático, del que Aldeano salió con la taleguilla rota por la banda del lado izquierdo.
Félix Rodríguez II puso así también gran voluntad en alcanzar un éxito semejante al de la corrida anterior.
Su primer enemigo, un verdadero enemigo, era un santacoloma de esos que han hecho un tanto odiosa la divisa; pero el muchacho se descaró con el animal, y en seis u ocho excelentes muletazos lo redujo a la obediencia, con aplauso del respetable.
El quite que hizo en el quinto toro superó todo lo que hizo durante la tarde. Los pies clavados en la arena, adelantando el correspondiente, llevando al toro prendido y jugando los brazos con suavidad y gracia, arranco aclamaciones justas.
Puede decirse que fué lo único y artístico, lo único bello que vimos en toda la tarde.
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