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1932 - Madrid - La Libertad 02 septiembre - Por el maestro: Recorte

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AÑO

1932 - Madrid

Fecha

02 de Septiembre de 1932

Referencia

LA LIBERTAD - Por el maestro: RECORTE

Hechos

Corrida de novillos, celebrada en la Plaza de Toros de Madrid el día 01 de Septiembre de 1932.

Diestros: Luís Morales y Fernando Domínguez (mano a mano) (Sobresaliente: Antonio López Reyes)

Ganadería: D. Santiago Sánchez Rico

Resúmen

Con las corridas de toros o novillos sucede lo que con los usureros y las mujeres: nunca dan lo que prometen. Cuando más, otorgan la mitad de lo prometido. Se promete mucho en un cartel y luego se da la mitad o resulta todo lo contrario. Las grandes tardes quedan reservadas a lugares y personas que no saben corresponder, a quienes les importa poco que los diestros queden bien o mal. Al fin y a la postre, la cuestión es pasar el rato...., y vivir. Por "rara avis", en la novillada de ayer tarde no se dió ese fenómeno. Se cumplió la promesa. Anunciaron un reñido mano a mano estre dos novilleros que pudiéramos llamar "de moda", los dos que recientemente han triunfado en la plaza madrileña, y la contienda fué reñida y nos divertimos. Más nunca la dicha es completa y tampoco en la novillada todo fué completo. Podríamos habernos divertido mucho más y la corrida adquirir caracteres de memorable si a los animalitos entecos, chicos, y flojos, mansitos y defectuosos de la vista que remitió para el acontecimiento el ganadero salmantino D. Santiago Sánchez Rico les hubiera dado por salir con otro estilo y en condiciones de ganado de lidia apropiado para esta clase de espectáculos. No fué así y hemos de conformarnos. Reflexionando un poco, todo en la vida remedio, y el que no se conforma es, o porque no quiere o porque es un intransigente. A éstos no les queda otra solución que cumplir con su deber... y morirse.

Los novillos de Sánchez Rico cumplieron a medias. Fueron criados para embestir y nacieron para morir. Sólo cumplieron con la segunda parte, que es irremediable, hasta el presente momento, para ellos y para nosotros. Si a alguno, como el segundo-aunque no de manera franca, efectiva y normal, por el defecto de la vista-, le dió por embestir, los espadas cumplieron con su compromiso y le torearon en forma que agradó a la concurrencia, que diremos en este momento fué todo lo numerosa que permite la capacidad de la plaza. ¿Quién fué el vencedor de los dos contendientes?, preguntarán ustedes. Y yo estoy en el deber de decirles que el vencedor fué Fernando Domínguez. Grave afirmación les parecerá a muchos esta mía; pero escuetamente no puede decirse otra cosa, aunque protesten los partidarios, los muchos partidarios de Luís Morales. ¿Causas? He aquí una de las pocas veces que se puede uno permitir el lujo de analizar para llegar a una felíz conclusión.

El torero del barrio de Maravillas salió con voluntad de alcanzar un éxito que está buscando para su completa consagración, y sacó del fondo de su corazón todas las existencias de valor para emplearlas en el trágico debate en que se había comprometido.

Muchas eran, en efecto, las reservas que Morales tenía de esta materia prima para triunfar en el arte del toreo, porque mucho fué el valor que el chico desarrolló durante toda la raede. Para acreditar ello serían bastantes los dos pases de rodillas con que inició la faena al tercero, escalofriante el segundo de ellos, y el quite de frente por detrás que hizo en el quinto, ceñido hasta lo inverosímil, sobre todo el lance final, en el que le vimos con el pitón dentro del muslo, y todavía no acertamos a explicarnos cómo le fué posible vaciar al animal sin que la desgracia ocurriera.

