Resúmen |
* La cuarta corrida de abono *
Hace unos días que vino la corrida de Villamarta. Ignoramos las razones científicas que aconsejaron rechazarla. El domingo se lidió, es decir, a los pocos días, cuando los toros, en vez de ganar, sufrieron los estragos de los primeros días del cambio, y nada tenemos que oponer a la presentación de la corrida. En esta última de abono había de jugarse la de Juan Manuel Puente y fue cambiada por la de Villamarta. No es fácil, por lo visto, venir con una corrida a Madrid.
La de Villamarta fue una buena corrida, pues, a excepción del toro quinto, que fué manso, los demás cumplieron muy bien y fueron francos y nobles para el toreo. El toro sexto fué superior, y el de más casta, aunque salió haciendo extraños, el segundo, que se creció mucho en la lidia. Tanto se creció, que equivocó a Solórzano. Este torero, de buen estilo, que domina mucho el capote, había toreado de manera notable al toro, viejo, seriote, acucharado de cuerna. Y entusiasmado con el toro, fue Solórzano y brindóselo a Márquez. Precipitadamente buscó al toro y le tomó en mal terreno, atravesado, con la mano izquierda. Y el toro tenía genio, y el toro derrotaba mucho y el toro estaba necesitado de castigo. Unas cuantas dobladas primero, para ahormarle y luego lo que usted quiera. Pero Solórzano no se cuidó de esto y no logró aquella faena limpia con que soñara. El toro le derrotaba y no le dejaba. Muy valiente, sin el relieve que el valor y la intención merecían, a mi juicio, por el error inicial. Muy valiente también, aguantando al toro, con el estoque.
Así como hacemos mención de la casta de este toro, señalaremos, porque aconteció, la vuelta al ruedo del primer toro. Pero no lo mereció. Fué una broma para hacer rabiar a Cagancho, porque antes había hecho él rabiar al público. Ahora que estas bromas pueden traer equivocación. Así como los toreros se ganan la vuelta al ruedo en el último tercio, los toros se la ganan en el primero. En que se arranquen lejos a los caballos, y recarguen, y no se vayan, y en vez de dolerse se crezcan, y, a partir de ahí, no decaigan en la lidia. Que sean bravos sin tacha. Pero los que no hacen más que cumplir no tienen méritos para darles la vuelta, aunque no haya cumplido el torero. Cagancho no cumplió en este toro y en el otro, donde hizo muy buenas cosas, entre ellas matar, no redondeó el éxito, aun estando cerquísima del toro, porque está influenciado por el adorno. Después de un gran pase, cuando nos disponemos a seguirle en la faena, corta el viaje al toro y se adorna. Le llama el público la atención y da otro pase, y en esta alternativa transcurre la faena, cortando la emoción, Fué una lástima, porque tenía toro noble, aunque algo agotado, estuvo muy cerca y mató recreándose las dos primera veces. Bien está el adorno; es bonito y es torero. Pero cuando el adorno es excesivo al margen del toreo se pierde eficacia, emoción, aplauso y crédito.
En el toro manso, el quinto, Solórzano, que le vemos cada tarde más seguro y decidido, estuvo valiente para sujetarle por bajo y darle con la muleta en la cara. Le entró tres veces, llevándose la segunda el estoque porque el toro le hizo un extraño. Su éxito rotundo fue con el capote. No se limita a dejar pasar; tira de los toros.
La Serna tuvo una actuación desconcertante. A su primero, sin saber por qué, le toreó dándole vueltas, yéndose a la cola en vez de aguantarle, para acabar desconfiado con muleta y estoque.
En cambio, al último, un toro colorado muy bien puesto, le paró desde el primer lance, sin tantearle siquiera. Esto me parece muy expuesto, y no hay necesidad de ello. Los toros deben tantearse, ver lo que hacen al llegar al capote, y, una vez vistos, hacer lo que a cada uno le permita su estílo y su valor. Pues sí, todo lo desconfiado que estuvo La Serna en el primero, estuvo de excesivamente confiado en el último. El toro era muy bueno, pero él no tenía tiempo de saberlo antes de tantearle. Más que en los lances, un poco al azar, donde me gustó fué en los quites. Allí fué donde le llevó toreado. El tercio fué precioso, por los tres espadas y el toro. Al acabar, los tres saludaron montera en mano, y luego de banderillearlo, salió La Serna a dar un cambio a muleta plegada seguido de un natural precipitado y movido y fuera de sitio. Antes había brindado al popular escritor Antonio Casero, que, muy emocionado, no sabía qué hacer con la montera. Si los toreros brindaran sin echar la montera, el brindis no tendría ninguna complicación, pero esto de cuidar de la montera es algo de preocupación.
Pues bien, después de aquella salida, ya más centrado La Serna con el toro, y la muleta en la mano derecha, dió pases notables. Muy quieto, más que quieto estoico, indiferente, insensible ante el peligro. Y aquel muchacho que estuvo toda la tarde en cualquier sitio de la plaza, a última hora nos impresionó, y fuertemente, y de una manera un poco desconcertante. Salió en hombros.
El interés de la corrida, por unas cosas o por otras, no decayó un momento. Fué una corrida distraida, muy interesante. Cuando salíamos, como La Serna se había marchado, vimos a Antonio Casero sin saber qué hacer con la montera. -¿ Vamos, Antonio ? - Espera que salga la gente -dijo muy preocupado.
Y cuando creía que nadie le veía, arrojó la montera entre barreras y salió de prisa, muy sonriente, como si no hubiera hecho nada.
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