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1932 - Madrid - ABC 29 marzo - Por el maestro: D. Gregorio Corrochano

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AÑO

1932 - Madrid

Fecha

29 de Marzo de 1932

Referencia

ABC - Por el maestro: D. Gregorio Corrochano

Hechos

Corrida de toros celebrada en la Plaza de Toros de Madrid el día 27 de Marzo de 1932.

Diestros: Antonio Posada, Mariano Rodríguez y Saturio Torón.

Ganadería: D. Esteban Hernández.

- Inauguración de la Temporada -

Resúmen

El domingo fué el día oficial para el comienzo de la temporada, aunque la impaciencia adelante algunas corridas con los toreros de más interés. Resurrección. Volver a empezar. Vivir de nuevo. Cada año se empieza un domingo la fiesta de toros. Cada año nace un torero. Cada año nace un espectador. Cada año, por tanto, tienen los toros su resurrección. Y no es plazo breve para renovarse, aunque lo parezca, porque el hombre resucita cada día, cuando en la mañanita borrosa, turbia de luz y de sueño, abre los ojos a la quimera de su vida. Aunque la resurrección cotidiana tiene poco valor moral, porque el hombre, por no esforzarse contra la costumbre y lo convenido, se deja arrastrar por la vida, porque las rectificaciones perturban y lo que perturba da miedo.

Si tengo esta opinión de cómo se acomoda a lo incómodo la rutinaria vida del hombre en el despertar de cada día, no voy a cifrar mis ilusiones en el despertar anual de la fiesta de los toros. Pero ordenar un poco las ideas fundamentales, ver el rumbo que llevamos y orientarla, es tema obligado en día como hoy, en corrida que llamamos de Resurrección, siquiera sea por relacionarla con el suceso cumbre de la cristiandad.

No importa tanto lo que haya sido la corrida de inauguración como meditar un poco en el estado de la fiesta, en la visión que de la fiesta tiene un público demasiado novel. La fiesta hay que humanizarla, adecentarla de sentimientos, limpiarla de rencores, pero escardarla también de sensiblerías. La fiesta debe ser humana - la presencia del peligro es humana cuando no ponemos un deseo criminal de que se cumpla -, pero no debe perder su gesto heróico. Tan fuera de situación encuentro a los que empujan al torero a las astas del toro, con sus inconveniencias, como a los que se asustan de un toro y no quieren que el torero se ponga delante de él. Hay que ser humanos, pero hay que ser valerosos. Para las dos cosas es preciso ser intelegentes.

No conociendo el estado del toro es imposible darse cuenta de lo que hace el torero, de por qué lo hace o de lo que debe hacer. Todo juicio orientado en la simpatía, sin un conocimiento que le guíe, es caprichoso, y si no cae en lo injusto cae en lo arbitrario. Aplaudir a un toro en el arrastre, cuando el toro no ha sido ejemplar, por molestar a un torero, es quedar peor que el torero. Y esto, que lo veo muchas veces, lo volví a ver en esta corrida de inauguración. No sé si esta clase de protesta será eficaz, pero, desde luego, es patente de mal aficionado. Pretender que se toree lo mismo a todos los toros, aun a aquellos que se ve que no pasan, que frenan, que se quedan, y chillar porque el torero no puede torear - digo no puede, no digo no quiere -, es no tener idea de lo que es un toro; como es desconocer la lidia pedir que no se mate un toro, porque es manso, tiene dificultades y ha cogido a un torero. Aquel toro cuarto del domingo no era el toro de la faena bonita, de eso que se llama faena de adorno, que ya en el nombre lleva su censura. Pero era el toro del gesto del torero, de la media docena de pases por bajo, peleándose con el toro, y después matarlo como se pudiera. El toro parecía aún peor de lo que era por aquel desconcierto de los banderilleros, que, en vez de aprovechar el revuelo de un capote, hicieron muchísimas pasadas con las banderillas de fuego, dejaron crecer al toro, se descompusieron y expusieron mucho, sin éxito ni provecho. Cogió a Toreri. A Mella le dió una cornada. Pero este toro, difícil, a pesar de todo, parecía otro cuando bregaba Torquito, que se arrimó, le consintió y se peleó con él. Por eso deduzco que si se le hace con la muleta lo que hizo Torquito con el capote, se le hace faena. No de adorno, pero sí de eficacia. No de relumbrón, pero sí valerosa y de gesto. Faena mil veces más faena que otras bonitas que tanto se jalean en toritos insignificantes. Faenas que hicieron toreros a Bombita y a Pastor, por no mencionar a la cumbre, que es Joselito. Pero una parte del público le dispensó de ello a Mariano Rodríguez, y éste, sin dar un pase, estuvo mucho más expuesto cada vez que intentaba herir.

Este pequeño suceso, al parecer emocional, tiene una raíz en la manera de apreciar los valores taurinos. Antes, en Madrid, se guiaba la fiesta por su criterio escolástico. El anhelo de D. José Ortega y Gasset - que escribió de toros en su mocedad y tiene un apellido muy torero, tan torero como el color del rostro - de ver a las provincias en pie, no reza con la fiesta de toros. Si están sentadas las provincias, sentado está Madrid. Madrid nunca fué ligero ni impresionable; era sesudo, juicioso, y media bien echando la sonda. No le bastaba lo superficial. Se iba al fondo. Analizaba si el torero podía o no podía con el toro, si dominaba o no dominaba, si tenía recursos y valor para los toros difíciles. Aplaudía un lance de capa, pero no bastaba un lance de capa. Como pase aislado y preparado no era nada al lado de una faena reposada, concienzuda, en la que iba poco a poco el torero, el maestro, dominando inteligentemente el instinto del animal. El maestro, categoría que ha desaparecido con el concepto escolástico de la fiesta. Ahora son "fenómenos", "renovadores", pero maestros no. Y no es fácil que los haya, porque lo que gusta tiene más de inconscientes que de maestros.

No tiene importancia que la corrida de inauguración haya sido mala. Ni que Posada, en el único toro que mató, estuviera defensivo; ni Mariano Rodríguez ausente; ni Torón, muy castigado de los toros, no hallara acoplamiento a su valor. Los toros de Hernández, necesitaban toreros que se peleasen, que lidiaran, que se impusieran, y estos tres muchachos no salieron para ello. Pero nada de esto tiene importancia, porque las primeras corridas se resienten de falta de acoplamiento. Lo importante es la norma, la orientación. Que Madrid vuelva a su sitio. Que mire el toro antes de mirar al torero; que no aplauda o rechace sin saber antes lo que se puede y no se puede hacer con el toro; así sabrá exigir sin extravío y juzgar sin injusticia. Lo primero el toro, que no se puede ni se debe hacer a todos lo mismo, y el intentar torear a todos igual, y el intentar exigirlo, es desconocer el toreo. Que los toros se lidien dentro de una técnica y de una normas que no hay que inventar, que basta con recordar. Dentro de esto podrá uno inclinarse por el estilo de este torero o por el de aquél, eso va en gustos, pero siempre dentro de los toreros de escuela, no de los improvisados.

Si hacemos esto, la corrida -buena o mala, no tiene importancia- podremos considerarla de resurrección; si no, será esa repetición de cada día, en que abrimos los ojos al sueño y echamos a andar con la misma pereza y la misma desilusión de ayer, porque ya sabemos que nada ni nadie nos espera.

Fuente documental

Fotografía:  J. Laurent  Copia a la albúminaBiblioteca Nacional de España