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1932 - Madrid - ABC 29 abril - Por el maestro: D. Gregorio Corrochano

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AÑO

1932 - Madrid - ABC - 

Fecha

29 de Abril de 1932

Referencia

ABC - Por el Maestro: D. Gregorio Corrochano

Hechos

Corrida de toros celebrada en la Plaza de Toros de Madrid el día 28 de Abril de 1932.

Diestros: Manuel Jiménez "Chicuelo", José Amorós y Domingo Ortega.

Ganadería: Excmo. Sr. Marqués de Villamarta

Resúmen

* El torero de Castilla *

Si no sale en tercer lugar aquel torito castaño yo tendría de esta corrida el recuerdo de aquel reloj que me iba contando las horas que duraba. Porque le tengo frente a mí, y sin querer mirar leo la lentitud de las fiestas pesadas. No sé a quien se le ocurrió. A alguno que no fiaba en el reloj del presidente. Pero yo prefería el supuesto error presidencial a esa exactitud con que me cuentan las horas monótonas.

¡Si no sale aquel castaño! Pero salió, y estaba Ortega de turno. Y ahora veo que el reloj sirve para algo más que para contar el tedio. Sirve también para medir lo que dura un pase natural desde que se avanza la mano y se engancha al toro de la muleta hasta que acaba de pasar el toro.

Desde que empezó la lidia marcó el toro que su lado más vulnerable era el izquierdo. Si alguien tuvo duda cesó en el quite de Chicuelo, en la filigrana que hizo por el lado izquierdo. Y aunque la mano fuerte y dominadora de Ortega es la derecha, usó la izquierda de manera admirable.. Hacia girar el palillo hasta que el filo de la muleta rozaba la piel del toro, éste se arrancaba a cogerla, y el torero, quieto, con un ligero quiebro del cuerpo y acompasado desplegar del brazo, burlaba al toro en lo que se llama pase natural. Natural por la naturalidad y natural porque se hace con la izquierda, la mano natural de torear, mientras en la diestra se mantiene el estoque. Hago esta aclaración porque ya suelen llamar también pase natural a pases con la derecha, que siempre van apoyados en el estoque. Estos a que nos referimos eran verdaderamente naturales. Y no eran pases de aprovechar la arrancada del toro; era obligar al toro y traerle toreado. ¿Y aquel pase por bajo con la mano derecha, pero por el lado izquierdo, girando hasta describir un círculo sin que el centro -los pies- se movieran? ¿Y el pase de pecho escalofriante?

La faena no sólo fué de gran mérito. Tuvo un sello muy personal. Porque Ortega tiene personalidad. Así como los toreros de la escuela sevillana tienen una gracia que recuerda Andalucía, Ortega tiene una serenidad castellana. Ayer, delante del toro castaño, no era Ortega, no era solamente un torero; era Castilla puesta en pie. Yo veía Esquivias con su tradición cervantina, y Borox pardo, de color de barbecho, oculto en una hondonada, como metido en un enorme surco. Llanuras sin fin. Caminos sin curvas. Serenidad. No es bonito. Pero es majestuoso y evocador. El toreo de Ortega tiene Hombría castellana.

Cada pase, cada momento, tenía un eco entusiasmo en el público, y cuando después del pinchazo en lo duro dobló el toro de la recta estocada -recta, Castilla-, el ruido de los tendidos hacia remolinos en el viento. La oreja y etcétera.

¿Y después? Después cayó la corrida en monotonía por la mansedumbre del ganado, por la devolución al corral de un toro desgraciado durante la lidia -demos gracias a la generosidad de la Empresa para darnos otro toro al que no teníamos derecho-, y cuando salió Ortega en el último, con viento y casi de noche, Castilla se había acostado. Ya se sabe que en Castilla la gente se acuesta temprano. Ortega, por un imperativo del deber, aún estaba allí, pero con ganas de acostarse. Al toro bronco, que embestía con la cara alta y desarmando, le hizo una faena de anochecido. Más temprano quizá hubiera intentado dominarle por bajo, que es por donde él torea mejor y domina más; pero nada de eso hizo.

Toreó sin plan sin seguridad y sin confianza. Como si no quisiera torear. Como si no fuera ya su hora. Esto de la hora es muy importante. Me acuerdo que también Belmonte -que ayer estaba en la plaza- tenía su hora, que llamábamos "la hora de Belmonte". Cuando no se torea y no se domina, no se mata, si no es por casualidad, y, naturalmente, Ortega no mató. El toro se acostó cuando oyó la corneta del aviso, porque el toro, que también era castellano, estaba deseando acostarse, como Ortega.

Chicuelo, a quien vimos en Sevilla, en la corrida de Villamarta con una decisión no habitual, salió ayer también lleno de deseos; pero, hombre de poca lucha, al topar con el lote más manso de la mansa corrida, se vino abajo y se apagó. Trató de sujetar a sus toros; no lo consiguió ni dejándoles la muleta entre las manos. Dejó intervenir demasiado a la cuadrilla, y los toros mansos y huídos, que no son peligrosos, porque no tienen ni la intención de coger, no necesitan tanto capotazo y tanto cruzarse toreros. Al contrario, hay que torearles poco y por delante, sin dejarles enganchar, porque cuanto más los pegan más se acobardan. Y los toros de Chicuelo los torearon con exceso y los aburrieron más de lo que estaban. Al primero le despachó de una estocada caída, y al otro de tres pinchaduras. Saldría agotado de correr la plaza detrás de los toros huídos.

Pepe Amorós estuvo muy decidido y se ganó la voluntad del público. Con el capote paró mucho y se adornó en los quites. A su primero, que le pegó bien el hijo de Relámpago, en un puyazo que recargó mucho el toro, había que llegarle mucho. Amorós, valiente, y a veces temerario en terrenos de toriles, peleó con el toro y le mató de un estoconazo de efecto rápido. El otro le atropelló varias veces el manso y bronco animal, y Amorós estuvo desafortunado al herir. Pero el público, todo se lo dispensó, merced al buen deseo del salmantino, que vino decidido a Madrid. Habiendo decisión, lo demás ya vendrá.

A D. Manuel Aleas, ganadero escrupuloso de probada afición, le habrá disgustado mucho su corrida. Porque, aunque algún toro recargara en un puyazo, la nota general fué de mansedumbre, de franca tendencia a la huida. Esta fué su principal característica, la de huidos. Porque hay mansos que quieren coger, que se defienden, y esto da lugar a lucha. Los toros de ayer huían, y huyendo morían.

Suerte que salió el castaño. Que nos recordó por su condición aquel castaño del mismo ganadero, que toreó también admirablemente con la izquierda Solórzano el año pasado. Sí en este toro, Castilla -Ortega- no se pone en pie, yo hubiera soñado esta noche con el reloj de la plaza, lo que hubiera aumentado el horror que tengo a los relojes porque me cuentan la vida, y parece que aceleran los ratos que tengo de felicidad.

Fuente documental

 Fotografía:  J. Laurent  Copia a la albúminaBiblioteca Nacional de España