Resúmen |
¿Guerrita? - ¿Gallito? ¡¡ Manolo Bienvenida !!
Durante siglo y medio el camino del toreo no tiene perdida posible. Empieza en los Romeros, singularmente en Pedro media en Montes y culmina en Guerrita y Gallito. Me refiero, naturalmente a los maestros, es decir, a los que saben torear y torean bien. Belmonte es la heterodoxia, la herejía, valiéndonos de la expresión de un compañero; algo aparte de todos los métodos y de todas las reglas. Un arte tumultuoso, anárquico y rebelde; un inmenso arrebato, con toda la impetuosidad del instinto y la fuerza de la emoción. Peo Gallito es la última y más acabada expresión de las normas, reglas y experiencias por que se rige el toreo. No hay más escuela fija de toreo que ésta, todos los demás son variaciones, modificaciones. Cambia la ejecución, la interpretación según la personalidad de los toreros, pero las suertes y con las suertes sus normas matrices ni cambian ni desaparecen. Hasta el mismo Belmonte ha tenido que derivar en su última y más gloriosa época hacia esta escuela vaciando su toreo en los moldes clásicos. Que son clasicos precisamente por esto: por ser normas fijas, acabadas, perfectas. El toreo al pasar por cada época encuentra una figura representativa que la encarna y matiza, según el ambiente y los gustos. Ayer fueron Guerrita y Gallito. Hoy es Manolo Bienvenida. ¿Mejor? ¿Peor? Cada uno tiene su prestigio, su reputación, su nombre y su personalidad. Ni Gallito puede eclipsar la gloria de Guerrita, ni los dos juntos la de Manolo Bienvenida. A su edad, posiblemente ninguno de ellos alcanzó la perfección y dominio del toreo que el hijo del "Papa Negro". Distintos en el tiempo, su toreo tiene el mismo origen, corre por el mismo cauce, sigue el mismo rumbo, pertenece a una misma y única escuela. Pero Manolo Bienvenida tiene diez y nueve años....
Si Manolo Bienvenida no estuviera ya consagrado como una figura cumbre del toreo, le bastaría esta corrida de Beneficencia para consagrarse. Esa lidia redonda, acabada y perfecta al tercer toro; esa faena valerosa y maestra al séptimo y esa brega sabia y eficaz que desarrolló en el transcurso de la corrida, dan la medida, la talla de este torero prodigio. Prodigioso por su maestría, prodigioso por su valor, prodigioso por su arte. Todas las posibles y humanas aptitudes que un hombre puede tener para ser torero las reune este mozo sevillano en grado superlativo.
Hace unos días que al escribir el prólogo de esta temporada pedía la vuelta de Gallito, en el sentido de sustraernos a la influencia del estilísmo y darle a la lidia su tradicional y clásico sentido. La mayoría de los toreros actuales torean bien, admirablemente bien, determinados toros, los que carecen de dificultades y tienen un gran instinto torero - es la influencia del Belmonte de la primera época -, pero no saben torerar, es decir, no saben cómo, dónde, cuándo y de qué forma se corrigen los defectos, se vencen las dificultades y se torean esas reses que les hacen fracasar. Por eso el público se aburre diez tardes para divertirse en un tercio de quites. Creen que el capote y la muleta son sólo instrumentos de lucimiento, y como los toros adecuados a este lucimiento salen de tarde en tarde, sólo de tarde en tarde no saben manejarlos. Han perdido el sentido de la eficacia, y desconocen los recursos del lidiador. Son medios toreros, y si apuro la frase, un tercio de toreros. El que torea bien de capa está verde con la muleta, y viceversa. El que tiene buen estilo no domina, anda aperreado con la mayoría de los toros. Y todavía podíamos apurar más la excepción. Hay quien torea bien por un lado y mal por el contrario. Así vemos con frecuencia un lance bueno y el siguiente regular. No dan unidad al toro. Con la muleta casi todos torean por alto y en línea recta, muy pocos saben torear por bajo y en curva, que es el verdadero toreo. De la mano izquierda son mancos, pero no sólo de la mano, sino del corazón.
La palabra ha quedado enredada en la pluma, esperando el comentario. No creo que en el toreo el valor lo sea todo; pero es tan esencial, que sin él no puede desenvolverse espléndidamente el arte. ¿Cómo puede ejecutarse artísticamente el toreo, según el patrón de Belmonte y las normas de "Gallito", sin el grado de valor necesario.