En el primer tercio tuvo Luís momentos de gran emotividad. Algunas de sus verónicas adelantando el engaño y tirando del bicho acusaron bien a las claras su dominio de la suerte. Pero cuatro o cinco medias verónicas fueron algo majestuoso, algo sublime e indescriptible, una perfecta sensación de lo que es la fiesta. Firme sobre las plantas, estatuario, adelantando el capote, trayendo el bicho hasta el centro de la suerte, recogiendo entonces el engaño y echándoselo sobre la cadera y a la espalda, con las manos bajas antes y luego, haciendo que desde la punta del pitón hasta la penca del rabo pasase el enemigo rozándole el cuerpo, para formar al fin, un conjunto de emoción, belleza y arte a nada comparable. Cada uno de estos momentos fueron otros tantos de desbordamiento, de entusiasmo de la multitud. Banderilleó dos toros y en ambas ocasiones demostró dominio de la suerte y arte para el trance. Dos pares de frente fueron preciosos, y emocionante uno por dentro con medio metro de salida. El punto débil de la actuación de Luís Morales fué al acero. Es un tanto desconcertante ver que un chico como él, que se juega la vida en varias ocasiones y que sabe matar, porque yo lo he visto, no se decidiera a "pasar el fielato". Al final del primer tercio del último novillo el público le hizo una gran ovación, que compartió con Domínguez, y ambos salieron juntos a saludar desde el centro de la plaza.

De Domínguez hay que decir poco o dedicarle mucha extensión a este juicio crítico. Hay que decir poco porque fué mucho lo que hizo. Esto, que parece un contrasentido, no lo es. Con decir que Fernando Domínguez confirmó ayer tarde que lleva dentro de sí un torero de cuerpo entero estaría dicho todo y en pocas palabras sintetizada su labor, no de ayer, sino de todas las cinco tardes que lleva actuando en la plaza de Madrid ante esta afición tan temida por los que se dicen y creen buenos toreros. Porque hay que tener en cuenta que Domínguez no ha tenido ninguna mala tarde todavía en Madrid. Conviene aclarar, para mayor comprensión de lo dicho, que el de ayer no era el público de la novillada corriente. Ayer se llenó hasta rebosar la plaza, cosa que no ocurre ya más que en días de gran acontecimiento; pero se llenó de buenos aficionados. Ayer acudió "la cátedra". La lidia que dió al primer novillo que le correspondió, la faena de muleta torera, artística, de valiente, de entendido en este difícil arte que hizo al segundo cornúpeto de la tarde, bastarían para acreditar a un torero de tal. 

!Señores qué dos pases naturales! Pregunten a quienes tuvieron la dicha de saborearlos si han presenciado muchas veces tan sublime ejecución. Infórmense de sí es muy frecuente ver adelantar la muleta, tirar del astado, correr la mano con tanto despacio, con temple tan templado, con arte tan artístico y con tanto mando, tranquilidad y dominio. ¿A que todos les responden que esos pases cuestan muchos miles de pesetas? Pero no fueron sólo esos pases los que tuvo de gran torero; lo fueron todos, lo fué la faena, como lo fué tambien la manera de entrar a matar para cobrar una estocada una chispita delantera. Ni un sólo pañuelo quedó dentro del bolsillo. Como movidos por un resorte, ese misteriorso y electrizante resorte que siente el aficionado a nuestra fiesta cuando presencia cosas que le llegan a lo más hondo de su sensibilidad, todos los pañuelos salieron de los bolsillos para pedir la oreja, que por unanimidad se le concedió. Con el capote también hizo el de Valladolid cosas de superior categoria. A la verónica y de frente por detrás hizo quites primorosos que el público a probó por unanimidad. Un aficionado no, un espectador de esos que sólo saben gritar: "!Con la izquierda!", lanzó el grito en el momento más inoportuno que puede darse. El eco correspondiente a este grito fué como el del cuento alemán del pozo; fué por el método Ollendorff; pero sintetizó la campaña que Fernando Domínguez lleva desarrollando en Madrid y lo que hizo durante toda la tarde. Otro "parroquiano" de por allá, de por el 7 o el 8, respondió: "!A callar, que aquí hay arte, para todos los gustos!"

Y después de recoger esto que dijo el "eco" del 7 o el 8, ya no debemos decir nosotros nada con respecto a lo que hizo Domínguez ayer tarde: "!Hay arte para todos los gustos!"

Fuente documental

Fotografía:  J. Laurent  Copia a la albúminaBiblioteca Nacional de España