Resúmen |
* Como si hubiéramos toreado los nueve toros *
¿Cuánto duró la corrida de ayer? El reloj acaso lo haya contado. Nosotros recordamos que fuimos a la plaza acabada la hora de comer, y que antes de salir ya nos rondaba el sueño. Fue una corrida tan monótona, tan sin relieve, sin lances ni emociones, que a la hora de recordar para escribir no recordamos nada. Tenemos esa visión borrosa que nos dejan algunos sueños. Como cuando decimos: "Anoche soñé"; ¿qué soñé yo anoche? ¡ Ah, sí, soñé..." Y poco a poco va uno ensartando cosas sueltas del sueño deshilvanado. ¿Estuve yo ayer en los toros? Estuve, y pasó...; qué pasó ayer en los toros? Me parece que cuando empezó la corrida ya llevábamos en la plaza más de una hora, es decir, que antes de empezar ya empezábamos a estar cansados. ¿Y qué hicimos una hora antes de empezar la corrida? ¡Ah, sí!, ya recuerdo que se lidiaron tres novillos de rejones. Los Da Veiga, padre e hijo, lidiaron muy bien el primero. El padre, con gran estilo, puso un rejón de manera admirable. El hijo, excelente caballista, desafió bonitamente con la jaca, en un dominio de doma. Tuvo momentos muy gallardos, como cuando paró el caballo para obligar al toro. El primero murió de los rejones. Luego, en los otros dos, el hijo, solo, no logró el juego de caballos, de los dos caballeros. Lució la jaca de las riendas sueltas, mandada y dominada con las piernas, pero al banderillear a dos manos se advirtió que buscaba la media vuelta del toro. Muy aplaudidos, se les despidió con palmas, y cuando los clarines anunciaban la lidia a la española, ya llevábamos una hora de lidia, porque Torquito III no estuvo breve al acabar con los dos novillos últimos.
Villalta y los hermanos Bienvenida salieron como desperezándose; de esos sitios para mí desconocidos, donde los toreros esperan prisioneros del traje a que acaben de correr los caballos. ¿Qué piensan los toreros en tanto? Alguno es posible que sienta deseos de desnudarse. Después de los toreros, empezaron a salir toros de Martínez, y vimos uno sin divisa morada, que ayer francamente se la podía haber puesto.. Porque si este toro de Pallarés no fué bravo, los de Martínez fueron tan blandos, salían de los caballos tan huidos, se agotaban tan pronto y frenaban tanto en los capotes de los toreros, que nada honraron la divisa morada.
Fué una mala corrida por su estilo. Y aunque no fueron peligrosos, no se dejaban torerar, se quedaban, no pasaban y nada lucido se les podía hacer. Y así fue todo. Ni un tercio de quites, ni una faena, ni un toro bien matado. Nada, Nada, nada. Ni siquiera, los lidiaron bien. ¡ Cuánto capotazo para que banderillease Bombita! Y muchos banderilleados a modo de rejoneador. Acaso la influencia de Da Veiga.
Villalta, aliñando como podía. Dejó intervenir los peones. Y no mató como suele matar. Se hirió una mano.
Manolo Bienvenida, movido, por la cara, menos seguro de sí que otras veces, descompuesto al herir. No parecía él.
Pepito puso dos pares de banderillas. Muleteó en los medios a uno que tenía genio y fuerza, y vió que estaba mejor por el lado izquierdo. Y como no tuviera aquello interés le dió media contraria y le descabelló. Al otro le despachó brevemente en tablas.
También recordamos que Cicoto le hizo mucha sangre al toro de Pallarés.
Pero todos estos recuerdos tienen esa envoltura algodonosa de los sueños. Esa cosa pesada que nos acompaña al despertar y que, ya despiertos, nos tiene entre dos mundos, el de la noche y el del día, como si tardáramos en salir de uno y entrar en otro, hasta no saber en qué momento pasamos del sueño a la realidad despierta. Yo no me acuerdo bien si esto que cuento lo vi o me dormí en la plaza. Sólo sé que como de los sueños se levanta uno más cansado que se acostó yo salí de la plaza muy cansado, como si hubiera soñado que toreé los nueve toros.
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