Manolo Bienvenida nos dió esta tarde una lección memorable de toreo. La corrida de Beneficencia, que ya lo había perdido todo, su prestigio, su abolengo y hasta sus mujeres, encontró lo más difícil en estos tiempos su torero. Por tercera vez en la tarde fría y lluviosa se abrió el portón y un toro negro pisó el ruedo. Dobla bien en reo, y todavía no se ha extinguido el rumor que produce la presencia del toro bravo, cuando ya se ha hecho presente Bienvenida. Adelanta la pierna contraria para cargar la suerte, baja las manos para templar el lance, da el pecho para que la suerte resulte más gallarda y torera y los lances a la verónica van surgiendo ajustados, prietos, ceñidos, maravillosos. Cierra la serie con la clásica media verónica y las ovaciones iniciadas al comienzo de la suerte se convierten al final en clamor. Ahora los clamores se enlazan al hacer el primer quite por chicuelinas, girando en el mismo pitón con una lentitud, un garbo y un salero que embriaga de sabor torero. Todavía vuelve a desbordar el entusiasmo y la gracia torera en el último quite. Pero han cambiado la suerte y Manolo se dispone a banderillear. En el tercio del 1 cita y espera. Abre los brazos, adelanta el pecho, se recrea en la suerte. Remolonea un poco el toro y por fin se arranca. Se acortan las distancias y crece la emoción. La plaza envuelta en sombras de lluvia no tiene color, pero el azul de la seda parece un jirón de cielo en el ruedo. Quiebra un par soberano y un clamoreo le sigue. Y el mozuelo corre al tercio opuesto. Ahora la arrancada es más lenta, más angustiosa; pero el torero espera, espera y vuelve a quebrar otro par por el lado izquierdo magnífico. Como si el instinto torero de las muchedumbres hubiera inspirado al chaval busca en este tercer par los medios, que es la salida natural del toro bravo, y después de quebrar sin clavar prende un par admirable. Las ovaciones se han fundido en un clamor y la plaza se ha colmado de sabor torero. Y ahora llega el momento cumbre. La piedra de toque de todos los grandes toreros. El último tercio. Después de un ayudado magnífico la muleta cae en la mano zurda. Corre la mano en dos naturales estupendos, y al rematar el segundo recibe un fuerte palotazo en el pecho. A otro torero esto le hubiera servido de pretexto para cambiar el rumbo de la faena, refugiándose en el cómodo derechazo- Para Manolo es un estímulo de amor propio, gesto de pundonor, detalle de torero cumbre. Otra vez la muleta en la izquierda para quedar colgado del pitón o arrebatar a muchedumbre. Y un arrebato, un asombro son esos cuatro naturales ligados con uno de pecho portentoso. Después viene la derecha a matizar y dar colorido y gracia a la faena con pases altos, redondos, de pecho y molinetes que son un prodigio de finura, de salero y torería. Cuaja la faena con media estocada admirable. Rueda el toro y después de cortar la oreja y seguirle un cortejo de ovaciones en su vuelta triunfal al ruedo, todavía tiene que salir dos veces al tercio. Lidia redonda, acabada y perfecta de un torero que se remonta a la cumbre de la sabiduría y el arte. Pero todavía queda el séptimo toro. Es manso, viejo y poderoso. En la suerte de varas no se deja meter el palo. Tiene sentido y busca la salida antes de arrancarse. Cuando llega al caballo frena y se cruza. Al último tercio llega refugiado en las tablas. Bienvenida se dispone a torearlo allí, pero antes ordena que le den unos capotazos por si es una falsa querencia. Alarde de vista y de sabiduría; toreo de cabeza; eficacia. El toro sale hacia los medios tras el capote de Bombita. Y allí se va el matador. Le dobla seis veces con la muleta, juntándole los pitones con la penca del rabo, y al séptimo muletazo el toro se le entrega vencido, dominado. En un alarde de dominio le coge el pitón. Faena valerosa y maestra, adecuada y precisa, que no mejoraría toda la torería pasada y presente. Faena admirable, de corte y rumbo distinto a la anterior, pero tan extraordinaria como aquella. De una estocada corta y un descabello tumba al manso. Y se retira entre aplausos, después de haber dado su mejor tarde de toros en la plaza de Madrid.
* La espada de Villalta *
Vuelve la espada de Villalta - que es la espada del toreo - con el mismo temple, el mismo brillo y el mismo arrojo que se marchó. Con el capote y la muleta no pudo hacer en esta corrida nada excepcional. Se jalearon unos lances y varios pases. Su primer toro se agostó pronto y llegó al final tirando a manso. Villalta intentó hacerle faena y dió varios pases valerosos y ceñidos, pero el animal se colaba y vencía de los dos lados. Además, el viento descubría y dificultaba el torear. Pero ya que no se dejaron torear, mató, y mató estupendamente sobre todo al quinto. Esto es lo que hay que pedirle a la figura: que cuando no pueda lucirse toreando, porque los toros no se presten, busque el lucimiento en el trance final: la estocada. Por eso Villalta no defrauda nunca. Es la mejor conciencia de torero de la época.
* El quite de la tarde *
Ha sido en el primer toro, un toro que se arranca bien a los caballos y embistió franco y dócil hasta el tercer puyazo, que se agotó. Solórzano abrió en su turno el capote y ligó tres lances asombrosos. No es posible mayor quietud, temple más perfecto, ni factura más clásica. El capote fué bajo, a ras del suelo, y tan lento, tan despacio que más que torear parecía que toro y torero se movían, parados. Remata con media verónica inmensa y la plaza se puso en pie para aclamar al artista. Fué el quite de la tarde y de muchas tardes, pues dudo que pueda repetirse. Un asombro.
Después toreó admirablemente de capa al cuarto y ya no pudo hacer nada sobresaliente.
Le correspondieron dos mansos, que se foguearon. Estuvo cerca y valiente, matándolos con facilidad y decoro. No pudo hacer más. Yo lo encontré más suelto y más cuajado que el año anterior. Y desde luego más decidido. No me sorprendería que diera la tarde.
Félix Rodríguez tampoco pudo hacer nada por la índole del ganado. Su lote fué huído y mansurrón. Se defendió sin lucimiento. Le apuntamos dos pares de banderillas magníficos, que se aplaudieron, y un quite con lances de frente por detrás rematado con las dos rodillas en tierra, enorme por el arrojo y la emoción. Le ovacionaron con entusiasmo.
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