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1932 - Madrid - La Libertad 06 septiembre - Por el maestro: Recorte

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AÑO

1932 - Madrid

Fecha

06 de Septiembre de 1932

Referencia

LA LIBERTAD - Por el maestro: RECORTE

Hechos

Corrida de novillos, celebrada en la Plaza de Toros de Madrid el día 04 de Septiembre de 1932.

Diestros: Lorenzo Franco, Luís Díaz (Madrileñito) y Manuel Calderón.

Ganadería: D. Juan Cobaleda

ESPERA ESTÉRIL Y RECUERDO VANO

Resúmen

Queridos lectores: Hoy me toca hacer una confesión. Soy un hombre temperamentalmente bueno y débil. Mi debilidad es-!cómo no!- una mujer; pero en otro orden de ideas, en el sentido afectivo, mi punto sensible es un hermano político, simpático él, bueno él, médico él, capaz de emular las glorias de Marañón y las del mismísimo Hipócrates. Así lo creo y así lo digo, aunque ustedes entiendan que la pasión me obceca.

Siendo así, nada de particular tiene que cuando me encuentre con él se me olvide todo, incluso el cumplimiento de mi deber. El domingo tenía este hermano mío un gran interés en presenciar la corrida. En verdad, no sé cuál de los tres novilleros era su punto flaco, cuál era el que le atraía. Nos citamos a la hora de comenzar la corrida, nos buscamos y no nos encontramos. Buscándole yo a él, él buscándome a mí, resultó que ambos tuvimos que interpretar la corrida algo así como por radio; a través de las ostensibles sensaciones, de las ostentóreas manifestaciones del público que suelen trascender hasta fuera de los ámbitos de la plaza. Adopté la resolución de esperarle. Y pasaron diez minutos y veinte, y media hora, y tres cuartos de hora.

Del interior de la plaza sólo trascendía un leve rumor de vez en vez, y de tarde en tarde el sonar de los timbales y clarines señalando el cambio de las suertes. Poco o nada notable debía estar sucediendo en el redondel. El calor apretaba y el público no se indignaba siquiera.

!Qué pesadez! 

Un bar me ofreció un asiento relativamente cómodo. Un edificio próximo motivó en mi ánimo un recuerdo. Y cuando salí del marasmo, ni el esperado había aparecido, ni el rumor de la plaza me había dicho nada de lo que en el interior acaecía.

!Que pesadez! 

En esta situación, el espíritu mío volaba en busca de recuerdos y pretendía inquirir lo que en la plaza ocurría. Pero todo era estéril. Ni en el recuerdo podía hallarse consuelo, ni las ondas me transmitían la sensación que el público percibía de las proezas de los tres diestros anunciados como espadas de la novillada.

-!Cómo deben aburrirse! pensé.

Terminó la corrida sin haber logrado encontrarme con mi familiar el hombre de ciencia. Y pues que no me quedaba otro remedio, quise recoger a la salida del público, a la terminación de la corrida, una verdadera impresión para transmitirla desde aquí y cumplir mi compromiso.

-!Qué pesadez!-oía exclamar unos y a otros.

-!Qué lata!-decían otros.

Sin querer descubrir mi ausencia, pregunté a un amigo, buen aficionado:

-¿Has visto?

-!Qué lata, chico! Mañana tendrás poco que decir. Con cinco líneas podrás decirlo todo, y aun te sobraran palabras. Di sólo que no hubo nada de particular, que nos aburrimos mucho, que no hemos tenido ocasión de protestar ni tampoco de aplaudir, y con ello habrás dicho todo y la verdad. ¿Se conformarían ustedes con esto que me dijo mi amigo el buen aficionado? Como creo que no, vamos por partes.

La base del cartel era Madrilleñito, el muchacho valeroso, entendido y elegante que en día de su "début" logró triunfar y alcanzó el premio de una oreja. Pues Madrileñito, si bien no perdió nada del terreno conquistado, porque estuvo voluntarioso y valiente, no avanzó ni un solo paso en su carrera. Su voluntad y su valor sirvieron sólo para ponerle en trance de conseguir algún lance o algún pase de mérito, y por ello algunos aplausos. Pero nada más.

Lorenzo Franco, ha tiempo ausente de Madrid, pudo y debió no haber venido hasta encontrase en situación de hacer algo que se destacase. Pero no venir para destacarse por los recados presidenciales. No hacer nada y oir avisos no es la ejecutoria más recomendable para un novillero del que dicen sabe torear y está fácil con el estoque. Cuando se viene a Madrid conociendo ya al público hay que venir a algo distinto de hacer el ridículo.

Atrevido conceptuamos formar juicio exacto de la fisonomía artístico-taurina de Manuel Calderón, porque una actuación no es suficiente para formar juicio de quién es taurinamente. Cara de torero bueno: Belmonte. Cosas de torero superior, estilo de torero moderno: Laserna. Pero ni lo uno ni lo otro. Ni Belmonte ni Laserna. Cara de uno y apuntamiento del estilo del otro. Ahora bien: ¿Belmonte o Laserna? Otro día nos lo dirá el muchacho sevillano, porque el domingo no hizo otra cosa que apuntar, señalar. Ni disparó ni marcó. Valor acreditado y voluntad manifiesta. Quiere decirse que Calderón ha dejado en el ambiente flotando la interrogación

¿Torero o nada? Veremos.

¿Y el ganado? ¿Cómo le han parecido los novillos?

-Pues no han sido lo suficientemente malos para no hacer nada. Los cobaledas han permitido que se hiciera algo para distraernos.

Una pausa y unos comentarios. Y, en seguida, una pregunta de mi interlocutor:

-Pero ¿es que usted no ha estado en la corrida?

Me sincero y respondo:

-No; se me ha olvidado venir; no he podido entrar. Una espera y un recuerdo han tenido la culpa.

-!Enhorabuena! El que espera se desespera, y el que vive de recuerdos es feliz a su modo, aunque pierda el tiempo; pero más lo hubiera perdido si hubiese presenciado la corrida. Al fin y a la postre no podría decir usted nada. Con decir que no pasó nada, que salieron seis novillos de don Juan Cobaleda, que fueron arrastrados después de muertos, es lo suficiente. Hágase cuenta que la corrida no se ha celebrado....

Dicho queda. Háganse cuenta que la corrida no se celebró, y que la espera estéril y el vano recuerdo fué lo único apreciable.

Fuente documental

Fotografía:  J. Laurent  Copia a la albúminaBiblioteca Nacional de España