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* EL TENDIDO DE LOS SASTRES * Por: Antonio Díaz-Cañabate

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EL TENDIDO DE LOS SASTRES

 Por: Antonio Díaz-Cañabate

La primera Plaza de Toros construida en Madrid expresamente para celebrar en ella corridas, se hizo en tiempos del rey Fernando VI, allá por la mitad del siglo XVIII. Estaba muy cerca de la Plaza de Alcalá. No tenía desolladero y los toros se arrastraban por las mulillas desde el ruedo a las inmediaciones de la Plaza, y allí se les desangraba y se hacían las operaciones preliminares del desollamiento. Lo propio ocurría con los caballos muertos. Todo esto era presenciado por multitud de curiosos que no habían podido o no habían querido entrar en la Plaza. A estos espectadores de tales desastres se les llamó los espectadores del tendido de los sastres, suprimiendo, quizá el uso, la sílaba de a la palabra desastres.

El tendido de los sastres perdura en nuestros días, aunque ya todas las Plazas poseen desolladero dentro de su recinto. Los toros y los caballos muertos no llegan al tendido de los sastres. No importa, siempre está lleno. No ven nada de lo que pasa en la corrida, pero lo oyen todo y esto muchas veces es suficiente.

El tendido de los sastres está situado en los alrededores de la puerta llamada de caballos, que es por donde entran los toreros. Hace unos domingos engrosé los grupos que constituyen y nutren el tendido de los sastres. Hay que ir tempranito, como una hora antes de comenzar la corrida, porque lo que se ve allí ocurre al empezar y al acabar la fiesta. El gran momento del tendido de los sastres es la llegada y la salida de los toreros. Ahora los toreros arriban inopinadamente en un automóvil, como tantos otros de los que conducen público, y los espectadores del tendido de los sastres tienen que estar muy atentos para poder estrechar la mano del matador.

Llegados todos los toreros, el tendido de los sastres se calma. La corrida va a comenzar. La tristeza nubla los rostros de los que no la van a ver. Se oye muy bien el toque de clarín, el pasodoble de la salida de las cuadrillas. Sus ecos son puñaladas que se clavan en los que fuera de la Plaza quedan. Pero esta tristeza dura poco. En seguida empiezan los comentarios y las cábalas acerca de quién quedará mejor. Suena una ovación. «¡Lo ves, lo estás viendo — le dice uno a otro en un corrillo—; menudas verónicas le está pegando el Fulanito; como que es el mejor; si torea de capa ese chico como nadie!» «¡Bueno, bueno, eso sería menester verlo!» «¡Cómo verlo! ¡Pero no le estás viendo!» «Yo no, ni tú tampoco*.

«Ni falta que me hace. No oyes las palmas, que echan humo? ¡Pues entonces!» Tercia otro. «Sí, las verónicas han sido buenas; pero ya verá usted en el otro al Mengano». «¡El Mengano es un adocenao!» «¡El  adocenao lo será usted!» Bronca en el tendido de los sastres. Ninguno de los que discuten han visto al Fulanito ni al Mengano. Hablan de ellos de oídas. Terminada la bronca, puramente palabrera, el tendido de los sastres espera tranquilamente los ruidos indicadores de cómo va la corrida.

La faena de muleta del primer espada ha comenzado. Los oles lanzados a coro por la multitud a cada pase llegan y mueren en el tendido de los sastres. Sus ocupantes están callados, mustios; ellos perciben y no ven el prodigio. Todo está ocurriendo a unos metros, pero un muro infranqueable impide su contemplación. ¿Infranqueable he dicho? Pues he dicho mal, porque tres chaveas no pueden contenerse y empiezan a escalarlo inverosímilmente, apoyando pies y manos en los minúsculos , salientes de los ladrillos. El tendido de los sastres vibra y salen de él oles y exclamaciones de entusiasmo, de asombro, de ánimo. Los intrépidos escaladores ya están próximos a la ventana del primer piso, meta de su peligroso camino. El primero ya ha puesto el pie en ella. En el tendido de los sastres suena una ovación. Mientras tanto, en la Plaza la tempestad de oles está en todo su apogeo. De pronto, un silencio. Luego, un rugido indescriptible. Inmediatamente, una ovación tremenda, frenética. Los expertos del tendido de los sastres dogmatizan. «¡Menuda estocada le ha dado; sin puntilla ha caído el toro.» Vuelven las disputas entre menganistas y fulanistas. «¡Lo está usted viendo, lo ve usted, se convence usted ahora!» 

En el tendido de los sastres nadie ha visto nada, pero todos se hacen la ilusión de que lo vieron. ¡Qué más da, después de todo! La cuestión es gozarla, y en el tendido de los sastres se goza la corrida igual que en la Plaza, cuando la corrida es buena, y se pasa mejor que en la Plaza cuando la corrida es mala. Porque cuando ello ocurre y al tendido de los sastres llegan los silbidos y las palmas de tango, eco del aburrimiento, sus ocupantes juegan al chito o a la raya o a cara y cruz unas monedas de diez céntimos, y se pasa la tarde divinamente.

 

Fuente:  BDCYL - Publicación Taurina El Ruedo - Madrid, 06 de junio de 1945.